El Match equivocado

Capítulo 1 – El lunes empieza con café (y con Mateo)

El despertador chillaba como un demonio eléctrico. Valentina lo golpeó con la mano hasta que cayó de la mesa de noche.
—Silencio, condenado aparato —gruñó, enterrando la cara en la almohada.

Abrió un ojo, luego el otro… y soltó un alarido ahogado. Otra vez había dormido tres horas porque se quedó deslizando perfiles en esa aplicación de citas que su mejor amiga Laura la obligó a descargar. Según Laura, “era hora de modernizar su corazón”. Según Valentina, era hora de despedirse de sus ojeras.

Se levantó a los tropiezos, abrió el armario y se vistió con lo primero que sus manos agarraron: blusa arrugada, pantalón que no combinaba y zapatos que parecían haberse conocido por casualidad. Mientras se peinaba, pensó: Al menos los fashion Blogger de moda no me siguen en la vida real… todavía.

Condujo a toda velocidad por la ciudad, delineador en una mano, volante en la otra, y un claxon furioso detrás.
—Sí, señor, también voy tarde a trabajar, ¿quiere que intercambiemos vidas? —le gritó al retrovisor, antes de mancharse la mejilla con rímel.

Hizo una parada exprés en su cafetería favorita. El barista, ya resignado, le extendió un vaso antes de que hablara.
—Triple expreso, ¿cierto?
—Bendito seas, ángel cafetero. —Tomó el vaso y, con un suspiro dramático, añadió—: Mi vida amorosa es tan inexistente como el wifi del metro.
El barista sonrió, como quien escucha un mantra repetido.

Diez minutos después, Valentina estacionaba su auto… o mejor dicho, intentaba estacionarlo, porque allí estaba él. Otra vez. Mateo. Su enemigo jurado, con su coche brillante, ocupando su lugar, como si fuera un derecho divino.

Valentina salió del carro, apretando el vaso de café como si fuera un arma.
—Mateo, ¿me recuerdas qué parte de “Reservado para Valentina” no entiendes? ¿La palabra reservado… o la de Valentina?

Él levantó la vista del celular con calma irritante.
—Buenos días para ti también, vecina de puesto. Quizás si llegaras a tiempo, el espacio seguiría libre.

Respira, Valentina, respira. No lo asesines en lunes.
—Algún día, Mateo, voy a ponerte una multa, yo misma —espetó, caminando hacia la oficina con paso firme.

Él sonrió de medio lado, ese gesto que la sacaba de quicio… y que, para colmo, le aceleraba el pulso.
—Promesas, promesas, Valentina.

Ella entró a la oficina mascullando improperios y sorbiendo su café como antídoto. Estaba convencida de que Mateo era su cruz.

Valentina se dejó caer en su silla, sorbiendo el café como antídoto contra la furia matutina. Mientras sacaba su laptop, trataba de reorganizar su desastre de cabello, maquillaje y vida en general. “Todo bajo control”, se repitió, aunque su rímel dudaba de ello.

—Deberías ir presa por la ropa que llevas puesta —dijo Laura, su mejor amiga, que apareció detrás de su cubículo con una sonrisa traviesa.

Valentina la fulminó con la mirada, sin levantar la voz:
—No estoy de buen humor, Laura.

—Imagino que, por llegar tarde, el guapo de Mateo está en tu puesto favorito —añadió Laura, inclinándose con exageración para contemplarla de arriba a abajo.

Valentina bufó, rodando los ojos. Sí, porque discutir con él en la mañana es mi idea de diversión.
—No, Laura. Hoy mi paciencia está en huelga.

Laura se apoyó en el borde del cubículo, cruzando los brazos y sonriendo con malicia.

—Vamos, admítelo… ese hombre es casi perfecto. Alto, atlético, con esa sonrisa que parece sacada de un anuncio de pasta dental y unos ojos que, aunque al principio se muestran serios, esconden un brillo travieso que te atrapa sin querer. Su cabello negro cae con despreocupación sobre la frente, y cada gesto suyo tiene ese toque de misterio que te hace querer descifrarlo. Y el comodín: hijo de padres emigrantes surcoreanos, Mateo tiene esa combinación de elegancia natural y magnetismo que hace imposible no notarlo. Parece protagonista de esas series coreanas que tan famosas son.

—Laura —dijo Valentina, mientras fingía revisar un correo—. Si sigues alagando a Mateo frente a mí, puedo jurarte que voy a… ——tragó saliva—… Comerme este café de un solo trago y tirarlo por la ventana.

Laura soltó una carcajada.
—Tranquila, Valentina, solo intento que aceptes la realidad: tu enemigo de oficina es un cliché andante, y tú estás a punto de ser la protagonista de tu propia comedia romántica.

Valentina respiró hondo, mirándose en la pequeña pantalla de su laptop. Comedia romántica, dice… Si solo supieras, Laura, que hoy voy a descubrir que la vida es más cruel que cualquier app de citas.

Y con ese pensamiento, intentó concentrarse en el trabajo, mientras su corazón recordaba, con una sonrisa involuntaria, la última frase de Mateo… y lo mucho que odiaba que él tuviera razón.

Lo que no sabía era que, esa misma noche, la aplicación le jugaría la peor broma: su perfil recién actualizado había activado un match automático por pura cercanía, se volvió viral en horas… y allí estaba Mateo, tan inesperado como imposible de ignorar.




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