Mateo estaba revisando su correo en la oficina cuando un ping inesperado lo sacó de la rutina. Una notificación de la app de citas que raramente usaba apareció en su pantalla.
"¿Quién se apunta a un desastre digital esta vez?", murmuró, abriendo la app.
Allí estaba la foto de Valentina, con ese café en la mano y la mirada que mezclaba irritación y sarcasmo —como si ya supiera todo sobre él y, al mismo tiempo, no tuviera ni idea. La app, confiando demasiado en sus algoritmos de proximidad, había hecho un match automático: Valentina había actualizado su perfil esa mañana y, sin saberlo, la cercanía había activado la función.
Mateo se recostó en la silla, cruzando los brazos con media sonrisa.
—Perfecto… un juego más —murmuró—. No necesito la app para conocer chicas; tengo a Clara y estoy más que cómodo. Pero esto… esto puede ser divertido.
Mientras tanto, Valentina estaba en su apartamento, reorganizando correos y sorbiendo café con el ceño fruncido. Su teléfono vibró. Un mensaje:
"Hola, ¿qué tal tu café esta mañana?"
—Esto debe ser un error —susurró, mirando fijamente el mensaje como si fuera un ovni—. Seguro la app se volvió loca. Sí, eso tiene sentido. Lo juro.
Teclado en mano, su mente corrió a mil por hora:
“Respira… no le contestes… contesta rápido y suena casual… no, suena desesperada… ¡Maldita App!”
Finalmente, escribió:
"Eh… hola… creo que esto es un error 😅"
Mateo leyó el mensaje y arqueó una ceja, con la sonrisa traviesa de quien sabe que está jugando.
"Error o destino, tú decides 😏"
Valentina sintió que su corazón hacía un salto mortal. Ese guiño… ¿Sarcasmo o peligro?
—Muy gracioso, Mateo —masculló, golpeando la mesa con el dedo índice—. De verdad, muy gracioso.
Mensajes y emojis malinterpretados:
Valentina, con dedos temblorosos, escribió:
"¿Qué quieres decir con eso?" 😳"
Mateo respondió:
"Que podría ser divertido… o un desastre 💥😎"
Valentina, interpretando cada emoji como un símbolo de amenaza, exclamó:
"¡¿Desastre?!" ¿Está insinuando que voy a explotar o qué? 😱"
Mateo, divertido, contestó:
"No… bueno, sí… más o menos… depende de ti 😂"
—¡Perfecto! Encantador, arrogante, guapo… y ahora psicópata divertido —pensó Valentina, rodando los ojos—.
En ese momento, su teléfono vibró de nuevo. Era Laura, vía chat grupal:
"Chicas, ¿qué pasa con Valentina? 😏 La veo rara…"
Valentina resopló y escribió rápido:
"Nada, nada… solo que mi enemigo de estacionamiento decidió coquetear por app 😒"
Laura no tardó en responder con emojis y sarcasmo:
"JA, JA, JA" 😹 ¡No puedo! ¿Mateo? Ese mismo? ¿Tú, querido Mateo, que te roba el estacionamiento todos los días? 😏"
Valentina suspiró profundamente.
"Sí, gracias, Laura." Justamente lo que necesitaba en un lunes. 😤"
—Este hombre es un desastre absoluto… y yo estoy atrapada en él —pensó, mientras revisaba la pantalla compulsivamente—.
Mateo, mientras tanto, se divertía cada vez más: leer los mensajes de Valentina era como ver una obra de teatro donde ella era protagonista y él, el bromista invisible. Cada emoji exagerado, cada exclamación dramática, cada “suspiro digital” que interpretaba a través de la pantalla le arrancaba una sonrisa traviesa.
—Esto podría ser peligroso —pensó Mateo, mordiéndose el labio—. Pero, ¿quién dice que los juegos no son divertidos cuando alguien tan adorable se enoja tanto por nada?
Mientras Valentina trataba de concentrarse en otras tareas domésticas, su corazón se agitaba cada vez que el teléfono vibraba. Cada mensaje era un recordatorio de que este juego accidental podía convertirse en el desastre más delicioso de su vida…
Y mientras Laura seguía enviando comentarios sarcásticos:
"Tienes que admitirlo, V, él es increíblemente guapo y tú lo sabes 😏"
—¡Laura! —gritó Valentina, sin poder evitar una sonrisa—. ¡Cállate y deja de reírte de mí!
Pero, aunque lo negara, algo en esos mensajes, en ese caos digital y en la manera en que Mateo jugaba con su paciencia, la hacía sonreír involuntariamente.
Valentina se dejó caer sobre el sofá, tomando un sorbo de café mientras su teléfono seguía vibrando con notificaciones de Laura. Entonces, algo captó su atención: su gato, un pequeño y rechoncho felino con expresión de perpetua desaprobación, la miraba fijamente desde su lugar favorito en el sofá.
—¿Qué? —dijo Valentina, arqueando una ceja—. ¿Ahora también me vas a juzgar tú, Chewbacrazy?
El nombre de su gato no podía ser más ridículo: Chewbacrazy, un homenaje a Chewbacca por su amor a Star Wars, mezclado con su lado completamente loco y fan de Juego de Tronos y la música ochentera. No dejaba de parpadearla, como si entendiera cada uno de sus pensamientos caóticos sobre Mateo, la app y los emojis malinterpretados.
Entretanto, al fondo del apartamento, sonaba la canción ochentera que Valentina adoraba: “I Think We’re Alone Now” de Tiffany. La música parecía acompañar cada pensamiento contradictorio y cada suspiro dramático que escapaba de su boca.
Valentina rodó los ojos, esbozó una sonrisa y murmuró para sí misma:
—Vale… esto va a ser un desastre absoluto… o la mejor comedia romántica de mi vida.
Y mientras Chewbacrazy no le quitaba la mirada, Valentina suspiró y agregó:
—¿Ahora también me juzgas tú, eh?
El teléfono sonó. Era Laura.
—¡Valentina! —exclamó al otro lado de la línea.
—No sé por qué te hice caso —respondió Valentina, exasperada—. ¡Esta app es un desastre!