Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 46: La Red Subterránea

Lisboa dormía, pero bajo sus calles, los secretos susurraban. Camila caminaba junto a su padre a través de un túnel olvidado por el gobierno y la historia. Las paredes estaban marcadas con símbolos extraños; ninguno decorativo, todos funcionales.

—Esta ciudad es uno de los tres nodos principales de la red subterránea —explicó León mientras pasaban una puerta reforzada—. Aquí se cruzan rutas de información, oro, armas y decisiones que no salen en los periódicos.

—¿Y los otros dos nodos? —preguntó ella sin quitarle los ojos de encima.

—Estambul y Buenos Aires.

Camila sintió cómo su mundo volvía a girar hacia el sur. Hacia el lugar donde empezó todo.

Entraron en una sala blindada. Un grupo de personas ya los esperaba: rostros de varias edades, nacionalidades, rostros que habían fingido ser banales en la superficie… pero que allí, debajo del mundo, reinaban.

Una mujer de cabello rojo y traje de guerra la saludó con una leve reverencia.

—Camila Varela. Hemos seguido tus pasos. Tu ascenso no fue solo mérito. Fue destino.

—¿Y ustedes quiénes son? —preguntó ella, firme.

—Somos los que escriben el margen del mundo —respondió un hombre con acento ruso—. Y tú… eres la nueva tinta.

León asintió. Sacó un mapa de Europa, con marcas rojas, verdes y negras. Cada una correspondía a alianzas corruptas, empresas fantasmas, políticos que habían vendido sus decisiones. En el centro de todas esas conexiones: Grupo Montiel.

—Isabela tenía un trato con al menos cinco presidentes. Controlaban subsidios, guerras locales y mercados energéticos —explicó—. Derribarla no fue suficiente. Cortaste la cabeza. Pero las extremidades aún se mueven.

Camila sintió el frío verdadero por primera vez en semanas. No en el cuerpo, sino en el alma.

—Entonces díganme qué se necesita.

Silencio. Luego, la mujer pelirroja habló:

—Necesitamos que tomes Lisboa. No como empresaria. Como operadora.

—¿Y si me niego?

—Entonces otra lo hará. Pero no tan bien como tú. Y quizás no con los mismos principios.

Camila sonrió, sin humor.

—¿Principios? No estoy segura de tenerlos aún.

—Precisamente por eso eres la indicada —dijo su padre.

Afuera, las campanas dieron las 3:00 AM. El amanecer estaba lejos, pero la decisión ya era clara.

Camila se acercó al mapa. Tomó un bolígrafo negro, y sin pedir permiso, tachó una de las ciudades marcadas en rojo.

—Lisboa ahora es mía. ¿Cuál es la siguiente?

El consejo se miró. No por duda, sino por respeto.

—Estambul —dijeron al unísono.

Camila dio media vuelta.

—Preparen el terreno. En 72 horas estaré allí.

Y así, mientras el mundo dormía, una mujer declaró la guerra a todo un sistema.




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