El Match equivocado

Capítulo 6 — Mafalda al ataque

Valentina llegó a la oficina con una decisión clara: ser Mafalda con todo. El recuerdo del sueño de la noche anterior aún la acompañaba, ese abrazo velado en una taza de café que parecía susurrarle al oído que podía enfrentarse incluso a sus fantasmas.

Apenas cruzó la puerta, ahí estaba él. Mateo, impecable, con esa sonrisa que parecía desafiar cualquier rutina. La saludó con un movimiento leve de la cabeza y, antes de que ella pudiera responder, lanzó su primera estocada del día:

—Buenos días, Mafalda… ¿Durmió bien o soñó con espresso? —le susurró con una sonrisa cargada de picardía.

Valentina arqueó una ceja y caminó hasta su escritorio con aire desafiante.
—Soñé con algo mucho mejor… pero no te lo diré, señor Espresso.

Mateo se inclinó sobre su mesa y le dejó un vaso humeante, con la seguridad de quien entrega un secreto.
—Entonces prueba este. Es mi café. Espresso doble con un toque de amaretto… fuerte, oscuro, imposible de olvidar.

Valentina lo miró como si sospechara de una trampa, pero, aun así, lo llevó a sus labios. El sabor ardió en su garganta, intenso, embriagador, como un golpe directo al pecho. Se le escapó un jadeo y lo miró con los ojos muy abiertos.

—Esto no es café… —murmuró, acomodándose el cabello para ocultar el rubor—. Esto es un pecado líquido.

Mateo sonrió con esa calma peligrosa que lo hacía aún más tentador.
—Exacto. Y ahora la pregunta es: "Mafalda"… ¿Te atreverías a repetirlo?

Antes de que Valentina pudiera responder, un ruido de tacones en el pasillo rompió la burbuja. Claudia apareció saliendo de la oficina de enfrente. Su porte era impecable, la chaqueta blanca resaltando contra su piel bronceada y el cabello rubio cayendo en ondas calculadas. Caminaba como si el pasillo fuera suyo… y en cierta forma lo era.

Claudia se detuvo al ver la escena: Mateo, inclinado hacia Valentina, con esa sonrisa cómplice que no necesitaba explicación. Sus ojos azules se entornaron apenas, suficiente para que Valentina lo sintiera como un filo directo en la piel.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Claudia con voz melosa, aunque debajo vibraba una nota de hielo.

Mateo, ajeno al filo, respondió con naturalidad:
—Nada… solo la señorita Mafalda y yo discutiendo cuál es el café más fuerte de la ciudad.

Claudia enarcó una ceja y sus labios se curvaron en una sonrisa contenida.
—Qué interesante —dijo, girando su mirada hacia Valentina—. No sabía que las asistentes tenían tanto tiempo libre para hablar de… cafés.

Valentina arqueó las cejas y sonrió con sarcasmo.
—Asistente no soy, Claudia. Soy coordinadora de marketing digital, un puesto bastante parecido al de Mateo. Pero entiendo tu confusión, seguro que no sueles prestar atención a los detalles.

Claudia la recorrió de arriba a abajo, con esa mirada que disecciona sin piedad: zapatos corrientes, ropa sin etiqueta de diseñador, el cabello rebelde que pedía a gritos un tratamiento de keratina. Valentina lo notó y, lejos de incomodarse, soltó una carcajada suave.

—No todas las triunfadoras nos vestimos con ropa de diseñador —añadió, sosteniéndole la mirada—. A veces es mejor pasar desapercibida… da ventaja.

Un silencio incómodo se extendió en el pasillo. Claudia sostuvo la mirada un segundo más, como evaluando si Valentina era digna siquiera de estar allí, y finalmente se giró hacia Mateo.

—Nos vemos más tarde —le dijo con tono firme, antes de marcharse.

El eco de sus tacones resonó como una sentencia. Y justo antes de girar la esquina, Claudia lanzó una última frase, sin mirar atrás:
—Algunas personas deberían saber cuál es su lugar.

El corazón de Valentina se contrajo. No sabía si esas palabras iban dirigidas a ella… pero en el fondo no necesitaba confirmarlo.

Mateo permaneció en silencio, observándola, como si estuviera a punto de decir algo. Pero Valentina se adelantó, fingiendo calma mientras apretaba los puños bajo el escritorio.
—Tranquilo, señor Espresso… yo sé muy bien cuál es mi lugar. —dijo con una sonrisa forzada, aunque por dentro la herida ardía como fuego recién encendido.

Y en ese instante comprendió que la tregua con Mateo tenía un precio: la guerra apenas comenzaba.

La llegada de Claudia había dejado un incendio intenso en el interior de Valentina. En su cabeza solo se imaginaba una lluvia de meteoritos. Observó a sus compañeros de trabajo concentrados en sus tareas e imaginó una escena apocalíptica: llamas cayendo sobre ellos, fuego alienígena que lo consumía todo… todo sobre el perfecto cabello oscuro, brillante y grueso de Mateo.

Al imaginar la escena, Valentina sonrió, pero no se dio cuenta de que se estaba enredando el cabello hasta volverlo una maraña de rizos rebeldes. Sin más, salió de la oficina directo al baño.

Mateo la miró, y una sonrisa se le escapó. Tomó su celular y escribió:
—Ahora sí pareces Mafalda 😏

Valentina gruñó, justo cuando sintió la mano de Laura halarla:
—Vamos al baño, porque necesitas arreglarte ese cabello.

Ahí, en el baño, Laura la miró con curiosidad.
—¿Cómo va todo? —preguntó, mientras ayudaba a Valentina a desenredarse el cabello.

Valentina le contó lo ocurrido con Claudia, desde la chispa de tensión hasta la mirada evaluadora y la sonrisa contenida de la rubia.

Laura suspiró, poniendo una mano sobre el hombro de Valentina.
—Voy a pedirte una cita con mi estilista —dijo, con firmeza.

—No me gustan los estilistas —respondió Valentina con picardía.

—Bueno, te aguantas. Ya no tienes doce años, Valentina, y necesitas invertir en ti. Siempre andas vestida como si fueras directo a la cama… lo que falta es que vengas en pijamas a trabajar.

Valentina sonrió, pícara:
—No me des ideas, porque es lo que deseo…

Laura frunció el ceño, y agregó:
—Es más, vamos a comprar un vaso más serio para que quites ese vaso del gato.




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