El mar de los recuerdos perdidos

Capítulo 56. La Batalla comienza 

La oscuridad se cernía sobre la casa de Zarack como un manto, y una quietud inquietante envolvía el entorno. La noche era fría y silenciosa, apenas interrumpida por el crujido de las ramas secas bajo los pasos de quienes se aproximaban. Frederick, Antony y Rebeca se movían con sigilo, cada uno aferrado a sus propios pensamientos y temores, mientras la silueta de la mansión de Zarack se perfilaba en la distancia.

“Tenemos que hacerlo rápido”, murmuró Rebeca, acomodando el arma en su cinturón. Su voz temblaba un poco, a pesar de la firmeza en su mirada. “Cada segundo que pasa es un riesgo más para Anelix”

Frederick, siempre sereno, asintió con la cabeza. Su rostro, endurecido por el dolor de la incertidumbre y la ansiedad, revelaba una determinación inquebrantable: “Esta vez no nos daremos el lujo de fallar”. Su voz era un susurro ronco, como si el peso de los años y de las pérdidas le ahogara el pecho.

Antony, sin embargo, se mantuvo en silencio, concentrado en la misión. En su chaqueta, el reloj que Zarack le había enviado tiempo atrás, cada tic-tac un recordatorio de la promesa oscura de su enemigo. Había aceptado ese reloj como un desafío, como una amenaza velada de lo que estaba en juego, y hasta esa noche, había sido un constante recordatorio de su fracaso. Pero no hoy. Hoy se encontraba decidido a cambiar la historia.

Se acercaron a la casa con sigilo, las sombras proyectándose bajo la luz pálida de la luna. Erick lideraba un grupo de hombres entrenados, situándolos estratégicamente alrededor de la mansión de Zarack, cada uno listo para actuar al menor indicio de peligro. A través de un auricular, la voz de Erick resonaba en el oído de Antony:

“Las posiciones están cubiertas. Estamos listos para entrar cuando lo indique”

Antony asintió con un gesto determinado, observando a Rebeca mientras se deslizaba hacia una de las ventanas laterales. Con movimientos precisos, comenzó a trabajar en el sistema eléctrico de la casa, buscando cortar la energía y sumir el lugar en la oscuridad. La mansión de Zarack era una fortaleza, pero ella conocía cómo manipular las conexiones para evitar que saltaran las alarmas.

Mientras tanto, Frederick ajustaba las cargas explosivas en las puertas de seguridad de la entrada trasera. Sus manos, firmes y experimentadas, manejaban los explosivos con una calma que sólo un hombre como él podía tener en una situación tan tensa. Miró hacia Antony, que vigilaba los alrededores desde las sombras, atento a cualquier movimiento de los guardias que aún no habían sido neutralizados.

Erick, con un gesto rápido, ordenó a sus hombres avanzar y cubrir los puntos de entrada. Algunos se ocultaron entre los arbustos, mientras otros mantenían una línea de tiro desde la lejanía. Las armas estaban listas, los ojos entrenados fijos en la mansión, esperando la señal.

“Estamos listos, señor. Los tenemos rodeados”, informó Erick por el auricular.

Antony respiró profundamente, sintiendo la presión del momento. Este era el resultado de días de planificación, de eliminar a los espías de Zarack y de diseñar cada movimiento con precisión. No había margen de error; esta noche tenían que recuperar a Anelix.

“Viejo, Rebeca, háganlo ahora”, ordenó Antony con la voz tensa.

Rebeca hizo un último ajuste en la caja de conexiones y, con un chasquido, la electricidad de la casa de Zarack se cortó por completo. Las luces exteriores parpadearon antes de apagarse, dejando el edificio en una oscuridad casi absoluta. En el mismo instante, Frederick activó las cargas explosivas, haciendo estallar las puertas de seguridad con un estruendo controlado.

Los hombres de Erick, en perfecta sincronía, avanzaron rápidamente hacia las entradas, cubriéndose entre sí mientras aseguraban el perímetro. El caos se desató en cuestión de segundos. Las alarmas internas de la mansión se encendieron, pero el efecto de la explosión y la falta de electricidad ralentizó a los guardias de Zarack.

“Tenemos que movernos, antes de que recuperen la electricidad”, dijo Rebeca mientras volvía a reunirse con Antony y Frederick.

Antony asintió, y con la ayuda de sus hombres, y de Erick, comenzaron a abrirse paso hacia el interior de la mansión. Las armas de sus aliados sonaban a lo lejos, asegurándose de mantener a raya a los guardias de Zarack que intentaban defender su territorio.

Pero entonces, en medio del caos, Antony sintió un frío repentino. Miró hacia abajo, donde el reloj que Zarack le había enviado meses atrás, el mismo que nunca se había detenido, repentinamente marcó las doce y dejó de funcionar. Un mensaje, inscrito en la parte trasera del reloj, comenzó a revelarse con una tenue luz:

_Todo lo que tenías, lo has perdido_

El corazón de Antony se detuvo por un segundo. Trató de comprender lo que significaba, pero una terrible intuición le recorrió la espalda. Miró a su alrededor, buscando a Frederick y a Rebeca, pero algo en su mente lo llevó a un pensamiento más oscuro.

“Erick, revisa el perímetro otra vez. Asegúrate de que todo esté en orden... y llama a la casa de seguridad, asegúrate que Sofía esté a salvo”, ordenó, sintiendo que algo no estaba bien.

“Recibido, señor. Llamando al equipo de la casa de seguridad”, respondió Erick, notando la urgencia en la voz de Antony.

Mientras la batalla continuaba dentro de la mansión, Antony no podía sacarse la sensación de encima. Luchaban con fuerza, avanzaban, pero una sombra más oscura parecía cernirse sobre él. Y cuando la llamada de Erick finalmente llegó, su mundo se tambaleó:

“Señor, en la casa... Sofía no está. La han secuestrado”

Las palabras resonaron en los oídos de Antony como un trueno. El reloj había dejado de marcar el tiempo, y con él, su vida había cambiado en un instante.

Zarack había jugado su carta más fuerte, y ahora, mientras las sombras de la batalla se extendían, el objetivo había cambiado. Antony lo comprendió con una claridad aterradora: rescatar a Anelix era vital, pero ahora Sofía también dependía de cada decisión que tomara.




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