Martes por la mañana, Valentina llegó temprano, decidida a asegurarse de que su estacionamiento favorito estuviera libre. Pero al doblar la esquina, su corazón dio un vuelco. Allí estaba el carro de Mateo, impecable como siempre.
—¡Este hombre tiene el don de aparecer primero siempre! No importa si llego a correr… él ya me ganó la delantera.
Una mezcla de ansiedad, fascinación… y vergüenza la invadió. Porque recordaba perfectamente cómo, sin querer, había activado el match con él en la app. Lo había hecho por accidente, y cada notificación parecía recordárselo. Para colmo, él siempre mantenía su seriedad en la oficina, solo hablaba cuando era estrictamente necesario y jamás mostraba señales de diversión… excepto en la app.
Esa mañana, Valentina se había arreglado más de lo habitual: labios ligeramente pintados, cabello perfectamente peinado, blusa que resaltaba su figura. Y allí estaba él, desde su cubículo, manos libres y hablando con un cliente, lanzándole una mirada de reojo y una sonrisa divertida que la hizo hervir por dentro.
—¿Y a este qué le dio hoy? ¡Jamás me había sonreído!
Laura, su mejor amiga, la observaba desde el otro cubículo, haciendo gestos de sorpresa: parecía que no podía creer que Valentina hubiera llegado tan combinada y peinada.
Al pasar cerca del cubículo de Mateo, Valentina escuchó algo que la dejó aún más desconcertada…
—Veo que has decidido domar a la bestia que habita en tu cabeza —comentó Mateo, con la voz seria de siempre, pero cargada de malicia solo para ella.
Valentina lo fulminó con la mirada, mientras un rubor intenso le subía por el cuello. No podía creer que él jugara con ella así, y que, además, desde otro cubículo, pudiera mantener esa sonrisa mientras hablaba con un cliente. La combinación la irritaba y excitaba a partes iguales.
Intentó concentrarse en su proyecto conjunto: la presentación trimestral de marketing, llena de métricas, gráficos y detalles que exigían colaboración constante. Pero cada gesto de Mateo, cada mirada cruzada, cada mensaje en la app con su invitación al café virtual venenoso, la distraía.
Al intercambiar papeles, sus manos chocaron accidentalmente, y un escalofrío recorrió su brazo.
—Estos números… parecen más optimistas de lo que son —dijo él, serio y profesional, aunque su sonrisa delata algo más—. Deberías revisarlos.
Valentina tragó saliva y asintió, consciente de cada palabra, cada respiración entrecortada, cada mirada prolongada. Mientras tanto, en la app, Mateo solo le hablaba allí, con mensajes que la hacían sonreír involuntariamente frente a sus compañeros:
Mateo: “Recuerda… café virtual venenoso a las 5. No te quemes demasiado 😉”
Laura, siempre atenta al drama ajeno, no tardó en enviarle un mensaje privado:
“¡Ya está en marcha, V! Solo que tú no te das cuenta. 😏”
Valentina rodó los ojos, intentando contener la risa y la vergüenza al mismo tiempo. Cada comentario casual, cada gesto juguetón de Mateo la dejaba fuera de control.
—Respira, Valentina… no dejes que el tonto encantador crea que tiene ventaja. Aunque… claro, hoy le dejé un aviso luminoso con mi ropa —pensó, divertida y un poco horrorizada de sí misma.
Disimuladamente, lo observó de pies a cabeza. Vaya, que Mateo tenía un buen cuerpo… y ese trasero perfectamente redondeado casi la tentaba a darle un golpecito. Qué demonios, ¿cómo alguien podía combinar elegancia, magnetismo y… eso?
El clímax llegó cuando intercambiaron los últimos documentos antes de la reunión. Sus manos se rozaron otra vez, y esta vez ambos se miraron fijamente, respiraciones entrecortadas. El teléfono de Valentina vibró con un mensaje de Mateo en la app:
“Nos vemos en la reunión… o antes 😉”
Valentina sintió que se le aceleraba el corazón. Por un lado, quería concentrarse en el trabajo; por otro, no podía dejar de pensar en él. La oficina estaba en llamas… figurativamente, claro, y ella se encontraba justo en el centro de la tormenta.
Mateo: “Recuerda… café virtual a las 5. No te quemes demasiado 😉”
El reloj marcaba la hora de salida y el corazón de Valentina se aceleró. Tomó su café doble y su bolso, lista para acercarse y “aceptar” la invitación… Ignorando a Laura, que la llamaba a gritos, hasta que vio a Cristina, la novia de Mateo: rubia, atlética, perfecta, esperándolo en la salida para aferrarse a su cuello y besarlo apasionadamente. Un escalofrío la recorrió.
—Ah, conque así juegas… —murmuró Valentina entre dientes, apretando su vaso de café como si fuera una arma secreta.
Decidida, recogió sus cosas y pasó junto a Mateo, haciendo que tropezara de casualidad… o al menos eso parecía. En el instante exacto, el café venenoso se volcó sobre su camisa.
—¡Oh, disculpa, perfecto Mateo! —exclamó Valentina con voz dulce y maliciosa—. Creo que mi café venenoso manchó tu camisa.
Mateo se quedó congelado unos segundos, sin saber si enfadarse o reír, mientras Cristina lo miraba desconcertada. Valentina, por su parte, sonreía satisfecha, sabiendo que había cobrado dos pequeñas deudas:
Con el corazón latiendo a mil por hora y una sonrisa de triunfo, Valentina salió de la oficina. La oficina estaba en llamas… figurativamente, claro, y ella se encontraba justo en el centro de la tormenta.
Valentina llegó a su casa feliz por haber derramado el café venenoso sobre Mateo, como si por fin hubiera cobrado dos pequeñas deudas: el estacionamiento y su osadía con la app. Aun así, una punzada extraña de decepción la recorrió; esperaba que el “juego” tuviera un efecto distinto… quizá una reacción más dramática de él, un reto, algo que la hiciera sentir viva.
Se preparó un baño, se quitó la ropa del trabajo y se puso algo cómodo. Tomó a Chewbacrazy en brazos, lo acurrucó y se dejó caer en el sofá, ignorando los mensajes insistentes de Laura. Mientras acariciaba al felino, murmuró en voz alta: