El maravilloso regalo de Irma

El castillo en el bosque nevado

Kiwi despierta al escuchar el sonido de la puerta al cerrarse. Mima está sumida en un profundo sueño, hace tiempo que despertar es un problema, cada vez que vuelve a dormirse, piensa en la posibilidad de que no va a volver a abrir los ojos. Una lágrima se derrama por uno de sus bellos ojos.
—Irma, despierta. Hoy es un día muy especial —le habla Kiwi al oído.
Mima no responde, le es casi imposible moverse. Hasta respirar se ha convertido en un gran sacrificio. Sus párpados pesan demasiado.
—Irma, vamos. Quiero que veas una última cosa. Tienes que ser fuerte, te dije que siempre estaré contigo y que nunca te abandonaré, Irma, por favor despierta… —Kiwi la mueve un poco y vuelve a insistir —Irma, despierta, hoy te llevaré al mejor de los lugares. Irma, por favor —la voz de Kiwi se rompe y las lágrimas de sus ojos verdes corren por sus peludas mejillas.
Kiwi se pone en pie. Con un movimiento de su mano, hace aparecer un par de cerezas y la puerta se vuelve a abrir, ahora es celeste como el cielo. Kiwi le abre la boca a Irma y exprime el jugo de las cerezas en su boca. Mima sigue sin moverse. Kiwi está desesperado. No sabe qué más hacer. La puerta se abre.
El príncipe y Leo León entran a la habitación de Mima, la ven por unos segundos. Por las mejillas de su amigo ruedan un par de lágrimas, que pronto se convierten en un llanto incesante.
—Mima… —es lo único que puede decir el joven amigo de la niña, al ver a su querida amiga tendida en la cama, casi sin respirar, la voz se le quiebra, cae al suelo. Lo único que pasa por la mente de Kiwi y Leo León son pensamientos tristes.
El príncipe toma a Mima entre sus brazos, con mucho cuidado. No tiene fuerzas, ni para sostenerse. Los pasos del joven son silenciosos, llega a la puerta donde un bosque nevado, con pinos blancos como hermosas figuras de algodón.
El crujir de las botas es el único sonido que hay alrededor, Kiwi va detrás de ellos y Leo León no separa los ojos de la nieve del suelo, ocultando sus lágrimas de los demás.
El camino parece cada vez más largo, Mima no sabe a dónde la llevan, ella solo piensa en sus padres y en el deseo de sentirse mejor, de sentirse viva de nuevo. El frío de su piel se combina con el frío del aire, un escalofrío la recorre, se acurruca entre los brazos del príncipe y una pequeña sonrisa se le escapa de sus labios.
Parece que el castillo está cada vez más lejos. Mima se ve blanca como la bata que lleva puesta. El rojo de sus mejillas se ha marchitado. Su cabello ya no está, lo único que queda de la antigua Irma son las ganas y la esperanza de seguir de pie, de sentirse bien y seguir adelante. Mima abre sus ojos miel, cubiertos por una capa que los hace ver cansados y tristes, pero aún tiene esa chispa que la hace ser ella misma.
Después de caminar por largos minutos, que podría jurar que se convirtieron en horas, llegaron al puente del castillo. Se adelanta y abre la puerta principal. Kiwi es el primero que entra y va a buscar a la bella dama y el rey.
El príncipe cae de rodillas en el suelo, con lágrimas en los ojos. Está agotado, pero no se detiene, se vuelve a poner en pie. Su más grande deseo es ver a esa pequeña niña bien, regresarle la vida que tenía antes de esa terrible enfermedad.
Leo León se acerca a él. Las palabras se amontonan en su garganta, pero no salen, se está ahogando de la desesperación por ver a su joven amiga a punto de desfallecer, se hace el fuerte y continúa caminando al lado del príncipe, suben las escaleras y llegan a una habitación.



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En el texto hay: drama, magia, fantasia aventura

Editado: 25.02.2023

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