Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 59: La Traición que Hizo Eco

La traición, cuando llega de quienes una vez se sentaron en tu mesa, no es solo un golpe al alma. Es una declaración de guerra. Y Camila lo entendió en cuanto leyó las letras firmadas por Elías Ramírez.

El contrato no dejaba lugar a dudas: un acuerdo secreto con la multinacional a la que ella había negado acceso al mercado argentino, firmado una semana antes de que él apareciera en el evento de empresarios jóvenes. Era evidente: su acercamiento había sido una maniobra. No para aliarse… sino para desarmarla desde dentro.

—Lo tenía vigilado —musitó entre dientes, arrugando el papel con fuerza—. Pero no vi el puñal hasta que ya estaba clavado.

Mateo entró en la habitación en ese instante, sin necesidad de preguntar. Solo con ver el rostro de Camila supo que algo había quebrado.

—¿Qué hizo Elías?

—Nos vendió. Al mejor postor.

Ella dejó caer el contrato sobre la mesa y respiró hondo. No lloró. No gritó. Pero en su mirada volvió a aparecer ese fuego que la había impulsado desde la primera traición. Desde la primera humillación.

—Convoca una reunión urgente con todos los aliados del Consejo. Y con la prensa. Vamos a exponer esto. No hay más tiempo para diplomacia.

Horas después, una rueda de prensa se organizó en el salón del Ritz. Los medios internacionales colmaban la sala. Camila apareció vestida de blanco —símbolo de honestidad, de transparencia— pero con un aura de guerra que erizaba la piel.

—Hoy no vengo a hablar de negocios —empezó, con voz firme—. Vengo a hablar de principios. De lo que se hace cuando uno descubre que el enemigo no siempre viene con un cuchillo, sino con una sonrisa.

Sacó el contrato frente a todos, lo levantó ante las cámaras, y lo arrojó al suelo.

—Esta es la firma de un hombre que me tendió la mano con la derecha mientras vendía mi confianza con la izquierda. Elías Ramírez no solo me traicionó a mí. Traicionó la integridad de este sistema.

Las reacciones fueron inmediatas. Algunos se levantaron. Otros la aplaudieron. Pero lo que nadie hizo fue quedarse indiferente. Y en el mundo empresarial, la indiferencia es peor que el desprecio.

Horas más tarde, la noticia recorría todos los portales del mundo financiero. Camila Varela, la mujer que había destruido un imperio, ahora señalaba a un aliado como el verdadero saboteador.

Pero esa noche, mientras la ciudad ardía de rumores, Camila se encontraba en un despacho secreto del Ministerio del Interior español. Frente a ella, dos hombres: uno de ellos, jefe de inteligencia económica; el otro, un fiscal anticorrupción.

—La información que entregó, señorita Varela, implica a tres gobiernos y a siete empresas fantasmas.

—Y eso es solo la punta del iceberg —respondió ella—. Si ustedes quieren limpiar este sistema, tendrán que dejar de fingir que no sabían.

El fiscal la observó con respeto, pero también con inquietud.

—¿Sabe que esto puede costarle la vida?

—¿Y si ya me costó la inocencia? —respondió Camila sin titubear—. No vine hasta aquí para callarme ahora.

Esa misma noche, al volver al hotel, encontró una carta escrita a mano. Sin firma. Solo una advertencia:

“Has desatado la tormenta. Y los que viven del trueno no temen a mojarse.”

Camila sonrió. Por primera vez en años, no tenía miedo.




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