El Match equivocado

Capítulo 13 —Ecos de un beso.

La mañana comenzó con un sol pálido que apenas se colaba por las persianas. Valentina se levantó con el corazón acelerado, recordando cada segundo de la noche anterior. El beso de Mateo seguía vivo en su piel, y con él, un torbellino de emociones que no sabía cómo manejar.

Mientras se preparaba para ir a la oficina, trató de recomponerse. Nada debía delatar lo que había pasado. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, veía su mirada intensa y escuchaba esas palabras que habían hecho temblar todos sus muros.

En el camino a la oficina, su teléfono vibró: un mensaje de Pablo.
¿Cómo amaneces? Espero que sonrías un poco hoy 😊.

Valentina sonrió débilmente, y de inmediato su mente volvió a Mateo. La ironía la golpeó: había aceptado salir con Pablo para protegerse de lo que sentía por Mateo, y ahora estaba pensando en él antes que en cualquier otra cosa.

Al llegar, notó algo extraño: Claudia entró minutos después, impecable, con esa seguridad que siempre la hacía sentir pequeña y fuera de lugar. Valentina contuvo un suspiro y se acomodó en su escritorio, mientras su corazón latía más rápido de lo normal.

Desde el otro lado del pasillo, Mateo apareció con paso tranquilo, pero su mirada buscaba la de ella. No dijo nada; solo dejó que el silencio hablara, y Valentina sintió de nuevo ese nudo en el pecho.

—¿Qué haces aquí, Claudia? Tu oficina está en la empresa de enfrente —preguntó Mateo en voz baja, sujetándola suavemente del brazo.

—Oh, cariño… —respondió ella con una sonrisa afilada—. No eres el único que conozco en esta empresa. Además, recuerda que tu compañía tiene negocios con la mía, y hoy vine en su representación.

—Curioso… a mí no me habían informado de ese nuevo “negocio” —replicó Mateo, frunciendo el ceño.

Desde su escritorio, Valentina contenía la respiración, tratando de escuchar. Resultaba extraño: no solo porque Claudia y Mateo no habían entrado juntos, sino porque él parecía realmente sorprendido por lo que ella decía.

—¿Cómo ibas a saberlo? —Claudia ladeó la cabeza con fingida dulzura—. Ayer ni siquiera te dignaste a responder mis mensajes.

Mateo quedó en silencio. Claudia le dio la espalda con un gesto elegante y comenzó a avanzar por el pasillo.

—Tenemos una conversación pendiente, Mateo —añadió sin volverse, dejando sus palabras flotando como una amenaza disfrazada.

Mientras Valentina intentaba concentrarse en su trabajo, Claudia ya estaba en plena acción, revisando archivos y enviando mensajes sutiles a Recursos Humanos para mover sus fichas, preparando el terreno para hacer sentir incómoda a Valentina sin que nadie lo notara directamente.

Valentina suspiró, consciente de que la guerra apenas comenzaba. Aquella visita no tenía nada que ver con contratos: podía oler el peligro en el aire. De un lado, la atracción innegable de Mateo; del otro, la amenaza latente de Claudia, y entre ambos, la ilusión ingenua de Pablo, convertido sin saberlo en una ficha más dentro de un tablero que ella aún no sabía dominar.

Mientras la ciudad despertaba con su murmullo constante, Valentina comprendió que el beso de anoche lo había cambiado todo. No había vuelta atrás. Nadie estaba fuera de juego.

Valentina se obligó a concentrarse. Había abierto el correo tres veces sin leer nada, y las letras se mezclaban hasta volverse manchas negras sobre la pantalla. Con un gesto decidido, tomó el celular y lo puso en silencio. No quería más distracciones. Ni mensajes. Ni de Claudia, ni de Pablo… ni de Mateo.

Sobre todo, de Mateo.

Porque lo sabía: bastaba con que su nombre apareciera en la pantalla para que todo se desmoronara dentro de ella. Y lo último que podía permitirse era dejar que su corazón la delatara en medio de la oficina.

Se inclinó sobre el teclado, decidida a terminar un informe, cuando una sombra se proyectó sobre su escritorio. Levantó la vista y casi se atragantó con el café. Mateo estaba allí, de pie, con la chaqueta colgada del brazo y esa expresión serena que en realidad era pura tormenta contenida.

—¿Problemas con el internet o simplemente me ignoras? —preguntó en voz baja, inclinándose lo suficiente como para que solo ella lo escuchara.

Valentina parpadeó, ofendida.
—Perdona, ¿desde cuándo eres el técnico de la empresa?

Mateo sonrió apenas, esa sonrisa peligrosa que hacía que los demás parecieran de utilería.
—Desde que descubrí que mi presencia te desconcentra más que cualquier falla de red.

Ella casi escupió el café. Tosió para disimular, mientras sentía el calor subirle al rostro.
—Eres un egocéntrico… —murmuró, bajando la vista al teclado.

—Y tú, una pésima actriz —replicó él, acomodándose en el borde de su escritorio.

Valentina quiso protestar, pero la interrumpió el sonido de un papel cayendo sobre su mesa. Era una nota doblada. Lo miró con desconfianza.

—¿En serio? ¿Notas en pleno 2025? ¿No sabes usar Slack? —susurró con ironía.

—Confía en mí. —Mateo arqueó una ceja—. Esto es mucho más seguro que tus aplicaciones con contraseñas ridículas como “Valen1234”.

Ella abrió los ojos como platos.
—¡Tú… tú revisaste mi celular!

Él contuvo una risa.
—Solo fue un ejemplo. Pero gracias por confirmarlo.

Valentina quiso hundirse bajo el escritorio. Abrió la nota con manos temblorosas. En letras rápidas, casi ilegibles, decía:

"No quiero que vuelvas a pensar que alguien como yo no podría fijarse en alguien como tú."

El corazón le dio un vuelco. Rápidamente, dobló el papel y lo escondió bajo una carpeta, antes de que Laura o Pablo aparecieran con alguna broma inoportuna.

Mateo se inclinó un poco más, lo suficiente para que el roce de su hombro rozara el suyo.
—Deja de silenciar el teléfono, Mafalda —susurró, con esa voz grave que le erizaba la piel—. Porque aunque lo hagas… sabes que igual voy a encontrarte.

Valentina apretó los labios, resistiéndose a sonreír. Y en ese instante se preguntó si en verdad existía alguna estrategia capaz de salvarla de esa guerra en la que el corazón y la razón parecían estar en bandos opuestos.




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