La noche se hizo tormentosa para Cattleya, sufría un terrible insomnio al recordar las preocupantes palabras de la enfermera.
Se sentó en la cama y ya luego salió en busca de agua, nada calmaba su ansiedad.
Sacó su crucifijo y lo besó sumergida en una completa devoción añorando calmar su angustia.
—¡¿Qué me pasa Señor mío?! — repetidas veces retomaba la misma oración y pudo dormirse cuando ya la noche estaba muy avanzada.
El siguiente día Cattleya llegó muy temprano a trabajar, la pusieron como interina a impartir clases a los niños de tercero.
Ella se metió en su papel de líder y pudo terminar su día con éxitos e indudablemente salió con el objetivo de saber que había pasado con el niño.
—Señorita Cattleya qué gusto verla —dijo la directora— ¿cómo se sintió en su primer día de clases?
—Excelente, tiene usted mucha razón, son muy aplicados los niños... Directora....disculpe.
—¿Qué sucede? Se ve preocupada...
—¿Cómo sigue el niño que estaba en pediatría? — preguntó con interés y la directora la observó quedándose muy pensativa y luego de algunos segundo respondió.
—Mal, en verdad muy mal, es como un animalito que se deja morir, se está haciendo lo posible, pero las esperanzas se escapan cuando ni los mismos médicos dan una explicación a lo que le pasa…aparentemente está bien, son los resultados de todo, pero está muy triste…decaído.
—¿Yo podría verlo? — preguntó con insistencia— Miré... sé que no es mi especialidad, pero tengo experiencia con algunos casos en el internado de dónde vengo…
—Por supuesto, nada perdemos con intentarlo…Inmanuel merece que se le abran oportunidades, venga... acompáñeme.
La mujer se levantó y caminó adelante, y Cattleya la seguía tratando de llevarle el paso apresurado.
La puerta de aquel frío lugar se abrió y allí estaba él, un pequeño de tan solo tres años, dormía profundo como para no despertar, pegado tenía un suero que iba por sus delicadas venas de su pie izquierdo sostenido por una tablilla.
Ella al verlo sonrió con tristeza, de momento recordó cuando su madre murió y lo que ella sintió.
Se recostó a la camilla y llevó su mano a su largo cabello haciéndolo tomar su liso.
Él abrió los ojos y ella sonrió aunque él no la miraba, volvió a cerrar fuerte los ojos e inclinándose para voltear para que que no lo mirase.
—Es hora de levantarse —dijo ella como si entonara una canción — allá afuera hay muchos colores, hay mariposas, plantas llenas de flores y un cielo hermoso con un azul como el mar…
—¿Mam..a? —dejo salir un pequeño suspiro.
—Hay tantas cosas que mirar, ¿Inmanuel, has visto mariposas azules? Son como el cielo y como el mar...
—¿Mar...? — repitió manteniéndose en su misma posición.
—Unjum...el mar es espléndido, hermoso...a veces su azul como que me entorpece la vista, y yo te digo Inmanuel…tú y yo podemos disfrutar de todo cuanto hay…hacer una fiesta de muchos colores...
—Mamá, el mar..gusta — Cattleya hizo un profundo silencio y buscó mirar sus ojos.
—¿Te gusta mucho el mar? —hizo un movimiento de cabeza y ella sonrió — entonces hay que comer rico, hay frutas, gelatina…
—Pan, leche...—decía el niño sin mirarla.
—También tenemos pan y leche...¿Quieres un poco de pan?
—Mamá come pan… con Inmanuel — volteó y llevó los ojos hacia ella y lo sostuvo por cuestión de segundos pero se rodó lentamente mientras Cattleya se sentó en la camilla esperando ver qué quería el niño, él se acercó abriendo sus bracitos y se abrazó a ella— Mi…mam...a — sonrió buscando el cielo— ma...má, soy In...manuel, Inma...nuel.
Cattleya reflejó en su rostro el más puro de los sentimientos, lo abrazó sintiéndolo parte de su vida aunque nunca lo había visto.
Inmanuel se refugió en sus brazos y ese día no quiso soltarla, cuando el médico lo dispuso ella lo alimentó y fue en ese momento que se dieron cuenta que el pequeño no mantenía la mirada fija ni siquiera por quien creyó su madre.
Cuando el pequeño dormía plácido sintiéndose protegido, la señora Thompson le hizo una señal para hablar.
Cattleya estaba conmovida por una necesidad de amarlo y brindarle toda la protección que el pequeño necesitaba.
—¿Usted conoce al pequeño? — preguntó desconcertada la mujer— ¿Lo habias visto alguna vez?
—No directora...
—Es extraño, dice que usted es su madre...
—Es posible que haya identificado en la señorita Cattleya algo que lo asoció con su madre —dijo la psicóloga — ella debe mantenerse cerca del niño...
—Estoy de acuerdo —dijo la directora — solo que cómo haríamos.. ella es maestra en los primeros turnos...
—Consideremos que Inmanuel la necesita, no podemos permitir que la busque y no la encuentre, solo a ella le atiende...
—¿Usted qué dice maestra? ¿Te quedarás cerca del pequeño?
—Por supuesto, no voy a dejarlo, quiero verlo bien — respondió satisfecha Cattleya.