El viento arrastraba cenizas.
No había incendio en la capital… aún。Pero el aire olía a destino, a algo que estaba por quebrarse dentro del alma de Aurelia.
En su cámara, bajo la escasa luz de una vela, Aurelia leía una y otra vez la carta de su madre. Cada palabra ardía más que la anterior.
"Si alguna vez sientes que todo lo que te rodea es mentira, es porque lo es."
"No te convirtieron en reina para gobernar. Te hicieron reina para que no recuerdes."
Sus manos se cerraron en puños. Las velas titilaron. La daga sobre su mesa vibraba, como si respondiera a su furia contenida.
—¿Qué me ocultaste, padre?
La pregunta no era retórica. La misma noche, Aurelia descendió a las criptas reales. La entrada estaba sellada con un juramento de sangre que solo un miembro legítimo de la dinastía podía romper.
Su dedo tembló al dibujar el símbolo con su sangre.
Al abrirse la puerta, el hedor a historia podrida golpeó su rostro.
Allí, entre los sarcófagos, no encontró huesos ni coronas.
Encontró un hombre encadenado al trono antiguo. Vivo.
—Tardaste, hija —dijo el viejo rey, la barba cubierta de polvo y ojos que aún brillaban como cuchillas.
—No puede ser…
—¿Pensaste que yo morí de enfermedad? —rió, aunque escupió sangre—. Me encerraron cuando descubrí la verdad sobre la Profecía del Sol.
Aurelia avanzó, lenta, sin confiar en lo que veía.
—Tú… Tú mandaste ejecutar a mi madre.
El rey negó con la cabeza.
—Tu madre… nos salvó a todos. Y por eso fue condenada.
Aurelia se sintió caer, como si el suelo bajo sus pies se volviera traición.
—¡Dime la verdad de una vez!
El viejo rey levantó la mirada.
—Tú no eres solo sangre real. Tú eres la reencarnación de la Llama Antigua. La última guardiana de la Maldición Celestial.
Mientras tanto, en los límites del reino, Kael encabezaba un escuadrón rumbo al Santuario de los Ecos. Su misión: encontrar al vidente que había profetizado la caída de Aurelia.
El camino estaba plagado de trampas.
—Nos siguen —susurró uno de los soldados.
Kael desenvainó su espada.
—Entonces que vengan. Quiero ver cuán valientes son los cobardes.
Una lluvia de flechas negras cayó del cielo. Pero Kael no se agachó.
Saltó.
En el aire, giró la espada como si danzara con la muerte.
Cuando cayó, había diez cuerpos a su alrededor.
—Esto no es una advertencia. Es una declaración de guerra.
De vuelta en las criptas, Aurelia sostenía al viejo rey, que agonizaba entre sus brazos.
—Hay algo más que debes saber… —tosió sangre—. No confíes en Lysandra. Ella… no vino sola.
Y con esa última confesión, sus ojos se apagaron.
Aurelia cerró los párpados del hombre que una vez amó como padre.
Y luego se levantó, con el fuego reflejándose en su mirada.
—Si la traición es la moneda del reino… que empiece el saqueo.
Lysandra esperaba en la sala del trono. Cuando Aurelia entró, vestida con la capa de la Dama del Silencio y la daga encendida en la mano, supo que algo había cambiado.
—¿Qué has descubierto?
Aurelia no respondió con palabras.
Lanzó la daga hacia ella. Se detuvo a milímetros de su cuello, flotando en el aire.
—Solo una vez más me mientes… y no tendrás garganta para rogar perdón.
La escena final del capítulo muestra a Aurelia en lo alto de la Torre del Norte, observando el mapa de sus enemigos.
—Activad el Orbe Solar. Que todos los reinos sepan…
Su voz fue un cuchillo de hielo:
—…que la Reina ha despertado.
Y no habrá piedad.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025