La mañana se filtraba con una luz dorada que apenas lograba colarse entre las cortinas. El silencio del apartamento era tan profundo que podía escucharse el tic-tac del reloj mezclado con el leve zumbido del viento que rozaba los ventanales. Valentina despertó con la sensación de haber vivido un sueño demasiado vívido para ser real.
Por un momento permaneció inmóvil, observando el techo, intentando separar los recuerdos de la noche anterior de lo que su corazón seguía sintiendo. La cena, las miradas cruzadas, el vestido color vino, el vino derramado, el gesto protector de Mateo… Todo seguía allí, flotando en su mente como fragmentos de una película que no podía detener.
Sus dedos rozaron la sábana, buscando consuelo en el tacto.
—¿Qué fue todo eso? —susurró, apenas audible, como si temiera que las paredes pudieran responderle.
Recordó cómo los ojos de Mateo habían cambiado de tono cuando la miró: primero frío, disciplinados, llenos de control… luego cálidos, desarmados, casi vulnerables. Era como si dentro de él convivieran dos hombres distintos, separados por una línea invisible. Mateo Han y Han Joon, el hombre público y el alma escondida.
Quizá, pensó, esa dualidad era su verdadera prisión… y también su mayor encanto.
Un leve sonido la sacó de sus pensamientos.
El tintineo de un cascabel anunció la llegada del pequeño Chewbacrazy, que trepó hasta su cama con la elegancia torpe de siempre. Se acurrucó sobre su pecho, y el ronroneo llenó el silencio con una melodía tibia, casi sanadora.
Valentina sonrió débilmente, acariciando su pelaje.
—Buenos días, mi amado peludo —murmuró con ternura—. ¿Sabías que hay una leyenda que dice que los gatos pueden ver entre dimensiones? Que distinguen lo que nosotros no podemos: la luz, la oscuridad… y los corazones verdaderos.
El gato ronroneó más fuerte, como si respondiera.
—Dime, Chewie… —continuó ella, en voz baja—, ¿crees que Mateo me va a herir? ¿O su corazón será lo bastante fuerte para romper esa dualidad que lo encierra y mostrar quién es realmente? —Hizo una pausa, como si temiera la respuesta—. ¿Podrá dejar de ser el Mateo que el mundo espera y convertirse, por fin, en Han Joon… el hombre que se atrevió a sentir?
Los ojos del gato se abrieron lentamente, reflejando la luz que entraba por la ventana.
Valentina sintió un nudo en la garganta y lo abrazó con fuerza, escondiendo el rostro en su pelaje.
—A veces pienso que sería más fácil si no lo hubiera conocido —susurró, la voz quebrada—, pero luego recuerdo cómo me mira… y todo el caos se vuelve poesía.
El reloj marcó las diez de la mañana. Valentina se peinó, se cepilló los dientes y se dispuso a disponerse a preparar el desayuno. Mientras lo hacía, cerró los ojos, dejando que el ronroneo del gato se mezclara con sus pensamientos, y por un instante, sintió que entre ese sonido y el eco de su respiración, aún podía escuchar la voz de Mateo repitiendo su nombre:
Mafalda…
El sonido del timbre la hizo sobresaltarse.
Por un segundo pensó que era Laura, como cada domingo, trayéndole panecillos y su risa habitual. Se limpió las mejillas con la manga del suéter, aun con el gato acurrucado en su regazo, y fue hacia la puerta con pasos lentos. El cascabel tintineó otra vez, como si acompañara el eco de sus pensamientos.
Al abrir, la sorpresa le secó la voz.
Mateo estaba allí, sosteniendo dos cafés. Llevaba una sudadera gris y el cabello ligeramente despeinado, como si hubiera salido de casa sin pensarlo demasiado. La mañana lo bañaba con una luz pálida, y por un instante, Valentina creyó ver en su mirada el mismo desorden que sentía dentro de sí: una mezcla de culpa, ternura y algo más que no se atrevía a nombrar.
—Pensé que te vendría bien un café —dijo él, con una sonrisa apenas visible—. No pude dormir mucho anoche.
El corazón de Valentina dio un salto.
No era la sonrisa de “Han Joon” —esa máscara tranquila y perfecta que mostraba al mundo—, sino la del Mateo que había aprendido a temer y desear al mismo tiempo.
Detrás de ellos, el viejo tocadiscos comenzó a sonar, como si tuviera vida propia.
Las primeras notas de “Is This Love to You” llenaron la habitación, y el aire se volvió casi tangible, denso, suspendido entre ambos.
Ella se apartó para dejarlo pasar.
El gato se enroscó en la esquina del sofá, observando con sus ojos de otro mundo, mientras Mateo dejaba las tazas sobre la mesa.
—No sé por qué vine —admitió él de pronto, con la voz quebrada—. Solo… necesitaba verte. Todo lo que pasó ayer me está dando vueltas en la cabeza.
Valentina lo miró fijamente.
—¿Y qué es exactamente lo que te da vueltas, Mateo? ¿La culpa… o el miedo de sentir?
Él desvió la mirada, respirando hondo.
—Ambas cosas. Pero también hay algo más. —Sus dedos rozaron la taza—. Cuando te miro, siento que todo lo que soy se desordena. Y no sé si eso es bueno o peligroso.
Ella se acercó un poco más, con la voz apenas un susurro.
—Tal vez las dos cosas a la vez. Las emociones verdaderas casi nunca son seguras.
Por un momento, la canción llenó el silencio entre ellos, con esa voz rasgada que hablaba del amor como una pregunta sin respuesta.
Valentina lo observó en silencio, y dentro de sí, sintió que su gato tenía razón en algo que ni siquiera podía decir con palabras: a veces, lo que duele también es lo que más enseña.
Valentina respiró hondo, sosteniendo la taza caliente entre las manos.
El vapor ascendía como si quisiera dibujar palabras no dichas entre ambos.
—Ya que estás aquí —dijo finalmente, alzando la mirada—, lo mejor será hablar sin rodeos.
Mateo asintió, sin decir nada.
Ella sintió que su voz temblaba, pero continuó:
—¿Recuerdas el reto del que te hablé? Ese donde te pedí un mapa que me guiara entre tus silencios…
—Sí —respondió él, con una media sonrisa—. Dijiste que querías entender quién soy realmente.