Ella sonreía viéndolo correr y tratando de alcanzar las mariposas, una fuerza poderosamente mágica la hacía ir detrás de él como si fuera una niña, cuando ya casi cumplía los veintisiete años.
—Mamá, las mariposas azules me gustan —su sonrisa iba adónde estaba ella, igual que su mirada— Todas se mezclan como me enseñastes.
—Inmanuel qué lindo miras, me gustan tus ojos achinados y esa sonrisa, deberías de sonreírle así a la señora Thompson, y mirarla, estoy segura que si lo haces, ella verá lo feliz que eres y podrá enviarte a casa conmigo más a menudo.
El pequeño hizo un silencio y su mirada parecía haberse perdido entre las nubes.
—Quiero ir a la playa mamá —dijo sonreído como si soñara y ella peinó su cabello hacia atrás con los dedos.
—¿Y a casa con mamá? — preguntó Cattleya emanando dulzura en su sonrisa.
—También mamá, no a la escuela…la señora Thompson es muy fea.
—¡Nooo, no es fea Inmanuel! —ella reía a carcajadas llena de ternura mientras se ponía de frente a él— eres un niño hermoso, y la señora Thompson es una señora bella de alma, es muy especial, tiene su rostro muy serio, pero es la mejor persona que conozco, su corazón es bondadoso.
—No, ella es fea, muy fea.
—Volvamos a casa Inmanuel…prepararé tu merienda favorita.
—¡Riiiico mamá, seguro tiene chocolate, y fresa! — gritó feliz volviendo la mirada hacia ella y se apresuró a tomarla de la mano.
—Soy tan feliz cuando me miras Inmanuel...
—A mi me gusta...mirarte mamá.
Retrospección
Cattleya pasó más de la mitad de su vida en un internado de monjas, ella llenó su memoria de conceptos cristianos, su corazón de sentimientos reprimidos y su alma de añoranzas.
Su padre la dejó allí internada porque estaba muy enfermo, sabía que iba a morir, igual como murió su esposa.
Él estaba resignado desde que probó la soledad, Cattleya no parecía alegrarle la vida, más bien se la llenó de temores de no saber criar a una mujercita, era lo que él repetía con insistencia .
Al morir su padre ya Cattleya no era una niña, sino una mujer, ella sufrió su pérdida sin haber podido nunca superar sus duras decisiones cuando la alejó de él y de su hogar.
Sus estudios de maestra la consagraron a una vida al servicio de la gente.
—¡No puedes ser monja! — escuchó con rigor cuando ella pidió entregar su vida al servicio de Dios.
—¿Por qué madre?
— Cattleya, eres tan noble, buena, dulce y tan rebelde... —dijo la madre superiora y Cattleya aún así no entendía el motivo de su negatividad, pero lo agradeció al conocer a quien creyó ser el amor de su vida.
Un rico heredero que buscaba a la mujer perfecta que creyera en el amor y en la familia, pero sobretodo que fuera sumisa dedicada al hogar, a las buenas costumbres y más importante aún, que lo hiciera padre de familia.
Éste supo apreciarlo todo de ella, sobre todo su belleza y la amabilidad que la caracterizaba cuando era influenciada por el corazón.
Aún su enamorado no conocía su rebeldía, la misma que la llevó a la fracasada intención de ser monja.
Al poco tiempo de casarse como Dios manda, su esposo suspiraba por tener hijos y ella sabiendo lo importante de ser padres y deseando tener un hogar, asumió cumplirle sus deseos, pero el tiempo pasaba convirtiéndose en meses y luego en un año, y no se embarazaba, y Cattleya era hostigada por su esposo, quien le decía que estaba seca por dentro.
Ella empezó a sentirse desnuda de aquella dulzura y su auténtica rebeldía llegaba hasta su habitación cuando su esposo dejaba su amargura.
Una mañana en que su señor esposo salió a trabajar, ella fue al médico, quería cerciorarse de la problemática que le había robado su felicidad.
Insistentemente tuvo una rigurosa dedicación y cumplimiento de lo que los médicos pedían, durante días estuvo sometida a algunos estudios hasta obtener los resultados.
—Usted no tiene problemas para concebir y ser madre, señora —ella rió poderosa ante lo dicho por el doctor—Debe venir su esposo para atenderse y buscar soluciones.
Ella no entendía porqué motivo su marido aseguraba que él estaba en óptimas condiciones.
Durante la cena Cattleya estaba callada cuando su esposo abrió la boca, no para comer sino para darle una solución a su problemática.
—¡Vamos a buscar opciones para que seamos papás, el tiempo corre y necesito ser padre...!
—¿Lo necesitas? — preguntó ella un poco aturdida.
—¡Por supuesto! ¿Qué esperabas? Nos casamos para hacer familia —dijo con desconsideración.
—Nos casamos con la intención de amarnos toda la vida y pensando que con el amor vendrían nuestros hijos — objetó ella con reproche.
—¡Aun no hay hijos...!
—¡Y creo que el amarnos para toda la vida no existió nunca, por lo menos para ti...!
—¡Quiero solución Cattleya y ya hay opciones!