El cielo ardía.
Las campanas de la Torre del Vigía repicaban como una sentencia divina, y cada tañido se sentía como una cuenta regresiva hacia el fin. El castillo, símbolo de poder, justicia y traición, se convertía en un campo de guerra.
Aurelia descendía por las escalinatas del gran salón vestida no como una princesa, sino como una reina forjada en la desesperación. Su armadura de cuero negro brillaba bajo las antorchas, sus ojos no mostraban ni miedo ni compasión. Solo determinación. Determinación de quemar todo, si con ello podía salvar lo poco que aún creía suyo.
—¡Guardias, cierren las puertas interiores! ¡Proteged a los civiles en las cámaras bajas! ¡Magos, formad círculo de resistencia en el patio oeste! —ordenó, sin titubear.
Kael caminaba a su lado. No como su protector. No como su confidente. Sino como el soldado que una vez juró seguirla al abismo, aunque ella lo arrastrara con odio en la mirada. Su espada descansaba en su cintura, pero era su silencio lo que más pesaba.
—Él está aquí —dijo con voz baja.
Aurelia se giró lentamente.
—¿Quién?
—El hombre que firmó el tratado con tu padre. El traidor. El “Pacificador de Marveth”.
Su rostro se endureció.
—Mi prometido.
La batalla comenzó sin tregua. Explosiones mágicas estremecían los muros, y las primeras unidades enemigas irrumpieron desde los túneles secretos que sólo unos pocos conocían. ¿Quién los había guiado desde dentro?
Aurelia blandió su espada sin vacilar, cortando el cuello de un atacante que intentaba alcanzarla por la retaguardia. No sentía nada. Solo la furia que había contenido durante semanas.
En medio del caos, una figura envuelta en llamas púrpuras descendió del cielo, como un ángel caído. Su capa ondeaba como las alas de un ave infernal.
—Aurelia —dijo la figura—. Has crecido.
Ella levantó la vista.
—Y tú has envejecido, Athelion.
Athelion, el prometido sellado con sangre y traición, sonrió.
—Te ofrecí paz. ¿Y así respondes? Con guerra y fuego.
—Me ofreciste jaulas disfrazadas de alianzas. No soy una paloma para que me encierres. Soy un halcón. Y hoy vuelo hacia tu garganta.
El duelo comenzó.
Mientras el ejército combatía en los patios, las almenas, y los pasillos sagrados, Aurelia y Athelion cruzaban espadas en el Salón de los Espejos. Cada golpe era una confesión no dicha. Cada esquive, una mentira revelada. Ella no peleaba por orgullo. Peleaba por su derecho a decidir su destino.
—¿Crees que puedes ganar, Aurelia? —gruñó Athelion mientras lanzaba un hechizo ígneo que derribó varias columnas.
—No tengo que ganar. Solo necesito resistir lo suficiente... para que tú lo pierdas todo.
Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras lanzaba un gesto a Kael. Él entendió. No necesitaban vencer a Athelion. Solo debían exponerlo.
—¡Ahora! —gritó Kael, activando los sellos escondidos en la Sala del Consejo.
Un enorme símbolo ancestral se iluminó bajo los pies de Athelion. Era un círculo de juramento. Antiguo. Irrompible. Cualquiera que hablase dentro de él... sólo podría decir la verdad.
—¿Quién ordenó el ataque a Marveth? —gritó Aurelia.
Athelion intentó resistirse. Su rostro se deformó por la lucha interna.
—¡Responde! —rugió Kael, con la espada apuntando a su pecho.
—¡Tu padre! —gritó Athelion, vencido por el sello—. ¡Tu maldito padre... junto con el mío! ¡Todo fue una farsa! ¡Tú... fuiste criada para casarte con la traición!
Silencio.
Un silencio más fuerte que los gritos de los heridos. Más profundo que el rugido del fuego.
Aurelia cayó de rodillas. Su alma se partió en dos.
Todo.
Todo había sido una mentira desde el principio.
Y, sin embargo... ella aún respiraba.
—Levántate —susurró Kael, hincándose frente a ella.
—¿Para qué? —respondió Aurelia, con voz vacía.
—Porque el trono aún no está tomado. Porque tú... aún no te has vengado.
Aurelia lo miró. Y en ese instante, algo dentro de ella renació. No como una princesa. No como una víctima. Sino como una reina que aceptaba que el mundo era cruel... y que ella lo sería más.
—Llévenselo —ordenó, señalando a Athelion, derrotado, arrodillado.
—¿A dónde? —preguntó un soldado.
—Al mismo lugar donde nacen las mentiras. Al calabozo de los condenados. Y que cada noche escuche mi nombre.
Esa madrugada, las llamas se extinguieron. El enemigo fue derrotado, pero la victoria sabía a ceniza. Aurelia, ahora, no era la misma.
Y la promesa que había jurado en silencio... estaba más viva que nunca:
—A todos los que me traicionaron, les quitaré lo único que valoran: su poder, su paz… y su orgullo.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025