Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 29 – Cuando El Dolor Habla Por Mí

La luna estaba llena, pero su luz no traía calma. Iluminaba las grietas del palacio como si supiera que esa noche, cada rincón sería testigo de secretos desenterrados y de emociones desbordadas.

Aurelia no había dormido.

Desde que dejó el cadáver de su padre en las criptas, algo dentro de ella no dejaba de arder. No era rabia. No era tristeza. Era algo más profundo: una mezcla entre el anhelo de justicia y la necesidad urgente de actuar antes de que fuera tarde.

Se vistió sin ayuda, como solía hacer cuando era niña. Una túnica negra, ajustada a la cintura. Las botas altas de montar. El cabello recogido en una trenza apretada.

No era reina esta noche.

Era hija de una traición. Y vengadora de una verdad.

Cuando bajó al patio interior, Kael ya la esperaba. Tenía el rostro cubierto de polvo, una herida abierta en la ceja y la mirada más seria que jamás le había visto.

—¿Qué pasó en el Santuario? —preguntó ella sin rodeos.

—No llegamos. Alguien filtró nuestra ruta. Fuimos emboscados. Perdí a la mitad del escuadrón.

—¿Y el vidente?

—Muerto… o peor: capturado por ellos.

Aurelia apretó los dientes.

—Lysandra.

Kael levantó una ceja.

—¿Tienes pruebas?

—No. Solo instinto. Pero suficiente para no dejarla cerca de mi cuello.

Kael asintió. No necesitaba más razones.

La sala de guerra se activó por primera vez en una década. Los mapas antiguos fueron desplegados. Los pergaminos con símbolos prohibidos se desenrollaron. Y las puertas mágicas, que solo se abrían con dos sangres reales, se abrieron cuando Aurelia y Kael juntaron sus manos.

—¿Estás segura de esto? —susurró él, sintiendo cómo una corriente de energía le quemaba la piel.

—Ya no tengo el lujo de la duda.

Lo que encontraron tras esas puertas cambió el curso de su noche. Y de su historia.

Un espejo de obsidiana. Inmenso, tallado con runas que sangraban luz. Mostraba no reflejos… sino realidades.

Aurelia extendió su mano. Las imágenes comenzaron a surgir como un torrente desbordado:

— Lysandra, hablando en un idioma antiguo con una figura encapuchada.
— El sello real sobre documentos de guerra enviados al reino enemigo.
— Su madre… viva, en una celda secreta.

Aurelia cayó de rodillas.

—¿Mi madre…?

Kael la sostuvo.

—Es ella. Está viva.

—Entonces… todo fue una farsa.

El dolor golpeó su pecho con tal fuerza que la dejó sin aire. Cada imagen era una puñalada. Cada revelación, un eslabón menos en las cadenas que la ataban a su pasado.

Horas después, en la torre más alta, Aurelia llamó a Lysandra.

Esta llegó con una sonrisa diplomática.

—¿Me mandaste llamar, mi reina?

—Sí. Quiero que me digas… ¿qué pasó realmente con mi madre?

Lysandra ladeó la cabeza.

—Tu madre fue ejecutada. Lo sabes.

—No. Lo creí. Que no es lo mismo.

Aurelia sacó una esfera de cristal y la arrojó al suelo. Al romperse, las imágenes del espejo comenzaron a flotar en el aire, girando alrededor de Lysandra como acusaciones vivas.

La sonrisa se desvaneció.

—Así que ya lo sabes todo.

—No todo. Aún no sé cuánto de mi vida fue planeado por ti.

Lysandra dio un paso atrás.

—No te atreverás…

—¿A matarte aquí mismo?

Aurelia se acercó, despacio, como un depredador.

—No. Eso sería fácil. Te haré perder lo que más amas: tu poder, tu influencia, tu lugar en este mundo.

Y entonces, Lysandra cometió un error.

—¿Crees que eres fuerte porque sabes la verdad? ¡La verdad es un lujo que destruye a quienes la miran de frente!

Aurelia la golpeó con una bofetada tan seca que resonó en toda la torre.

—Y aun así, la miraré. Porque tengo algo que tú nunca tendrás: la voluntad de arder si eso significa que otros no morirán en la oscuridad.

Esa noche, Kael la encontró de pie frente al altar solar.

—¿Qué harás ahora?

—Lo que siempre debí hacer. No vengar a mis padres… sino liberarlos.

—¿Y después?

—Después… reconstruiremos este mundo. No con mentiras, no con miedo… sino con fuego.

Kael se quedó en silencio un instante. Luego, sin pedir permiso, la abrazó.

—No estás sola. Aunque el mundo entero te niegue, yo estaré ahí.

Aurelia no respondió. Solo cerró los ojos.

Y en ese abrazo, por primera vez en mucho tiempo… no sintió frío.




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