Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 62: Ecos de un Pasado que No Muere

La ciudad de Madrid se vestía de invierno, con sus calles cubiertas de hojas secas y un cielo gris que presagiaba tormenta. Camila Varela miraba por la ventana del despacho que ahora le pertenecía en el edificio más alto de la Gran Vía. Desde ahí, podía ver todo: las luces, el tráfico, la gente apurada. Pero dentro de ella, algo más se movía. Algo que no se podía controlar ni conquistar con poder.

El sobre que había recibido dos noches atrás aún reposaba sobre su escritorio. La fotografía de su madre joven, abrazando a una niña que no podía tener más de cinco años, y detrás, el nombre que lo había alterado todo: León Varela.

—¿Quién fue realmente mi padre? —preguntó al aire, como si la ciudad pudiera responderle.

Mateo entró con paso rápido, sin siquiera tocar la puerta.

—Tenemos un problema. Y no uno menor.

Camila se giró con lentitud.

—Habla.

—Isabela Montiel… la trasladaron de prisión esta madrugada. De forma irregular. La ficha no está registrada en el sistema central, y la Guardia Civil dice que “se están revisando los protocolos”.

—¿Me estás diciendo que se fugó?

—Te estoy diciendo que alguien poderoso la sacó.

Camila entrecerró los ojos. Todo su cuerpo vibró de una furia fría y controlada.

—Entonces se acabaron los protocolos. Vamos a la guerra.

Ese mismo día, recibió una invitación peculiar. Una cena privada organizada por el embajador argentino en España. Supuestamente, una reunión para “celebrar los lazos económicos entre ambos países”. Pero Camila conocía las máscaras de la diplomacia; detrás de cada brindis se escondía un cuchillo.

Se presentó vestida de negro, con un vestido largo y sin joyas. Su presencia era suficiente. Al entrar, notó a figuras clave del poder: ministros, jueces, empresarios... y entre ellos, un rostro que la paralizó por un segundo.

—Buenas noches, Camila —dijo el hombre, acercándose con una copa de vino tinto.

—¿Quién eres?

—Soy quien puede contarte la verdad sobre León Varela. Soy tu tío.

Un silencio denso los envolvió. Camila no respondió de inmediato. Lo observó con atención: mismo color de ojos, misma forma de las cejas. Había algo verdadero en él, y eso la aterraba más que cualquier mentira.

—Sigue hablando —ordenó con voz baja.

—Tu padre no murió. Lo desaparecieron. Él descubrió cosas que no debía dentro del Ministerio de Defensa. Era un patriota… y un rebelde. Como tú.

—¿Y por qué apareces ahora?

—Porque los mismos que lo destruyeron, ahora vienen por ti. El apellido Varela no es solo una sombra. Es una amenaza.

Camila sintió que el mundo temblaba debajo de sus tacones. No solo luchaba por su futuro, sino por una historia enterrada a sangre y fuego.

Esa noche no durmió. En su mente se entrelazaban nombres, traiciones, archivos clasificados. Decidió enviar a Mateo y a dos de sus mejores informantes a Buenos Aires. Necesitaba acceder a los registros secretos de su padre. Si lo que su supuesto tío decía era cierto, entonces lo que enfrentaba ya no era una venganza personal… era una conspiración internacional.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Mateo antes de embarcar.

—No. Pero si me quedo quieta, estaré muerta.

Días después, mientras revisaba documentos en su despacho, recibió otra carta. Esta vez, sin remitente. Dentro había una frase escrita a mano:

“Tu caída comenzará cuando descubras la verdad. Estás jugando con fuego de Estado.”

Camila rió con desprecio. Era el mismo miedo con el que habían intentado callar a su padre. El mismo que ahora intentaban imponerle a ella.

—No vine al mundo a ser obediente. Vine a quemarlo si hace falta.

Y encendió el fuego.

En la última escena del capítulo, Camila sube al estrado de la Conferencia Internacional de Innovación en Bruselas. Cientos de líderes globales observan mientras toma la palabra.

—Mi nombre es Camila Varela. Y sí, destruí un imperio. Pero también construí un nuevo modelo. Uno donde la corrupción no es rentable, y la lealtad tiene un precio real. Si eso los incomoda… entonces ya hice mi trabajo.

Ovación. Pero entre el público, un hombre con gabardina gris toma una fotografía. La envía por mensaje cifrado.

“Objetivo en movimiento. Esperando autorización para intervenir.”

Porque los secretos no mueren. Y los Varela, al parecer, nacieron para enfrentarlos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.