Nancy esperaba a Zarack junto a un auto, lista para la huida. Al verlo aparecer, se apresuró a abrir la puerta. Zarack, con una frialdad aterradora, dio una última orden a sus hombres antes de partir: “No dejen a nadie vivo”. Sin perder tiempo, el coche se alejó de la mansión, dejando el caos atrás.
Frederick, por su parte, ya había conseguido sacar a Anelix. Rebeca seguía peleando con los guardias que aún quedaban, pero sabía que el tiempo se agotaba. Buscó a Antony en medio de la confusión y lo encontró entre los escombros.
“¡Tenemos que irnos! Esto no aguantará mucho más”. Su voz resonó como un eco en la casa en ruinas, y sin más opción, tomaron la misma salida que Zarack, saltando por la ventana justo antes de que la mansión colapsara en un estruendo ensordecedor.
Afuera, no había tiempo para relajarse. Aún con el aliento agitado y cubiertos de heridas, se encontraron frente a más hombres armados que los aguardaban. Frederick intentaba mantenerse firme mientras protegía a su hija. “¡Vienen refuerzos, solo tenemos que resistir un poco más!”. Jadeaba mientras mantenía su mirada fija en el frente.
En ese momento, el auricular de Erick sonó con una llamada urgente. Después de escuchar, dirigió una mirada seria hacia Antony: “Señor, parece que el encargo se realizó con éxito... pero los están persiguiendo”
Antony tensó la mandíbula, comprendiendo la gravedad de la situación. “Ve a reforzarlos”
“¿De qué están hablando?” Rebeca los miró confundida, sin entender del todo.
Antony respondió rápidamente, sin apartar la vista del frente. “Es Sofía. La mandé a rescatar con mis empleados. Zarack no sospecharía de ellos, pero parece que ahora están en problemas”
Rebeca lo miró, incrédula. “¿Tus empleados? ¿Quiénes?”
Erick se adelantó: “María y Alfred”
El nombre de Alfred hizo que el rostro de Rebeca se endureciera, su corazón se aceleró al escucharlo.
“¿Cómo pudiste meterlos en esto?” replicó con furia. “¡Yo iré con ellos!”
Antony negó con la cabeza. “Eran los únicos en quienes Zarack e Isabel no sospecharían. Haz lo que quieras, pero asegúrate de que todos salgan con vida”. La determinación en su voz era firme, casi fría.
Rebeca asintió, intercambiando una mirada con Erick antes de buscar una salida.
Frederick interrumpió, dirigiéndose a Antony con una dureza protectora. “Mocoso, lleva a mi hija. Yo los distraeré”
“No podemos dejarte atrás”. Antony frunció el ceño, sin querer dejar a Frederick solo.
Frederick miró a su alrededor y respiró profundamente antes de replicar: “¡Los refuerzos ya vienen! Solo lárguense”. Su tono era irrefutable, un mandato de alguien que no aceptaría un no como respuesta.
Sin más que decir, Antony tomó a Anelix en sus brazos y corrió hacia la espesura del bosque. Erick y Rebeca se dirigieron hacia la carretera, cada uno sabiendo que el tiempo corría en su contra. Detrás de ellos, Frederick y los hombres que quedaban se atrincheraron, dispuestos a dar batalla y proteger la retirada.
.......
María y Alfred habían salido aparentemente victoriosos de su misión. Iban en el auto, intentando dejar atrás el peligro mientras la ciudad pasaba como un borrón a través de las ventanas.
María, aún agitada por lo que habían vivido, soltó un largo suspiro. “Eso casi me mata del susto... Alfred, ¿cómo es que puedes disparar tan bien?” Lo miró, buscando respuestas, pero Alfred permaneció en silencio por un momento, su mirada fija en la carretera.
Finalmente, él contestó, como si supiera que María no lo dejaría en paz hasta obtener una respuesta. “Aprendí... Entreno desde hace tiempo”
“¿Tú? ¿Entrenar? ¿De qué estás hablando?” María lo miró con sorpresa, alzando una ceja. Sus palabras estaban cargadas de incredulidad, y la curiosidad brillaba en sus ojos.
Alfred desvió la mirada, incómodo.
“Solo... quería poder defenderme mejor y saber cómo usar un arma, por si en algún momento lo necesitaba”
María lo observó por un momento, su mente trabajando rápido, hasta que una sonrisa juguetona se asomó en su rostro. De repente, su mirada se tornó inquisitiva. “Ooooh, ¿acaso esto tiene que ver con Rebeca? Porque ya sabes, ella es como de la mafia o algo así. ¿Lo aprendiste por ella?”
Las palabras de María hicieron que Alfred se tensara, una reacción involuntaria que lo delató. Desvió la vista, claramente incómodo con el rumbo de la conversación.
“Ya veo, después de todo sigues pensando en ella... ¡Qué ternura!”. María se cruzó de brazos, con una sonrisa triunfante.
Antes de que Alfred pudiera responder o desviar el tema, el coche aceleró de forma repentina. Alfred se inclinó hacia el conductor, frunciendo el ceño. “¿Qué está pasando?”
“Nos están siguiendo. Y no es solo uno... parecen ser tres autos”. El conductor mantenía la vista fija en el retrovisor, con la mandíbula apretada.
María y Alfred intercambiaron una mirada y luego se giraron para mirar por la ventana trasera. En efecto, tres autos oscuros los seguían de cerca. Los latidos de María se dispararon de nuevo, la tensión palpable en el aire. “¿No se supone que dormiste a todos? ¿De dónde salieron estos?” dijo, con la voz teñida de pánico.
“No lo sé... pero no parecen tener buenas intenciones”. Alfred, con el rostro tenso, observaba a los vehículos que se acercaban peligrosamente.
De repente, uno de los hombres de los autos perseguidores asomó la mitad de su cuerpo por la ventana, apuntando un arma hacia ellos. El destello del primer disparo iluminó la noche, y María gritó, cubriendo a la niña que llevaba en brazos, su rostro blanco como la cal.
El coche zigzagueaba mientras el conductor intentaba esquivar los disparos. Alfred apretó la mandíbula, deslizándose para cubrir a María y a la niña, con su mente girando en busca de un plan. Sabía que habían salido de una misión peligrosa, pero ahora estaban en un juego mortal de persecución, y salir con vida no iba a ser tan fácil como esperaban.