El Match equivocado

Capítulo 25 — Camelias Rosadas

Los días continuaban pasando, y la decisión de sus padres de que Valentina aún no regresara a la empresa hasta que todo se aclarara tenía a Mateo atado de manos y lleno de ira. No quería visitar a sus padres; su madre le marcaba, pero él desviaba las llamadas, incapaz de soportar el control.

Encendió el coche y salió de la oficina. Se había quedado hasta tarde, y al llegar a su departamento tuvo la sensación de que alguien lo seguía, pero lo ignoró. Preparó un trago, miró la pantalla de su celular: Valentina mantenía el silencio. Decidió no preguntar más a Laura; ese problema lo resolvería solo. Entre pensamientos y recuerdos, quedó profundamente dormido, pidiendo a sus ancestros una señal.

El sol se colaba por la ventana, tocando su rostro, cuando algo casi imperceptible llegó a sus sentidos: un aroma sutil, delicado, que lo despertó por completo. Mateo respiró hondo y recordó nítidamente el olor de aquellas mañanas con su abuela, regando flores en el jardín. Había una que captaba su atención por su delicadeza: no era penetrante como las demás.

—Abuela… —¿Cómo se llama esa flor? —preguntó, con la curiosidad intacta de la infancia.

—Camelias, Mateo —respondió ella con una sonrisa—. Son flores especiales. Representan amor puro, constante y fiel, que resiste el tiempo y las dificultades. Su aroma es sutil, discreto… Algunas variedades casi no huelen, pero todas transmiten calma y belleza. Incluso su delicadeza tiene un mensaje: el amor verdadero no necesita gritar; su fuerza se percibe en la constancia, en el cuidado silencioso, en la devoción que protege y sana.

Mateo la contempló, y en ese instante comprendió: así debía ser su amor por Valentina. Firme, paciente, capaz de superar los obstáculos y permanecer intacto ante cualquier prueba.

Inspiró profundamente, dejando que aquel aroma lo envolviera. Una idea clara surgió en su mente: cada camelia que colocara en su departamento hablaría por él, cada pétalo sería un mensaje silencioso de devoción y amor eterno hacia Valentina. Como en su infancia, las flores tenían el poder de expresar lo que las palabras no podían.

Y allí estaba él, con una idea clara: cada flor hablaría por él, cada pétalo susurraría lo que sus palabras aún no podían expresar. Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras tomaba su celular para llamar a la floristería. Era una locura, lo sabía, pero la decisión estaba tomada.

—Mafalda… —susurró con determinación—. Voy a enseñarte que soy imposible de ignorar. Voy a llevar la primavera del amor hasta tu casa.

Cada palabra llevaba consigo la promesa de constancia, devoción y protección. Cada flor que elegiría, cada camelia rosada cuidadosamente colocada, sería un símbolo de un amor puro y eterno, capaz de sanar heridas, superar la distancia y permanecer intacto frente a cualquier adversidad.

Mateo respiró hondo, dejando que la certeza de su intención lo envolviera. Esta vez, no habría silencio entre ellos; esta vez, cada pétalo contaría su historia.

Cerró los ojos un instante y pensó en Valentina: en su risa genuina, en esas lágrimas que le partían el alma, en cómo el mundo la había herido y él no podía borrar esas marcas. Con cada camelia que colocaba, quería reconstruir un puente hacia ella, demostrarle que su amor era fuerte, inquebrantable, eterno.

Mientras la luz de la tarde se filtraba entre las cortinas de su departamento de lujo, Mateo la imaginó, divertida y despeinada, saliendo molesta como siempre reaccionaba cuando él le quitaba el estacionamiento. Amaba esos arrebatos, esas pequeñas explosiones de su personalidad. Luego la vio sintiendo cada aroma, admirando cada pétalo, comprendiendo que aquel hombre que se había atrevido a amarla con tanta intensidad no se iría, pase lo que pase.

Porque el amor, como una estrella fugaz, podía brillar incluso en la tormenta más oscura.

Al otro lado del corazón de la ciudad, por fin Valentina había permitido que Laura entrara a su encierro.

—¡Esto es increíble! —bufó Laura, molesta—. Puedo entenderte, pero odio cuando te encierras en tu caparazón impenetrable. ¡Signo Cáncer tenías que ser!

A Valentina le dio risa el drama exagerado de su amiga.

—No te burles —reclamó Laura, aunque sus ojos mostraban alivio—. ¡Estaba preocupada!

Chewbacrazy ronroneó en medio de la tensión, y Laura lo tomó en brazos.

—¿Sabes que tu dueña está loca? —murmuró al animal, acariciándolo—. En fin, voy a hacer una crema de verduras con pollo para ambas. Así hablamos mejor.

—No quiero hablar —dijo Valentina, recogiendo las piernas sobre el sillón.

—Lo siento —replicó Laura, firme—, pero no te voy a complacer esta vez… Mateo está preocupado. Me preguntó por ti.

Valentina sintió una presión punzante en el pecho.

—Él tiene a Claudia. Ya decidí dejar de ser una piedra en su camino. Hasta eliminé esa aplicación que jamás debí abrir.

Laura suspiró con cansancio.

—No sé si sigue con Claudia. Se rumorea que la terminó. Es evidente que fue ella quien pagó para que publicaran todo ese chisme…

Valentina rompió en llanto de golpe, como si algo se hubiera resquebrajado dentro de ella.

—Vamos, Vale… no llores —pidió Laura suavemente—. Me pones mal. No es el único trabajo, y además no te han despedido; son vacaciones improvisadas.

—No lloro por eso —sollozó Valentina—. Lloro porque juré no enamorarme nunca más… y ahora esto.

Laura la miró con sorpresa, como si por fin una pieza del rompecabezas encajara.

—¿Lo amas?

Valentina no respondió. El silencio habló por ella.

—Yo creo que él también te ama —añadió Laura con cautela.

Valentina se levantó de la silla, inquieta.

—Yo no puedo ofrecerle felicidad. Ni nada estable. Y menos dentro de la cultura que él precede…

—Vale, no seas tan dura contigo misma.

—No es dureza, es realismo —dijo con un hilo de voz—. Tú sabes que jamás podré darle hijos. Sabes bien que quedé incapacitada después de esa pérdida…




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