Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 24 – Cuando la Verdad Duele Más que la Mentira

La noche había caído con una lentitud agónica, como si incluso el cielo se negara a presenciar lo que estaba a punto de ocurrir. Aurelia se encontraba en el balcón del castillo, los brazos apoyados en la baranda de piedra, la vista perdida en el horizonte que ya se había sumido en sombras. El viento nocturno jugaba con los mechones sueltos de su cabello y, por primera vez en días, no llevaba su capa de comandante. Estaba sola. O al menos, quería creerlo.

Pero Kael no tardó en encontrarla.

—Estás temblando —dijo su voz profunda y contenida, irrumpiendo con cuidado en su silencio.

—¿Lo estoy? —respondió Aurelia sin girarse—. Quizás es el frío... o quizás estoy empezando a ver todo con demasiada claridad.

Kael se acercó, deteniéndose apenas unos pasos detrás de ella. Sabía que no debía tocarla. No ahora. No cuando el mundo que ella había construido estaba comenzando a resquebrajarse.

—Encontré algo —dijo finalmente, entregándole una pequeña carta—. Estaba escondida en la biblioteca del ala este. La letra es de tu padre.

Aurelia sintió cómo el peso de las palabras la obligaba a respirar con más esfuerzo. Tomó la carta entre los dedos, la giró, y durante unos segundos la contempló como si sostuviera una daga invisible.

—¿Cuánto más me vas a ocultar, Kael? —preguntó, con voz quebrada.

Él bajó la mirada. No era la primera vez que ella lo enfrentaba con esa pregunta, pero esta vez dolía más. Porque ahora no era una cuestión de lealtad... era una cuestión de amor.

—He jurado protegerte —respondió él—. Aunque eso signifique protegerte de la verdad.

Aurelia abrió la carta. Sus ojos se desplazaron rápidamente por las palabras escritas con tinta antigua, y, con cada línea, su respiración se volvía más errática. Al final, cuando sus dedos soltaron el papel, su rostro era una máscara de traición.

—Mi padre... sabía todo desde el principio —murmuró—. Él vendió mi futuro por un pacto. Me convirtió en moneda de cambio... incluso antes de que yo supiera hablar.

Kael dio un paso al frente. Quería alcanzarla, consolarla, pero algo en la postura de Aurelia lo detuvo. Ella no necesitaba compasión. Necesitaba justicia.

—No puedo perdonarlo. Ni a él. Ni a ti —dijo, finalmente girándose hacia él—. Tú sabías. Lo sabías desde hace meses. Y me miraste a los ojos todos los días fingiendo que no lo sabías.

Kael cerró los ojos por un instante. No había excusas. Solo decisiones. Y sus decisiones siempre habían sido por ella, pero nunca con ella.

—Te he amado desde el momento en que decidiste desafiar a todos —dijo Kael, finalmente dejando caer sus defensas—. Pero también supe que ese amor... nunca me daría el derecho de arrebatarte tus decisiones.

Aurelia retrocedió un paso.

—El amor que guarda secretos no es amor. Es control disfrazado de protección.

Y con esas palabras, se giró para marcharse.

Pero justo cuando sus pies cruzaban el umbral del pasillo, un estruendo sacudió el castillo.

Las torres retumbaron.

Los gritos comenzaron a llenar los pasillos.

El traidor que tanto habían temido... ya no se escondía.

—¡Están aquí! ¡Los sellos han sido rotos! ¡El enemigo ha entrado! —gritó uno de los guardianes corriendo por el pasillo.

Aurelia no perdió un segundo. Su dolor se transformó en acción. El amor roto, la traición familiar, la mentira de Kael... todo era fuego ahora. Y ese fuego lo utilizaría para proteger lo que aún podía salvar.

—Reúnan a todos. Que suenen las campanas. Hoy... no moriremos arrodillados —ordenó.

Kael la siguió, su voz apenas un susurro:

—Te seguiré hasta el fin del mundo, aunque me odies por siempre.

Aurelia se detuvo un momento.

—Entonces prepárate, Kael. Porque esta noche... el infierno camina con nosotros.




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