Entramos los tres a la pequeña choza, todos los objetos que tiene Mía están acomodados por tamaños y colores. Ella se acerca a un baúl de madera que está lleno de cosas, Mía saca las cosas lanzándolas hacia atrás de ella.
Encuentra una pequeña caja de color amarilla con naranja, la levanta a la altura de sus ojos y la observa con mucha atención.
—Creo que esto servirá —dice la muchacha.
—Y, ¿cómo funciona? —pregunta Irma, sonriendo emocionada.
—Vamos afuera y te lo mostraré —dice la chica, mientras camina hacia el jardín, su capa color violeta, ondea con el viento. Abre la caja con mucho cuidado y la pone en el suelo, ella se hace hacia atrás. Se coloca al lado de Irma y Kiwi.
De la caja sale un diminuto globo aerostático azul, con estrellas doradas. Poco a poco va aumentando su tamaño, hasta quedar más grande que una casa.
Mía toma la soga que cuelga de la canasta y la amarra al árbol que está cerca de ella. La escalera colgante ondea ligeramente, Mía la sujeta y ayuda a Irma a subir, después a Kiwi, y por último ella, después de que llegaran todos hasta arriba, cortaron la cuerda con un cuchillo para salir volando de ahí.
El viento se siente fresco y hace danzar el cabello de Irma y Mía. Kiwi acerca un pequeño banco y sube a él para ver cómo se va elevando el globo, ya que no alcanza a ver. Los árboles se hacen pequeños, al igual que la choza y los animales que caminan debajo de nosotros.
El fuego chisporrotea arriba de ellos calentando el aire del colorido globo. Irma se pone de puntitas, logra ver el hermoso paisaje.
—Gracias, Mía y Kiwi —dice Irma.
—Lo único que quiero es tu felicidad —dice Kiwi sonriendo a la hermosa niña.
—Siempre será un gusto ayudarte, linda —dice la joven.
Asiente Irma con la cabeza, concentrándose en los hermosos paisajes, siente el aire y las mariposas en el estómago. En ese momento se le olvidó todo lo que había pasado en ese terrible día.
El tiempo pasa rápido. Las palabras no hacen falta, el escuchar, ver, oler y sentir, son más que suficientes.
—Aquí, tenemos que aterrizar —dice Kiwi a Mía.
—¡Sí! —dice ella, mientras estira de una cuerda gris, el fuego disminuye lentamente y el globo va descendiendo poco a poco.
Mía lanza la cuerda hacia abajo, ya está atada a una agarradera de la canasta, baja con cuidado hasta llegar a la tierra. Sujeta la cuerda y la amarra del árbol más cercano.