Observar la felicidad reflejada en el rostro de Ismael su hermano de seis años era suficiente para que Alyssia encontrara sentido a su vida; el sacrificio bien valía la pena. Eso era lo único que no le podían arrebatar. Estaba segura que el tiempo y las circunstancias de formar una familia para ella había pasado, pero le quedaba la satisfacción de educarlo y proveerle lo necesario.
Todo estaba perfecto, hasta el día mostraba un sol radiante permitiéndoles disfrutar la mañana sentados en la mesita de té del jardín.
—¡Este es el mejor regalo! —Insistió el pequeño al observar la caña de pescar que Edward le había regalado.
—Me halaga saber eso Ismael. Ahora solo falta que los peces muerdan el anzuelo. —sentenció al mirar entusiasmado al menor.
Edward había traído consigo su propia caña de pescar para enseñarle lo básico a Ismael, irían al lago que estaba en la propiedad. «Es mejor enseñar con el ejemplo» se dijo a sí mismo. Percibía que el niño siempre estaba dispuesto a poner en práctica lo que él le enseñaba, aquello lo hacía sentir orgulloso.
—¿Qué les parece si comemos juntos en el lago? Aprovechemos que es un día hermoso así les hago compañía mientras ustedes pescan y consiguen la cena. —Propuso Alyssia al ver a su hermano ansioso por utilizar su caña de pescar.
Ambos, tanto el mayor como el menor de los hombres estuvieron de acuerdo con esa propuesta. Edward la miró como siempre lo hacía perdiéndose en el azul de su mirada. Él siempre veía a la hermosa muchacha que lo cautivó desde la primera vez la vio. Le gustaba imaginar que seguía siendo la misma de hace años, que no había tenido que pasar por tanto sufrimiento y que se había reservado solo para él.
Le seguía doliendo que no hubiera tenido la confianza de buscarlo cuando atravesó por aquel doloroso momento, él la hubiera ayudado sin pedirle nada a cambio.
Nunca se atrevió a decirle lo mucho que la amaba en silencio por respeto a su primo, pero cada día se arrepentía de no haberlo hecho.
Alyssia sonrió al ver la mirada de adoración que evidenciaba Edward, no la incomodaba porque miraba también de esa forma en varias ocasiones a su hermano. Para ella él era un hombre maravilloso, Edward Aldridge conocido como Lord Woodgate tenía la costumbre de visitarla a pesar de los cotilleos que eso provocaba; se daba el tiempo de enseñarle cosas valiosas a su hermano que solo podría hacerlo un hombre. Era el único al que podía llamar amigo, siempre lograba hacerla sentir como una “dama” al tratarla con respeto y delicadeza.
Su mirada le recordaba la forma en que Alonso la miraba a ella cuando eran jóvenes, pero ahora esa mirada había cambiado por… deseo.
Los hombres la deseaban y eso le beneficiaba a ella pero sabía que ninguno poseía un amor veraz hacia ella. Era cierto que Alonso decía amarla y ella así lo sentía pero siempre terminaban en su lecho, “amándose”. Desde ese día que estuvieron juntos en la casa de Madame Magnolia era su costumbre llegar casi todas las noches donde ella y luego se marchaba casi al amanecer. Para ser sincera se complacía con eso.
Alonso le exigía que despidiera a los cuatro caballeros que aún frecuentaban su lecho en la cabaña. Llevaba meses que había abandonado la mansión y por tanto se había independizado reportándole tranquilidad y buena ganancia. Aseguraba que él podía mantenerla y que se quedara solo con él, reconocía que algunas veces se lo había pensado pero no había llegado a nada concreto.
En el fondo no aceptaba esa tentadora oferta porque no quería comprometerlo con ella, suficiente con las murmuraciones de medio pueblo. Recordó la noche en que recibió la visita de su esposa en compañía de la Condesa, las vio llegar a su casa en la noche cubriéndose con varias capas para no ser vistas en casa de una cortesana.
Habían ido a exigirle que dejara en paz a Alonso alegando que él tenía una esposa decente en casa. Las palabras en el interior de Alyssia iban causando un doloroso desprendimiento en su interior como lo hace una hoz que va separando el tallo del fruto, pero su semblante impenetrable y orgulloso típico de una cortesana no evidenciaba su verdadero sentir.
En esa noche la esposa de Alonso contempló de cerca a la cortesana y amante de su marido, era mucho más hermosa de lo que le habían comentado y supuso que era razonable que su esposo la traicionara con ella. O peor aún, que la amara tal como lo escuchaba de su propia boca cuando llegaba borracho.