El viento del Bósforo olía a especias y ceniza. Camila descendió del jet privado sin maquillaje, sin joyas, solo con la determinación tallada en el rostro. Su alma ardía. No por la venganza pasada, sino por la guerra que se avecinaba.
Mateo la esperaba junto a una camioneta blindada. No dijo nada al verla. Solo abrió la puerta, como si comprendiera que algo en ella había cambiado irremediablemente desde Lisboa.
—Aquí todo es personal —susurró él mientras subían—. Los enemigos tienen nombres, los aliados tienen cicatrices. Y tú… llevas ambas cosas en la piel.
Camila no respondió. En su mano derecha, apretaba una fotografía arrugada: una mujer con velo y sonrisa rota, y un nombre escrito a mano: Nadia Alev. Su tía. Su segunda madre. Y la última pieza viva del pasado que su padre había enterrado… junto con la verdad.
Estambul no era como las otras ciudades. No se conquistaba con cifras ni discursos. Se conquistaba con memoria y fuego.
Horas más tarde, frente a las ruinas de una escuela destruida en las protestas de hace años, Camila se encontró con Nadia. La mujer, más vieja de lo que recordaba, la miró como si viera a un fantasma con el rostro de una emperatriz.
—Eres igual a tu madre —dijo ella, con voz temblorosa—. Pero tus ojos… son los de León.
Camila tragó saliva. El frío se le metió en el pecho como cuchillas.
—¿Por qué nunca me buscaste? —preguntó, sin suavidad.
—Porque nos obligaron a desaparecer. Tu padre lo hizo para protegerte. Yo lo hice… por cobardía.
Camila sintió una ola de rabia, de esa que no grita, pero hiere más que cualquier palabra.
—La protección que me dieron me costó la infancia, la identidad y la inocencia. ¿Y ahora quieren que lo entienda?
—No —respondió Nadia, con los ojos empañados—. No quiero que lo entiendas. Quiero que lo destruyas.
Sacó un dossier antiguo, con sellos turcos, fotografías en blanco y negro, y nombres claves: militares, banqueros, líderes religiosos. Todos conectados con Grupo Montiel… y con León Varela.
—Tu padre fundó algo mucho más grande que una red financiera. Fundó un imperio invisible. Y tú eres la heredera.
Camila sintió que el mundo giraba. La venganza se convirtió en herencia. Y la justicia, en legado.
—¿Y qué se supone que haga con esto?
—Lo que nadie más se atrevió: Usarlo contra él. Porque León no te entrenó solo para sobrevivir… te entrenó para reemplazarlo.
Esa noche, frente al Cuerno de Oro, Camila lloró. No por tristeza. Por rabia, por amor, por la carga de ser la hija de un titán caído. Y cuando las lágrimas secaron, encendió una sola llama.
—Estambul caerá, pero no por fuego externo. Caerá desde dentro. Y yo… seré su ruina y su renacer.
Porque esa noche, Camila Varela dejó de ser simplemente una vengadora.
Se convirtió en el legado vivo de un imperio que debía morir.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025