El Match equivocado

Capítulo 19 — Sombras que no duermen

Luego de salir del apartamento de Valentina, Mateo manejó sin rumbo fijo, intentando escapar de la estructura que era su vida. Ella tenía razón: necesitaba un poco de caos.

El reloj del tablero marcaba las dos y media de la madrugada cuando detuvo el auto frente a su edificio. No recordaba cuánto tiempo llevaba conduciendo, intentando ahogar en el motor el eco del beso de Valentina. El aire nocturno era espeso, casi eléctrico; las luces de la ciudad parecían pulsar al ritmo de su culpa.

Subió sin prisa. El ascensor le devolvía su reflejo: un hombre que ya no sabía si quería ser Han Joon o solo Mateo. Al girar la llave de su puerta, el sonido metálico le pareció más fuerte de lo habitual… y entonces la vio.

Claudia estaba sentada en el sofá, con una copa de vino en la mano y una calma tan impecable que dolía. Vestía seda color marfil, el cabello suelto, los labios pintados con precisión quirúrgica. Pero sus ojos —esos ojos que solían ser espejos de orgullo— estaban vidriosos y cargados de fuego contenido.

—Tardaste —dijo, sin levantar del todo la voz, mientras se pasaba una mano por el cabello, tratando de recomponerse.

Mateo dejó las llaves sobre la mesa, con el corazón latiendo más rápido de lo que quería admitir.

—No sabía que vendrías.

—Aparentemente, ya no sabes muchas cosas —replicó ella, dando un sorbo al vino, cerrando los puños por un instante, antes de relajarlos y apoyar la copa—. Hablemos sin máscaras. Dime, Mateo, ¿qué te traes con Valentina?

No hubo espacio para evasivas. Su voz no temblaba, pero en su interior ardía un incendio silencioso. Mateo la observó unos segundos, intentando reconocer en su mirada a la mujer que un día lo había conquistado. Pero solo encontró distancia, miedo y cansancio. Su garganta se tensó; sus manos temblaban ligeramente al no tocarla.

—Claudia… —empezó, con voz baja, intentando no traicionar el nudo en su pecho—, no quiero lastimarte.

—¡Ya lo hiciste! —exclamó ella, con la voz quebrada y un hilo de lágrima rodando por su mejilla—. Solo quiero escucharte, decirlo. Quiero saber si todo este tiempo fui la sombra de algo que ya buscabas afuera.

Mateo cerró los ojos un instante. No había manera de disfrazar lo evidente.

—No hay nadie más en mi vida, Claudia. Pero sí hay algo que dejé de sentir hace mucho.

Ella sonrió, esa sonrisa rota que se usa cuando uno quiere parecer fuerte. Se pasó las manos por el rostro y luego por el cabello, tratando de recomponerse:

—Entonces es verdad. Esa chica te está moviendo el suelo.

—Claudia, no inventes cosas…

—¡No invento nada! —gritó ella, poniéndose de pie—. ¡Tú cambiaste, Mateo! Desde que esa chica apareció, eres otro. Ya ni siquiera disimulas. Y aún tengo la llave de este lugar, ¿ves? —la levantó con rabia entre los dedos—. La tengo porque tú nunca me pediste que me fuera.

El silencio cayó de nuevo. Mateo caminó hasta el ventanal, observando las luces lejanas de la ciudad. Su corazón latía con fuerza, la respiración un poco más rápida, el nudo en la garganta dificultando cada palabra:

—Claudia, no quiero seguir viviendo en una mentira —dijo finalmente, con voz baja—. Te lo debía decir antes, pero no puedo seguir con algo que ya no siento.

Ella lo miró con los ojos vidriosos:

—Entonces fue verdad… —susurró—. No soy suficiente.

—No digas eso… —Su voz temblaba, apenas audible.

—¡Sí, lo soy! —interrumpió con desesperación, respirando hondo—. Fui la que estuvo contigo cuando nadie más lo hacía, la que te esperó, la que te defendió frente a tus padres. ¡Y tú ni siquiera fuiste capaz de presentarme como tu pareja! Fuiste tan cobarde de no decirles que te habías comprometido conmigo… Tantos planes… Dios mío, no puede ser que todo haya sido tan inútil. Ahora lo entiendo: yo era tu salvavidas, pero no me amabas… no lo suficiente para enfrentarte a tus padres por mí. Fue mentira, entonces.

—No. Fue real mientras lo fue. Pero se volvió un hábito… y el amor no debería ser eso.

Por primera vez, Claudia perdió el control. Dejó caer la copa al suelo, el cristal se rompió con un agudo susurro que llenó la habitación. El aroma del vino derramado se mezcló con la tensión en el aire, y sus lágrimas no pudieron ocultar la furia y el dolor.

—¿Y ella? ¿Vale tanto como para tirar todo por la borda? —preguntó con voz temblorosa, acercándose hasta rozar su rostro.

Mateo la miró con dolor, pero también con una paz extraña.

—No lo sé todavía. Sin embargo, necesito averiguarlo sin mentiras.

Claudia respiró hondo, sus ojos brillando con desafío y tristeza.

—¿Sabes qué es lo peor? —murmuró—. Que, a pesar de todo… todavía te amo. Y si esa chica cree que podrá amarte como yo, que lo intente. No me rendiré tan fácil.

Dejó la llave sobre la mesa.

—Pero si decides dejarme atrás, Mateo, que sea por amor, no por cobardía.

Salió del departamento con la cabeza en alto, dejando el eco de su perfume como una advertencia. Mateo permaneció inmóvil, mirando la llave rota sobre la mesa y las luces de la ciudad reflejadas en sus ojos.

Un instante después, su mirada se deslizó hacia la ventana, hacia el cielo nocturno… y por un segundo, pensó en Valentina. En su sonrisa, en su coraje, en ese hanbok vino que aún lo hacía perder el aliento. Su corazón latió más rápido, y un hilo de posibilidad comenzó a tejerse entre culpa, deseo y destino.

Mientras él intentaba recomponerse, la puerta del departamento de Mateo se cerraba tras Claudia. En la penumbra del pasillo, ella caminaba con pasos medidos, respirando hondo, controlando cada gesto, pero dejando que la rabia y la humillación se filtraran por los poros. Cada palabra que le había dicho a Mateo retumbaba en su mente: “¿Qué te traes con Valentina?”… y la respuesta silenciosa de él había encendido un fuego interno que no podía ignorar.

Claudia cerró la puerta de su apartamento con fuerza, el eco resonando como un tambor de advertencia. Sus labios temblaban, pero sus ojos seguían fríos, afilados, analizando cada detalle de la conversación que acababa de tener con Mateo. La traición que sentía no era solo amorosa: era profesional, personal, estratégica. Había invertido tiempo, pasión y esfuerzo en él, y ahora todo parecía desmoronarse delante de sus ojos.




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