Al fin había llegado el viernes. Por primera vez en la semana, Valentina podía permitirse levantarse tarde. Los días anteriores, Mateo había permanecido sorprendentemente neutral; los mensajes se habían detenido. Sabía perfectamente quién tenía la culpa: Claudia, la oxigenada. Pero, ¿por qué se sorprendía? Ya sabía en dónde se metía cuando aceptó seguir con este juego.
El sábado comenzó con un aire de rebeldía contenida. Valentina y Laura se dirigieron al salón de belleza; allí, Valentina se dejó aplicar la keratina sin demasiadas quejas, aunque cada vez que Laura la miraba con esa sonrisa triunfante, sentía que la estaba retando a ser “otra persona”. Pero no iba a ponérselo fácil a nadie; estaba decidida a mantener su espíritu “Mafalda” intacto.
—Listo —dijo el estilista mientras retiraban el plástico del cabello de Valentina. Laura vigilaba el procedimiento sin perder la concentración, luego de un instante, al ver el resultado final, sonrió.
— Ahora sí pareces alguien que sabe lo que quiere… aunque todavía no confío del todo en tu buen gusto.
Valentina se rio, pasando los dedos por su cabello liso y brillante. Luego, decidieron pasar por unas tiendas para comprar algo de ropa. Laura estaba decidida a transformar su estilo, y Valentina se dejó guiar con cierta diversión y algo de resignación. Entre probadores y risas, Laura aprovechó para tantear el terreno más delicado:
—Entonces… ¿Cómo va tu jueguito de chat con Mateo? —preguntó con curiosidad traviesa.
Valentina frunció el ceño y sacudió la cabeza. —Oh, no hablemos de eso… —respondió, con un dejo de exasperación—. Llegó Claudia, y creo que este juego ya terminó.
Laura se rio, con esa picardía que siempre la hacía sentir en confianza.
—Bueno, ya sabes lo que dicen… los juegos apenas comienzan cuando crees que han terminado.
Valentina suspiró, con una mezcla de diversión y frustración.
—Entonces… supongo que solo me queda prepararme para la próxima ronda.
—No, querida, ahora resta volverse más estrategas y analizar las posibilidades, que ninguna rubia perfecta con aspecto de modelo de pasarela te destruya la autoestima —Valentina suspiro y contempló a su amiga con ternura.
El resto del día transcurrió entre probadores, cafés y risas. Aunque Valentina no podía ignorar el pequeño nudo en el estómago cada vez que pensaba en Claudia y en Mateo. Algo le decía que esta batalla estaba lejos de terminar, y que el día siguiente traería nuevas sorpresas.
El domingo llegó, Laura se quedó a pasar la noche del sábado con ella. Mientras saboreaba su café en pijama y hojeaba distraídamente la app, su celular vibró. Mateo rompía el silencio, y su corazón explotó en una mezcla de sorpresa y emoción. En la pantalla apareció el mensaje:
Reto: “Ni creas que olvide el reto Mafalda.” Mañana vienes a la oficina con tu mejor café… o te verás penalizada 😏.
Valentina soltó un pequeño grito y casi deja caer la taza. Corrió hacia Laura, mostrando el mensaje con los ojos brillantes de emoción.
—¡Mira esto! —dijo, sujetando el celular como si fuera un tesoro.
Laura leyó, arqueó una ceja y sonrió con picardía:
—Bueno, Valentina… la pelea está declarada. Que gane el mejor barista. Pero recuerda, aquí nadie se rinde sin jugar sucio. Mateo, quiere guerra, pues se la darás y yo te ayudaré —dijo Laura con solemnidad.
Valentina rio, sintiendo cómo la adrenalina recorría su cuerpo.
—Perfecto —respondió—. Que empiece el juego de tronos… y que Claudia no se atreva a interponerse.
Aunque el mensaje de Mateo la había emocionado, la mente de Valentina comenzaba a girar en círculos. ¿Por qué quería seguir con este juego? ¿Por qué esa mezcla de orgullo, deseo y desafío la tenía tan atrapada? Su corazón latía con fuerza, pero no solo por la emoción del reto; también sentía la punzada incómoda del resentimiento hacia Claudia, la “oxigenada” que parecía surgir en todos los momentos adecuados para recordarle su lugar… o intentar arrebatárselo.
Se apoyó contra el respaldo del sofá, abrazando a Chewbacrazy, y dejó que sus pensamientos fluyeran, tratando de ponerlos en orden. “Match equivocado”, se repitió en su mente. Sí, sabía que estaba atrapada en un triángulo complicado, pero la idea de retroceder le parecía imposible. El orgullo le gritaba que debía mantener su posición, que no podía dejar que Claudia le ganara terreno. La atracción por Mateo, en cambio, la hacía sentir vulnerable, deseando que cada palabra y cada gesto tuvieran un significado más allá del juego.
Laura, siempre perceptiva, notó la duda en los ojos de Valentina y se acercó, apoyando una mano en su hombro.
—¿Qué pasa, Val? —preguntó con suavidad—. Esa sonrisa parece medio tímida… ¿o es miedo? No me digas que te da miedo el reto.
Valentina suspiró y negó con la cabeza, intentando recomponerse.
—No es miedo… —dijo, aunque sabía que no era del todo cierto—. Solo… es complicado.
Laura sonrió con complicidad y le dio un pequeño empujón amistoso:
—Debes aceptar ese reto. Además, Chewbacrazy y yo te vamos a ayudar a preparar ese café con amaretto… para que ganes ante Mateo.
Valentina arqueó una ceja, sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa y sus ojos brillaron con picardía:
—O… ¿Y si mejor pierdo? Así veo con qué me castiga.
Laura soltó una carcajada y le dio un golpecito en el hombro:
—¡Eso sí, sería muy valiente! Pero sé que eres más lista de lo que crees… y más obstinada. Vamos, que la guerra apenas comienza.
Valentina se recostó en el sofá, acariciando a Chewbacrazy, sintiendo cómo la mezcla de orgullo, deseo y desafío la empujaba a continuar. “Que empiece la guerra”, pensó, esta vez con la convicción de alguien que sabía que el juego no era solo sobre café… era sobre ella, su decisión y lo que estaba dispuesta a arriesgar por un sentimiento que aún no quería nombrar.
Valentina, Laura y Chewbacrazy se dirigieron a la cocina, cargadas con ingredientes y utensilios, como si fueran científicos a punto de un experimento prohibido.