La noche en Buenos Aires no traía consuelo. Las luces de la ciudad vibraban a lo lejos como advertencias veladas. En el hotel donde se hospedaba, Camila no podía dormir. La carta de su padre seguía sobre la mesa, junto a una botella de vino sin abrir y un teléfono que no paraba de vibrar con llamadas de Europa. Pero esta vez, no era el mundo quien la apremiaba. Era su sangre.
Por la mañana, una figura inesperada se presentó en la recepción del hotel: Valeria Varela, media hermana de Camila. Una mujer con una belleza gélida y una sonrisa ensayada que no llegaba a los ojos.
—Sabía que vendrías —dijo Valeria, cruzando las piernas con elegancia—. Mamá dejó instrucciones muy precisas para cuando el tablero se moviera.
—¿Y tú qué papel juegas en esto? —preguntó Camila, con frialdad.
—El de recordarte que no heredaste el trono. Solo lo ocupaste mientras los verdaderos jugadores se escondían.
Camila la observó con calma. No se iba a dejar intimidar. Ya no.
—He destruido imperios con menos que una amenaza velada —le respondió, seca.
Valeria rio suavemente, pero había veneno en sus ojos.
—Eso es lo gracioso de las herencias, querida hermana. No solo recibes el poder. También los enemigos. Y tú acabas de heredar a los míos.
Camila se mantuvo en silencio, midiendo cada palabra, cada gesto. Valeria no había venido a negociar. Había venido a advertir… o a declarar la guerra.
Al volver a su habitación, encontró un nuevo sobre bajo la puerta. Esta vez no era una carta ni una foto. Era una llave. Junto a ella, una nota manuscrita:
"La bóveda está en el Banco Central. Tercera planta. A nombre de tu madre."
No tardó en tomar un coche y dirigirse al lugar. Mateo, que había llegado esa madrugada desde Madrid, la acompañó sin hacer preguntas. Sabía que lo que estaban a punto de descubrir podía cambiarlo todo.
En la bóveda, tras varias firmas y verificación de identidad, un funcionario le entregó una caja de seguridad. Camila la abrió con manos firmes. Dentro, documentos cifrados, cuentas bancarias en paraísos fiscales, fotografías de reuniones secretas con líderes empresariales y políticos de alto rango. Y, entre todo eso, una carpeta sellada con cera roja.
La abrió. Y allí estaba: el Proyecto Artemisa.
Un plan trazado por su madre y León Varela décadas atrás. No era solo un negocio. Era una red de control político y económico que abarcaba tres continentes. Y Camila… era la figura clave que, sin saberlo, había sido entrenada desde niña para ejecutarlo.
Mateo se acercó, incrédulo.
—¿Tú madre planeó todo esto desde antes de que tú nacieras?
—No… —Camila susurró—. Lo planeó desde antes de enamorarse de mi padre.
La traición, el amor, el poder. Todo estaba entrelazado en una madeja imposible de deshacer. Y Camila ahora entendía por qué la habían preparado para resistir. No era solo por venganza. Era por legado.
—¿Vas a seguir con el proyecto? —preguntó Mateo.
Camila cerró la carpeta, su mirada ardiendo como nunca.
—No. Voy a reescribirlo. A mi manera.
Porque si su madre y su padre la habían preparado para ser un peón… entonces ella iba a convertirse en la reina que arrasaría con el juego.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025