El Match equivocado

Capítulo 4 – Cita pública que sale mal.

Valentina estaba recostada en el sofá, acariciando a Chewbacrazy, cuando un golpe suave en la puerta interrumpió sus pensamientos.

—¿Quién será a estas horas? —murmuró, levantándose, mientras el gato se escondía bajo su brazo.

Al abrirse, se encontró con Laura, cargando una mochila y una muda de ropa:

—¡Hola! —dijo con su sonrisa traviesa—. He decidido que voy a pasar la noche aquí. Así podremos ir juntas al trabajo… y, de paso, asegurarme de que no vuelvas a meter la pata con tu “match equivocado”.

Valentina arqueó una ceja:

—¿Tú… dormir aquí?

—Sí —contestó Laura con un tono de firmeza adorable—. Y no me mires así, Valen. Me siento culpable por haberte convencido de descargar esa app. Además, prometí a tu madre que cuidaría de ti… a veces te falta un tornillo en la cabeza, y alguien tiene que estar ahí para recoger los pedazos.

Valentina suspiró, medio divertida, medio resignada:

—Bueno… pero no traigas desastres contigo.

—Desastres incluidos —replicó Laura, entrando con la mochila como si fuera un trotamundos.

—Tu cita “inocente” con Mateo empieza en unas horas, y no quiero perderme ni un segundo del espectáculo —dijo Laura, acomodándose en el sillón y cruzando las piernas.

Valentina suspiró, dejando que Chewbacrazy se acomodara sobre su regazo.

—Bueno, te voy a poner al corriente —comenzó, mientras Laura se inclinaba, expectante—. Mateo quiso jugar conmigo en la app y me invitó a tomar un café. Yo acepté, emocionada… hasta que apareció su perfecta novia, esa rubia atlética y sonriente. Me sentí… traicionada, así que le lancé mi café venenoso directo a la camisa.

Laura abrió los ojos como platos y se llevó una mano a la boca:

—¡No me digas que hiciste eso!

Valentina sonrió traviesa y sacó su teléfono:

—Y espera, hay más. Este fue su mensaje después: “Mi camisa sobrevivió al café… pero yo no puedo evitar sorprenderme por lo adorablemente peligrosa que puedes ser. ¿Me das otra oportunidad?”

Laura aplaudió con entusiasmo, obligando a Valentina a mirarla:

—¡Acepta! —instó con energía—. No puedes dejar pasar eso.

Valentina frunció el ceño, dejando el teléfono sobre la mesa:

—No sé… no me siento segura.

—¿Segura? —recalcó Laura, arqueando una ceja, Valentina bajo la mirada y se mordió el labio.

—¿Sucede algo que aún no me cuentas, Valentina? Te conozco muy bien.

— ¿Recuerdas aquel incidente en la escuela?

—No me digas que ese recuerdo todavía te da vueltas —Laura puso los ojos en blanco.

Valentina tragó saliva, recordando aquel episodio que la había marcado.

—Sí… —dijo en voz baja—. David, ese niño cruel, me hizo pasar la peor humillación. Me pidieron que lo invitara a pasear por las instalaciones durante el recreo. Acepté… y mientras caminábamos, otros niños escondidos miraban. Entonces me dijo que yo era la niña más fea del planeta tierra y que apestaba.

Laura le tomó la mano con fuerza y la miró con intensidad:

—¿Aún recuerdas eso? —dijo con una sonrisa—. Pasó hace tanto tiempo, era un niño inmaduro. Estábamos en quinto grado… y deberías recordar la golpiza que le di en tu nombre.

Valentina soltó una carcajada, sorprendida por la valentía de Laura y la forma en que transformaba sus miedos en poder.

—Bueno… —murmuró—. Tal vez puedas convencerme de aceptar esa “segunda oportunidad” con el adorablemente peligroso Mateo.

Laura sonrió triunfante:

—Esa es la actitud. Y esta vez, nadie nos va a detener… excepto tal vez tu café, Valen.

A la mañana siguiente, ambas se levantaron más temprano que de costumbre. Laura estaba decidida a asegurarse de que Valentina estuviera impecable para su cita “inocente”. Con precisión de estilista profesional, le alisó el cabello, ajustó su maquillaje y eligió un conjunto que resaltaba su figura sin perder naturalidad.

—Listo, princesa —dijo Laura, admirando su obra y dando un pequeño giro para mostrarle el resultado—. Hoy vas a deslumbrar… aunque solo sea un poquito.

Valentina se miró al espejo y no pudo evitar sonreír, nerviosa y emocionada a la vez.

—Creo que estás exagerando, Laura… —dijo, mientras su amiga le guiñaba un ojo—. Pero gracias.

Caminaron hacia la oficina juntas, tomando un café rápido en la cafetería de la esquina, y al entrar, el efecto fue inmediato. Mateo estaba en su cubículo, revisando algunos papeles. Cuando levantó la mirada, sus ojos se encontraron con Valentina… y por un instante, algo en su expresión se deslizó: sorpresa. Un destello de admiración, apenas disimulado, que rápidamente reemplazó por su habitual seriedad.

En ese instante, la musa interior de Valentina se revolucionó como confeti en pleno carnaval. “¡AHORA DIME, CLAUDIA RUBIA DESTEÑIDA…! ¿QUIÉN TIENE LA DELANTERA AHORA?!” —se gritó mentalmente, con rayos de luz deslumbrantes, explosiones de purpurina y fuegos artificiales imaginarios. La banda sonora estaba lista: Cyndi Lauper, Girls Just Want to Have Fun, un homenaje a la obsesión ochentera que su madre le había transmitido desde pequeña.

Mientras tanto, su otra voz interior, más sensata (y un poquito avergonzada), se colaba: “¿Cómo pude pasar de odiar a Mateo a sentirme… atraída?” O tal vez siempre lo estuve. Del odio al amor hay solo un paso… ¡Y yo lo estoy saltando!” … Sonrió como una tonta, incapaz de negar lo evidente.

Valentina sonrió como una heroína de comedia romántica, consciente de que su momento de gloria estaba dedicado, nada más y nada menos, a Claudia, la novia rubia y desteñida de Mateo.

—Buenos días, Valentina —saludó Mateo, manteniendo la voz firme y profesional, aunque un ligero brillo en sus ojos delataba lo que realmente pensaba.

Valentina sintió un cosquilleo recorrerle la espalda, mezclando nervios y emoción. Laura, desde su cubículo, no pudo contener una sonrisa triunfante y un pequeño aplauso silencioso.

—Perfecto… —murmuró Valentina para sí misma—. Si esto es solo el inicio, estoy lista para el espectáculo.




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