Recostada sobre el diván que estaba junto a la ventana, Alyssia Hammil contemplaba sin interés alguno el panorama exterior que le mostraba la habitación de la Casa de Madame Magnolia; una calle poco concurrida, solo utilizada por los varones que demandaban servicios especiales.
Su amante había salido unos minutos atrás. Por eso, solo reposaba con una delicada, transparente y elegante camisola. Cada vez que podía y el tiempo se lo permitía se sumergía en su único pensamiento: su vida, si todo fuera diferente.
Meditaba que si tuviera una vida normal y un poco de suerte estaría casada con algún noble caballero o quizá estuviera próxima a darle un heredero. Esos pensamientos llegaban siempre que empezaba o terminaba la temporada y las jóvenes y madres casaderas abundaban. Se dejaba llevar por esos sentimientos porque sabía que pronto se alejarían. Si, ella siempre se obligaba volver a la realidad.
Su familia, desde que ella contaba con cinco años de edad habían trabajado de asalariados en la propiedad de la familia Collingwood, Condes de Townsend. Vivían en una pequeña casa que había sido cedida a ellos dentro de los límites del terreno.
Aun podía evocar el rostro de angustia de su padre cuando su madre estaba con dolores de parto. La comadrona no salía de la habitación aunque había pasado mucho tiempo desde que escuchó el llanto de su hermano. A pesar de ser joven comprendía que algo no andaba bien.
Al llegar la noche supo que su abnegada y adorada madre no despertaría del sueño profundo que se había sumido. Ni siquiera tuvo tiempo de llorarla como hubiera preferido porque más tarde su padre le daría a conocer que debía de asumir la responsabilidad que estaban a su cargo. Ahora tenía como prioridad la crianza de su hermano y los quehaceres de la casa; su vida había cambiado en un instante.
Cuando pensaba que había encontrado la simetría de su vida recibe otro golpe devastador. Su padre fue encontrado muerto en el camino por unos desconocidos que salían de la cantina. Al parecer había muerto por el golpe sufrido cuando cayó del caballo después de haber bebido hasta emborracharse.
El entierro fue llevado a cabo por el Conde de Townsend, en ese tiempo lo agradeció porque no habría podido hacerse cargo de eso. Luego, con su muerte todo cambió. Ni siquiera habían pasado los días de duelo y le comunicó que su padre era deudor de una cuantiosa suma de dinero, que ella no podía saldarla. Por más que le suplicó que la dejara quedarse con su hermano en su casa como sirvienta él se negó porque tenía que entregar la casona a los nuevos asalariados. Le exigió que se fuera y que le cancelara la deuda.
Cuidar de su hermano sin un techo, comida ni trabajo fue arrollador. La esperanza que encerraba la promesa de Madame Magnolia en esa situación desesperante fue su única elección.
Prepararse para ser una cortesana no fue tarea fácil como había pensado, debía de dedicar muchas horas a su preparación. Además de aprender a conocer la anatomía del hombre y cómo darle placer debía de desarrollar su intelecto, conocimiento y habilidad para escucharlos, siempre dándoles una respuesta grata para ellos.
Su físico también era importante, tenía que lucirlo impecable y provocativo porque de ello dependía su trabajo. Cada cortesana desarrollaba una forma de atraer a sus amantes y debía de descubrirlo para tener éxito. Madame Magnolia siempre decía «Querida Alyssia, has nacido con el don para este oficio». Sin embargo ella lo veía como una necesidad.
Hubo un tiempo que era realmente feliz cuando su madre vivía. En esos días hasta llegó a creer que podría casarse por amor ¡Qué absurdo! Ahora comprendía que el amor es solo para crédulos.
Se levantó y se miró frente al espejo mientras se despojaba de la elegante camisola. Sin duda se consideraba hermosa pero de nada valía la belleza de un cuerpo perfecto mientras dentro, habitaba encerrada una sombría mujer.
Enseguida se colocó un elegante vestido color granate que resaltaba su voluptuoso cuerpo, el mismo que era objeto de deseo de todos los caballeros, pero solo algunos podían conseguirlo. Uno de ellos era el despreciable Conde de Townsend que pagó por su virtud y seguía haciéndolo por recibir sus servicios, ni siquiera era capaz de sentir remordimiento por haber sido el causante de arrojarla a ese oficio.
Por mucho tiempo se sintió sucia y rechazada, pero eso cambió radicalmente cuando contaba con la despensa llena de comida y un hermano creciendo fuerte y saludable. Eso la hizo meditar que el precio a pagar era alto pero al fin y al cabo valía la pena. A estas alturas de su vida se conducía con la cabeza bien alta, con porte orgulloso y perfectamente arreglada en todo momento para resaltar su cuerpo.