El mar de los recuerdos perdidos

Capítulo 60. Contraataque

El choque había dejado a Alfred tendido en el suelo, gimiendo de dolor. El impacto con el auto había sido brutal, aunque no lo suficiente para dejarlo inconsciente; lo peor vino después, cuando los hombres bajaron de los vehículos y comenzaron a atacar. Eran demasiados, y pronto la balanza se inclinó en su contra. La oscuridad los envolvía como un manto, y cada segundo que pasaba sentía que el tiempo se les agotaba. La situación se tornó desesperada cuando vio cómo arrastraban a María, quien sostenía a Sofía con todas sus fuerzas.

De repente, un estruendo rompió el silencio: un auto apareció de la nada y arremetió contra algunos de los atacantes, haciendo que se dispersaran. De inmediato, Rebeca salió del vehículo con una furia descontrolada en los ojos. Ni siquiera se detuvo a observar su entorno; su única prioridad era encontrar a Alfred. Y cuando lo divisó, su rostro cambió, el pánico cruzó por su mirada. Corrió hacia él sin pensarlo, mientras Erick se apresuraba a proteger a María, colocándose frente a ella en una postura defensiva, listo para enfrentar lo que viniera.

Rebeca llegó junto a Alfred, y con la voz temblorosa, pero cargada de una rabia contenida, le preguntó: “¿Quién te hizo esto?”

Alfred, con esfuerzo, se incorporó, luchando contra el dolor. Apretó los dientes y, con la voz apenas audible, le respondió: “Estoy bien... Primero ocupémonos de ellos”

Rebeca miró alrededor, su expresión transformándose en un rictus de furia al ver a los hombres que se burlaban, confiados en su superioridad numérica. La rabia hirviente le ardía en la mirada, un fuego que no podía contener. Su voz resonó como un trueno: “¿Quién fue? ¡¿Quién lo hirió?!”

Las risas de los atacantes se apagaron en cuanto vieron el brillo peligroso en sus ojos. Pero ya era tarde. Rebeca apretó los puños, y con una determinación helada, murmuró, como una promesa: “Voy a dejar cada uno de sus miembros inútiles... Uno por uno”

Y con esa amenaza, la atmósfera cambió, como si el aire mismo hubiera detenido su flujo ante la furia de una mujer dispuesta a todo.

Mientras tanto, Erick no dudó ni un segundo, lanzándose a la lucha con una precisión feroz. Cada movimiento era rápido y decidido, sus golpes y disparos derribando a los enemigos uno tras otro. María, con Sofía enterrada en su pecho, intentaba alejarse lo más posible de la escena de la batalla. Sabía que si quedaban atrapadas en medio del fuego cruzado, serían vulnerables, incapaces de defenderse.

“¡Por aquí, aléjate lo más que puedas, yo te cubriré!”, le gritó Erick mientras abatía a uno de los hombres, con una determinación que se filtraba incluso en medio del caos.

María, con el corazón latiendo desbocado, asintió y comenzó a retroceder hacia la orilla del bosque. Cada paso era un esfuerzo mientras se movía rápidamente entre los árboles cercanos a la carretera, tratando de mantenerse fuera de la vista. Finalmente, encontró un pequeño espacio entre los troncos, lo suficientemente oculto para cubrirse junto a la niña. Se volvió por un momento y vio a Erick enfrentándose a los atacantes.

De pronto, un destello de pánico cruzó su rostro cuando, a lo lejos, distinguió a un hombre apuntando su arma directamente hacia Erick, que seguía combatiendo sin percatarse del peligro inminente. Sin pensarlo, se acercó un poco más y le gritó con desesperación: “¡Erick, detrás de ti!”

La advertencia resonó justo a tiempo. Erick giró sobre sus talones y disparó antes de que su enemigo pudiera apretar el gatillo, pero no salió ileso. Una bala rozó su brazo, dejando una herida que de inmediato comenzó a sangrar. Sin embargo, su expresión se mantuvo firme, con la mandíbula apretada, ignorando el dolor mientras aseguraba la posición de María y Sofía.

La tensión se sentía en el aire, cada segundo se extendía como una eternidad. María observaba con el corazón en un puño, consciente de lo que Erick había arriesgado para protegerlas.

.......

Zarack arrastraba a Anelix fuera de la casa con una firmeza casi cruel, decidido a llevarla lejos de todo y de todos. Su rostro endurecido reflejaba la determinación de alguien que, tras múltiples intentos fallidos y una historia llena de complicaciones, había decidido que era hora de acabar con la incertidumbre y ponerle fin a aquella pesadilla.

Anelix forcejeaba contra su agarre, pero su energía flaqueaba. “¡Déjame! Jamás haré lo que tú digas, y cada vez que tenga la oportunidad, huiré de ti, lo juro”, exclamó con una voz cargada de desafío, aunque su tono traicionaba el miedo que se agolpaba en su pecho.

Zarack se detuvo un instante y la miró con una sonrisa fría. “Algún día cederás, Anelix, y no podrás escapar. Me aseguraré de que eso ocurra, lo haré personalmente”, le respondió con un tono que hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.

Justo en ese momento, mientras bajaban las escaleras, Anelix tropezó, cayendo pesadamente al primer piso. Quedó arrodillada en el suelo, su cuerpo sacudido por un mareo repentino que le robó el aliento. Sintió una ola de náusea que no pudo contener y vomitó frente a Zarack, quien la observó con una mezcla de impaciencia y desagrado, frunciendo el ceño ante la escena. Asqueroso.

“¿Qué te sucede?”, preguntó Zarack con una pizca de irritación, pero sin ocultar del todo su curiosidad.

Anelix se llevó una mano al vientre, tratando de recuperar el aliento, mientras una extraña sensación se apoderaba de ella. Algo en su interior la hizo detenerse, como un eco lejano de otra vida, un presentimiento casi palpable que le heló la sangre. Su mente se llenó de un pensamiento aterrador, uno que la golpeó como un rayo: Oh, no... no puede ser...

Zarack la miraba desde arriba, cruzado de brazos, pero esta vez sin apurarla. Sabía que nada podría interrumpir su plan ahora, así que no tenía prisa. Anelix se obligó a ponerse en pie, limpiándose la boca con la manga mientras intentaba disimular la confusión en su rostro. “Estoy bien... creo que todo esto es por no haber comido bien últimamente, me ha debilitado”, murmuró con la voz aún temblorosa.




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