El Match equivocado

Capítulo 14 — El retrato que hizo ronronear al destino.

La tensión podía cortarse con una cuchara.
Pablo dejó los dos cafés sobre el escritorio de Valentina, ignorando deliberadamente la mirada que Mateo le lanzó desde el otro lado de la oficina.

—¿Uno con doble azúcar, como te gusta? —dijo con una sonrisa amable.
Valentina sintió el peso de dos miradas: una dulce y otra afilada.

—Gracias, Pablo —respondió, intentando sonar natural, aunque su voz tembló más de lo que quisiera admitir.

Mateo se levantó despacio, con esa calma peligrosa que en él era preludio de tormenta.

—¿Café con doble azúcar? —preguntó con voz tranquila, pero con una ceja arqueada—. Pensé que lo habías dejado… por aquello de las calorías, ¿no?

Valentina parpadeó, incrédula.

—¿Tú… cómo sabes eso?

—Digamos que observo —respondió él, con una sonrisa apenas dibujada—. Es parte de mi trabajo.

Laura, que observaba desde su escritorio con una sonrisa cómplice, intervino divertida:

—¿Trabajo? Oh, claro… el trabajo de mirar a Valentina como si fuera un informe confidencial.

—¡Laura! —protestó Valentina, sintiendo cómo el color le subía al rostro.
Mateo se llevó una mano al pecho con fingida seriedad.

—Bueno, admito que es un archivo difícil de descifrar.

Laura soltó una carcajada.

—Dale tiempo, Valen. Los genios se demoran en entender lo obvio.

Valentina rodó los ojos y tomó un sorbo de café para ocultar la sonrisa que amenazaba con escapársele. Pero antes de poder responder, el timbre de la recepción sonó, y la voz de la secretaria retumbó por el altavoz:

—El equipo de Claudia en representación de la empresa Investment Group acaba de llegar para la reunión de las 10:00.

Valentina sintió cómo el corazón se le detenía un instante.
Laura giró hacia ella, arqueando las cejas.

—¿Claudia…? ¿La misma Claudia?

—La misma —susurró Valentina, apretando el vaso de café con ambas manos.

Mateo se limitó a cerrar la carpeta que tenía entre las manos, exhalando despacio, como quien se prepara para una batalla que no pidió librar.

—Sabía que esto iba a pasar —murmuró, más para sí que para ellas.

Laura alzó una ceja.

—¿Por fin es la prometida oficial o la ex-oficialmente insoportable?

—Ambas —respondió Valentina, sin levantar la vista.

Valentina quiso reír, pero no pudo.
Su pecho se apretó al recordar la escena de la mañana anterior: Claudia apareciendo con excusas vagas, mencionando esa “reunión” y, sobre todo, la forma en que había llamado a Mateo cariño delante de todos.

Ahora entendía que aquella visita no había sido casualidad. Era una advertencia.

Cuando Claudia entró en la sala de juntas, el aire cambió.

Llevaba un traje beige entallado, el cabello recogido y una sonrisa tan medida que parecía cincelada.

—Buenos días a todos —saludó con tono impecable.

Su mirada se detuvo apenas un segundo más de lo necesario en Valentina.

—Qué gusto verte de nuevo, Mateo. —Y luego, con una ligera curva en los labios—. Espero que hoy sí atiendas mis llamadas. Eres mi prometido —dijo pausadamente.

Mateo se aclaró la garganta.

—Estamos aquí para hablar de negocios, Claudia.

—Por supuesto —respondió ella, con una cortesía tan fría que dolía.
Pero cada palabra, cada gesto, estaba dirigido a Valentina, aunque su mirada no la buscara directamente.

Durante la presentación, Mateo intentó mantener la concentración, pero la tensión entre los tres era evidente. Valentina se limitó a tomar notas, fingiendo indiferencia, mientras Laura, sentada a su lado, le susurraba sin mover los labios:

—Si la tensión aumenta un poco más, va a explotar el proyector.

Valentina casi se atraganta, conteniendo una risa nerviosa.
Claudia siguió hablando con soltura, mostrando gráficas y sonriendo solo cuando Mateo la observaba.

Al finalizar, se acercó a Valentina con un gesto amable.

—Excelente trabajo con los informes, Valentina. Mateo tiene buen ojo para elegir con quién trabaja.

Valentina respondió con la misma amabilidad envenenada.

—Y usted tiene buen ojo para venir sin avisar.

Laura ahogó una carcajada. Mateo, por su parte, tosió para disimular la sonrisa que le escapaba.

Claudia ladeó la cabeza.

—A veces es mejor aparecer cuando menos lo esperan. Mantiene las cosas… interesantes.

La tensión se hizo palpable.

Cuando por fin se marchó, la oficina entera pareció exhalar, aliviada.
Laura fue la primera en romper el silencio.

—Si yo fuera tú, Valen, después de eso me tomaría tres cafés y una meditación guiada.

—O una mudanza —replicó Valentina con ironía.

Mateo la observó, cruzando los brazos.

—¿Estás bien?

—Perfecta —mintió ella, guardando sus papeles.

—No lo pareces.

—Y tú sí pareces un hombre comprometido… pero aquí estás. —Lo miró con una mezcla de reproche y deseo.

Él suspiró.

—Claudia no entiende límites.

—No parece la única —susurró Valentina antes de salir.

Horas después, Valentina buscó aire en la terraza.
Sacó su libreta y comenzó a dibujar, intentando concentrarse en el reto que Mateo le había dejado.

Trazó su perfil con trazo inseguro, recordando el roce de su hombro, el tono de su voz… y la frase que aún resonaba en su cabeza: No quiero que pienses que alguien como yo no podría fijarse en alguien como tú.

—Si eso se supone que soy yo, me has puesto demasiado cabello —murmuró una voz a su espalda.

Ella dio un respingo.

—¿Tú otra vez?

—No podía dejarte sola después de la guerra diplomática que acabas de sobrevivir —dijo, apoyándose en la baranda a su lado.

Valentina se giró apenas.

—No fue una guerra. Fue… un campo minado con perfume caro.

Mateo rio suavemente.

—Me gusta cuando eres sarcástica.

—Y a mí cuando no eres un problema con traje.

Él se inclinó, bajando la voz.




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