El papá de Irma busca desesperado a su esposa, recorre todo el hospital, desde la cocina hasta el área de los sanitarios. No la encuentra por ningún lado, le pregunta a las enfermeras por ella, pero nadie la ha visto.
Recorre todo el hospital hasta llegar a un lugar donde una luz amarilla con naranja ilumina el pasillo.
Una puerta gigante de madera está abierta, mientras que la otra está cerrada, desde dentro se escucha el llanto de su amada esposa, él sabe que es ella, la conoce muy bien, entra a la capilla, la ve de rodillas con las manos tapando su cara, frente a ella está la imagen de la santísima Trinidad y una bella dama con un manto blanco con los detalles dorados como el sol. La mujer les sonríe tiernamente, pero ellos no se dan cuenta, en sus brazos tiene a su pequeño niño.
Ella no para de rogarle entre sus sollozos, por la salud de su nenita. Las rodillas ya le duelen de tanto estar sobre ellas, los ojos están hinchados y rojos. Alex se acerca a ella y la abraza, se quedan largos minutos juntos, viendo y rogando a Dios por la salud de Irma.
—Amor, debes comer algo, necesitamos fuerzas para apoyar a nuestra niña, en esto —dice Alex.
—Lo sé, pero no tengo hambre, ni ánimos para seguir adelante —dice ella sin dejar de ver hacia adelante.
—Hazlo, por Irma, ella y yo te amamos y queremos que estés bien. Además, mira la fortaleza que tiene nuestra pequeña, sé que con la ayuda de Dios y su madre, la tendremos pronto en casa —dice él, convencido de sus propias palabras.
Él ayuda a su amada esposa a ponerse en pie, hacen la señal de la Cruz y caminan hacia fuera de la capilla. Una lágrima corre por la mejilla del padre de Irma. Van al comedor y buscan algo para cenar.