El Match equivocado

Capítulo 21 — La grieta del rumor

El día amaneció con un brillo metálico en la ciudad. El tráfico parecía más denso, el aire más espeso, y los mensajes en el teléfono de Valentina se acumulaban sin pausa: notificaciones, preguntas, silencios disfrazados de curiosidad.

No necesitó leer mucho para entender que el rumor había dejado de ser una nota pasajera: se había vuelto tema.

—¿Acaso este infierno no piensa terminar? —refunfuñó Valentina, aferrando el vaso de café que por poco estalla contra el asfalto.

Cuando cruzó el vestíbulo del edificio de AURA Design Studio, sintió las miradas como alfileres invisibles. Las recepcionistas la saludaron con sonrisas tensas; sus compañeros apenas levantaron la vista, atrapados entre la curiosidad y la incomodidad. Nadie dijo una palabra, pero todos sabían.

—Trágame, tierra… —susurró entre dientes, apretando la carpeta contra el pecho.

Aceleró el paso hasta su cubículo. Encendió la computadora con manos temblorosas, temiendo que en cualquier momento su nombre apareciera en otra notificación, en otro rumor disfrazado de noticia. Evitó mirar hacia la oficina de Mateo; no quería ver si su puerta seguía cerrada o si él estaba ahí, con ese aire sereno que últimamente se había vuelto impenetrable.

Desde hacía semanas, Mateo se mostraba más distante, más rígido en su papel de hijo de los dueños, y Valentina no sabía si aquello era un escudo o una forma de protegerla.

Suspiró.
Todo habría sido más fácil si no hubiese posado los ojos sobre él. Si el destino no hubiese jugado a unirlos con aquella invitación. Si él no hubiese insistido, con su sonrisa imperturbable, en aparcar justo en su puesto favorito. Pero de nada servían los lamentos; su corazón ya se había empeñado en él.

Porque detrás de esa mirada fría y esa compostura inquebrantable, Valentina había descubierto algo que no esperaba: un hombre que sí sentía, que sabía cuidar y amar en silencio.

El corazón se le encogió… Y el alma, al recordarlo, tembló.

En la pantalla de su computadora, las alertas de los medios la sacaron de sus pensamientos; en ellas se mostraban titulares repetidos con ligeras variaciones:

“Diseñadora vinculada sentimentalmente a inversionista de Han Industries.”
“La sombra del favoritismo en el mundo del diseño corporativo.”

El café se enfrió sin que lo notara. Su respiración era medida, casi ensayada, mientras intentaba concentrarse en los bocetos del nuevo proyecto. Pero cada vez que el teléfono vibraba, un estremecimiento le recorría la espalda.

—¿Estás bien? —preguntó Laura, dejándole discretamente una carpeta.

—Sí. Solo… cansada.

—No mires los comentarios. Te lo digo en serio, Valen. No los mires.

Pero ya era tarde.

Un hilo de curiosidad, una necesidad absurda de saber hasta dónde llegaba la crueldad, la llevó a abrir las redes. Su corazón y emociones dieron un vuelco.

Había imágenes suyas tomadas en eventos internos, sonrisas congeladas bajo titulares venenosos:

“La nueva musa del inversionista coreano.”

“De becaria a favorita.”

“El encanto que inspira las decisiones del grupo Han.”

No había pruebas. No hacía falta. La ambigüedad era más rentable que la verdad.

Valentina apretó los puños, temblando de impotencia mientras leía los titulares en la pantalla de su computadora.

Cada palabra era un golpe. Todo lo que había conseguido en la empresa —años de esfuerzo, noches sin dormir, proyectos impecables— quedaba reducido a un solo y cruel rumor: “la protegida de Mateo Han”.

El coraje le ardía en la garganta.

Estuvo a punto de cruzar la calle y subir hasta el edificio de Claudia, enfrentarla, gritarle, o quizá —y por un instante lo deseó con fuerza— tomarla del cabello hasta dejarla calva.

Pero antes de dar un paso, Laura le sujetó el brazo.

—Ni se te ocurra, Valentina. —La miró con esa mezcla de seriedad y complicidad que solo las verdaderas amigas saben usar—. Créeme, yo también muero por dejar calva a esa Cruella de Vill, pero no podemos caer tan bajo.

Valentina respiró agitadamente, los labios tensos, los ojos enrojecidos.

—Laura, no puedo… no después de todo lo que insinuaron.

—Sí puedes. —Laura levantó una ceja, obligándola a mirarla—. Respira conmigo, anda. Uno… dos… tres. Otra vez. Uno… dos… tres.

Valentina cerró los ojos, obedeciendo a regañadientes. Su respiración fue cediendo poco a poco, aunque la rabia seguía latiendo en su pecho como un tambor.

—Eso es —murmuró Laura, soltándola con una sonrisa leve—. Ahora guarda las garras, pantera. Ya tendremos nuestro momento.

Valentina soltó una risa amarga, breve.

—Solo espero estar ahí cuando el karma decida pasarle factura.

Laura asintió, mirándola de reojo.

—Créeme, va a necesitar una peluca cuando eso pase.

Mientras tanto, en otro edificio, Claudia observaba los informes de prensa desde su oficina en el piso 32 de Han Industries. La vista panorámica sobre la ciudad la hacía sentirse dueña de un tablero invisible.

Su asistente le entregó un resumen con los comentarios más virales.

—¿Quiere que preparemos una declaración institucional? —preguntó la joven, sin sospechar.
Claudia sonrió con elegancia.

—No. Que el silencio hable por nosotros. A veces, las negaciones solo confirman lo que queremos borrar.

Se inclinó hacia atrás, girando lentamente el anillo de compromiso que todavía llevaba puesto. No lo había devuelto. No, aún no.

Miró su reflejo en el cristal del ventanal y, por un instante, creyó ver en sus propios ojos algo parecido a tristeza. Pero lo disipó con un suspiro.

—No se trata de destruirla —susurró—. Solo de recordarle cuál es su lugar.

A media tarde, Valentina fue llamada a una reunión con la directora del estudio, una mujer pragmática, de voz firme y mirada tan calculada que ni siquiera necesitaba levantar el tono para imponer respeto.




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