Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 51: Fuego bajo la piel

La madrugada en Essaouira tenía una calma traicionera. El mar golpeaba las rocas con una cadencia casi hipnótica, pero Camila no podía dormir. En su mente, los rostros de todos los que la habían traicionado danzaban como sombras en una danza macabra.

Elías, Isabela, su propio padre...
Todos llevaban algo dentro que ella apenas empezaba a comprender: secretos.

Se levantó descalza y caminó por el suelo de piedra fría de la posada. Mateo dormía en la habitación contigua, exhausto tras haber descifrado parte de los discos duros junto a Idris. Pero Camila, no. Camila tenía fuego bajo la piel.

Ese fuego que solo arde en quienes han perdido demasiado.

En la terraza, encendió un cigarro que había dejado años atrás. No era por necesidad. Era por memoria. Cada bocanada le recordaba a Buenos Aires, a su madre trabajando tres turnos, a las noches sin calefacción, al hambre. Y ahora estaba allí, con el mundo mirándola.

—¿Hasta dónde piensas llegar? —dijo una voz a su espalda.

Era Idris. Tenía una taza de té en la mano y los ojos entornados como si pudiera ver más allá del alma.

—Hasta donde me dejen. Y si no me dejan... haré mi propio camino.

—Ya lo estás haciendo. Pero cada paso más cerca del fuego, menos piel te queda.

Camila miró el mar. El cigarro se consumía lentamente entre sus dedos.

—Entonces caminaré sin piel.

**

Horas más tarde, el caos comenzaba a moverse como una pieza de dominó. Uno de los archivos decodificados mostraba una transferencia reciente: 5 millones de euros de una cuenta suiza a una fundación benéfica en Berlín. Pero esa fundación no existía.

Mateo lo confirmó: era una fachada. Una puerta trasera del sistema.

—Estos cabrones siguen operando. Incluso después de que los Montiel cayeran.

—Porque no son Montiel. Son más grandes. Más antiguos.

Camila ordenó tomar un vuelo inmediato a Berlín. Si iban a jugar con fuego, entonces lo harían en el centro del tablero. Mientras el avión despegaba, escribió una nota en su diario:

"Ellos creían que podía romperme con amenazas.
No sabían que me rompí hace años, y me reconstruí con acero."

**

Berlín los recibió con un cielo gris y una ciudad que no dormía. Cada rincón tenía historia. Sangre. Poder.

La "fundación benéfica" estaba en un edificio de oficinas de cinco pisos, discretamente custodiado por cámaras sin logos y personal sin identificación. Camila no perdió el tiempo. Se vistió con un traje negro de corte limpio, y entró como quien no pide permiso: como quien ya pertenece.

—Buenos días —saludó en alemán perfecto—. Tengo una cita con la directora de operaciones. Mi nombre es Inés Velázquez.

La recepcionista, entrenada pero sorprendida, dudó. Y esa duda fue la rendija que Camila necesitaba. En menos de 10 minutos ya estaba en el tercer piso, con Mateo y dos agentes encubiertos que contrató a través de la red de Idris.

Lo que encontraron fue más que documentos. Era un nodo operativo: impresoras cifradas, servidores offline, armas escondidas en compartimientos secretos. Una mujer de unos cincuenta años apareció al fondo de la sala, con el aplomo de quien ha visto la muerte de cerca.

—Sabía que vendrías, Camila.

—¿Y tú quién eres?

—Una sombra más. Pero a diferencia de otras... yo elegí serlo. Porque la luz del mundo no vale lo que creen.

—Entonces te quedarás en la oscuridad. Para siempre.

Camila dio la orden. La operación fue precisa. La policía alemana no fue notificada. Pero 23 personas fueron detenidas en silencio. El nodo cayó.

Y con él, uno de los brazos visibles de Los Hijos del Silencio.

**

Esa noche, en el hotel, Camila recibió un mensaje en papel, entregado por una camarera que no hablaba su idioma. En la hoja había solo una línea escrita a mano:

"Para cada torre que destruyes, hay un sótano que despierta."

Mateo quiso replicar. Quiso decirle que estaban ganando. Pero ella lo detuvo.

—Esto no es una guerra de trincheras. Es una guerra de laberintos.

Y mientras se miraba en el espejo, sin maquillaje, sin armadura, sin discursos, entendió algo:

Su poder no venía de su apellido, ni de su pasado.
Venía de la decisión brutal de no rendirse. Nunca.

**

A la mañana siguiente, programaron una reunión secreta con un ex miembro de la organización que había accedido a testificar… a cambio de protección.

El lugar era una biblioteca abandonada, en las afueras de la ciudad. Allí, entre polvo y libros rotos, un hombre con rostro demacrado y miedo tatuado en los huesos les reveló una sola palabra clave:

—"Eurydice".

Camila alzó la vista.

—¿Qué es eso?

—El archivo central. El archivo que guarda todo. Nombres, fechas, traiciones, muertes. Pero está protegido por una sola clave de acceso.

—¿Y cuál es?

El hombre la miró, tragó saliva y susurró:

—Tu nombre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.