Bajo la tenue luz de la luna se proclamó diosa, gritando miles de profanidades y hundiendo sus uñas en la espalda de su acompañante para callar sus palabras incoherentes e impuras.
La amante de los astros y la naturaleza, mucho tiempo fue juzgada pero llegó el día en que ya no más. No más críticas ni doble vida, llegó su momento, gracias a los cielos. ¡Y vaya que agradecía!
Harta de todo escapó para vivir su nuevo amor y disfrutar de los placeres que él podía brindarle.
La luna, el cielo y la tierra fueron testigos del acto carnal que ésta, por primera vez, pudo disfrutar.
Y absorta a todo, cansada y saciada,
Miró al cielo y dijo:
Luna, gracias. Tus silencios alumbraron mi alma.
Creía ser guiada por su amor por la famosa luna de queso y las constelaciones de estrellas que en el cielo estaban esparcidas.
Sí que en el fondo agradecía, sus tormentos habían acabado y su mayor admiración fue testigo de su pecado.
El pecado que todos parecían tener ánimos de juzgarlo.
Era su diosa, él era su acompañante y la luna, una vez más, su testigo.
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Editado: 21.12.2018