El tren llegó a la estación de Santa Apolónia pasadas las 23:30. La ciudad estaba húmeda, envuelta en una neblina que hacía brillar los adoquines con luz fantasmal. Camila bajó sola, sin más equipaje que su abrigo y una mente afilada como una daga. Si había una trampa, estaba dispuesta a pisarla con los ojos abiertos.
El Puerto Viejo no era un lugar turístico. Era el rincón de la ciudad donde las sombras tenían dueño y las paredes hablaban idiomas que no estaban en los diccionarios. A cada paso, los recuerdos de su infancia venían a ella como espejos rotos: los silencios de su madre, los sobres escondidos, los gestos que nunca entendió hasta ahora.
00:01.
Llegó al punto acordado: un almacén oxidado con una farola temblorosa al frente. La puerta chirrió como si se abriera sola, pero no había nadie. Solo una voz, profunda y desgastada, que emergió de la oscuridad:
—Has crecido como imaginé.
Camila giró en seco.
Un hombre emergió desde el fondo, envuelto en una gabardina gris. No llevaba armas visibles, pero el peso de su presencia era más peligroso que una pistola. El cabello canoso, los ojos hundidos, y una cicatriz bajo la mandíbula confirmaban lo imposible:
León Varela estaba vivo.
—¿Por qué…? —empezó Camila, pero se le quebró la voz. No era debilidad. Era furia contenida durante más de veinte años.
—Porque si no moría, te habrían matado a ti —respondió él, con un acento que parecía extranjero de tanto silencio.
Camila apretó los puños.
—¡Tú me dejaste crecer en la miseria! ¡Me hiciste pensar que no valía nada!
—Te hice fuerte.
—¡Me hiciste desconfiar de todo! ¡Hasta de mí!
Un silencio espeso se instaló entre ellos. Luego, él sacó un sobre del bolsillo. Dentro, había nombres, fechas, transacciones... documentos que implicaban a políticos, empresarios, incluso instituciones internacionales. En el centro de todo: la familia Montiel.
—Nunca fuiste el objetivo. Fuiste el escudo —dijo León—. Y ahora, eres la espada.
Camila lo miró, temblando. No de miedo. De comprensión.
—¿Quién te protege?
—Nadie. Ya no. Los que me protegían murieron o me traicionaron. Y los que aún viven… ahora trabajan para ti. Aunque no lo sepan.
Ella respiró hondo.
—Entonces dime, ¿por qué aparecer ahora?
León alzó la mirada, y por un segundo, no fue un espía ni un fugitivo. Fue un padre.
—Porque tu madre me escribió antes de morir. Me dijo: "Camila será más fuerte que tú, pero también más cruel. Enséñale a no perderse."
Camila sintió que el corazón se le partía en silencio.
—No estoy aquí para perdonarte —dijo finalmente—. Pero si me necesitas para destruirlos a todos… lo haré. Porque ahora entiendo que mi venganza no era personal. Era hereditaria.
León sonrió. Por primera vez en décadas.
—Entonces prepárate, hija mía. Porque esto no ha hecho más que comenzar.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025