Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 49: El Último Testamento

La mañana siguiente, aún con la resaca emocional de la cena, Camila despertó en su suite con un peso en el pecho. El sobre con la vieja fotografía aún yacía en la mesa. Su madre jamás hablaba de León Varela. Su nombre era un fantasma, un eco prohibido.

Pero ahora ese nombre era una llave.

—Tienes una cita —dijo Mateo, entrando con el móvil en la mano—. Un notario ha pedido reunirse contigo. Dice que fue apoderado de tu padre. Dejó instrucciones claras: solo entregarte un documento si... alguna vez tú te convertías en una figura pública de poder internacional.

Camila lo miró fijamente.

—¿Mi padre predijo esto?

—Tal vez lo provocó —dijo Mateo en voz baja.

Horas más tarde, en una oficina de paredes cubiertas de libros en el centro de Madrid, un anciano con gafas de oro deslizó sobre el escritorio un testamento sellado con cera negra.

—Él decía que su hija no sería una simple mujer. Que el mundo debería temer el día en que ella recordara su sangre.

Camila rompió el sello. Dentro, un pergamino y un anexo con coordenadas, nombres codificados, y un manuscrito.

*“Si estás leyendo esto, hija mía, es porque el fuego ya no te quema. Porque tú eres el fuego.
Me llamaron traidor, desertor, cobarde. Nunca lo fui. Fui un testigo. Y por eso, debí desaparecer.
El imperio de los Montiel no nació solo de avaricia. Nació de una traición más profunda, una que tú estás destinada a corregir.
Esta herencia no es dinero. Es un mapa. Hacia la verdad.
Y una advertencia: los que asesinaron mi alma… ahora querrán asesinarte a ti.

Con todo lo que nunca pude darte,

León Varela”*

Camila sintió cómo el aire se volvía más denso. Cada palabra era una grieta en su pasado, pero también una semilla para lo que vendría.

—¿Qué dice el anexo? —preguntó Mateo, viendo los documentos cifrados.

—Coordenadas en Marruecos, nombres de empresas fantasmas, fechas de transferencias. Esto es... más grande de lo que imaginé.

—¿Vas a ir?

—Voy a destruir lo que aún se esconde —respondió Camila—. Pero no sola. Esta vez, iremos juntos.

Al salir del despacho, un auto negro los esperaba. Pero en la distancia, una figura observaba con binoculares, oculto entre la multitud. En sus labios, una palabra:

Activada.

Porque la búsqueda de la verdad había comenzado. Y con ella… una nueva guerra.




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