Las paredes del castillo ya no eran de mármol; eran de sombras.
Cada rincón murmuraba secretos. Cada corredor tenía ojos invisibles. Y Aurelia, que antes caminaba como una princesa curiosa, ahora marchaba como una reina en guerra.
—Los espías de Eranthis se han infiltrado en la ciudad —informó Kael, con voz contenida—. Ya no sabemos quién es aliado y quién espera el momento para clavar la daga.
Aurelia cerró los ojos unos segundos. La presión era inhumana, y sin embargo, no podía mostrar debilidad.
—Entonces es hora de mostrarles algo peor que el miedo: la verdad.
Convocó una audiencia abierta.
Miles llegaron. Algunos por curiosidad. Otros por esperanza. Muchos por odio.
Ella apareció en la cima de las escalinatas del templo antiguo, con una capa negra que le rozaba los talones y el cabello suelto como una corona indomable.
—Hoy… no vengo a pedir lealtad.
La gente murmuró.
—Vengo a ofrecer una decisión: pueden seguir esperando que alguien más los salve… o caminar conmigo hacia una guerra que puede no dejarnos vivos.
Un silencio cargado.
—Pero si caemos, que sea luchando. Y si ganamos, que no sea por el miedo, sino porque recordamos quiénes somos.
Esa noche, recibió una carta sin firma.
Solo tres palabras escritas con tinta roja:
"No estás sola."
Kael la examinó. Lo conocía todo sobre códigos de guerra, y esto no era un mensaje cualquiera.
—Es alguien… que estuvo cerca. Lo suficiente para saber lo que necesitamos.
Aurelia la guardó en su puño.
—Entonces esperaremos. Y mientras tanto, construiremos lo que ellos jamás esperaron.
Tres días después, la ciudad cambió.
Las mujeres comenzaron a entrenar en las plazas. Los niños portaban mensajes secretos. Los ancianos recordaban estrategias antiguas.
Nadie fue obligado.
Todos eligieron.
Y cuando el sol cayó al quinto día, Aurelia subió a la torre más alta del castillo.
Kael la esperaba.
—Dijiste que la próxima vez que me llamaras aquí… sería para una confesión.
Ella asintió.
—Lo es.
Se acercó. Muy cerca.
—Kael, no sé si sobreviviré esta guerra. Pero si muero, quiero hacerlo sin remordimientos.
Él tragó saliva, los ojos fijos en ella.
—Entonces dime lo que temes.
Ella sonrió con amargura.
—Temo no haber vivido lo suficiente para saber si… lo que siento por ti… es amor o solo necesidad.
Kael acarició su rostro.
—Yo sí lo sé.
La besó. No como en los cuentos. No con promesas vacías.
La besó como si el mundo fuera a arder y ese fuera su único refugio.
A medianoche, alguien irrumpió en la torre con noticias urgentes.
—¡Vuestra Majestad! El muro norte ha sido atacado. ¡No eran tropas de Eranthis… eran los fantasmas del bosque de Anqar!
Aurelia se separó de Kael.
—¿Fantasmas?
—¡Sí! Pero… están ayudando a defender la ciudad.
La reina no preguntó más. Bajó las escaleras. Corrió como si el infierno la persiguiera.
Y cuando llegó al muro, los vio.
Sombras con armaduras oxidadas. Ojos brillantes. Espíritus de antiguos guerreros, olvidados por la historia… luchando por ella.
Kael llegó junto a ella.
—¿Quién los invocó?
Ella no respondió.
Pero en su pecho, la carta sin firma ardía como si sus palabras fueran profecía.
No estás sola.
Horas después, en la sala del trono, Aurelia cayó de rodillas.
No por cansancio.
Por gratitud.
—¿Quién eres… quien quiera que seas… que me empujas en la oscuridad sin mostrar tu rostro?
Y entonces, por primera vez, soñó.
Con una mujer de cabello blanco, con una corona hecha de huesos y luz.
—Eres la hija de mi sangre —dijo la figura—. La que cumplirá la promesa que yo no pude.
Aurelia despertó sin aliento.
El pasado llamaba.
Y ella… ya no podía ignorarlo.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025