El amanecer en Madrid no trajo paz. Trajo decisiones.
Camila se encontraba en el balcón de su suite presidencial, envuelta en una bata blanca que contrastaba con su mirada tensa, clavada en la ciudad que se extendía bajo sus pies. El caos que había desatado el día anterior aún ardía en los pasillos del poder, pero ella no tenía tiempo para celebraciones. Porque la cima, lo había aprendido por las malas, no era un lugar de descanso, sino una zona de guerra constante.
Mateo llegó con el informe del día en la mano.
—Los medios internacionales están divididos —le dijo sin rodeos—. Algunos te llaman “la heroína de las finanzas”. Otros… “la bruja de la caída”.
Camila soltó una risa seca.
—Las etiquetas solo importan a los que todavía juegan a ser parte de este sistema. Yo lo estoy reescribiendo.
Pero entre los documentos y titulares, uno captó su atención. Un nombre: Alonso Varela.
—¿Qué sabes de él? —preguntó, con la voz más baja de lo habitual.
—Está vivo. Y está buscando verte.
Camila se giró bruscamente, con el corazón golpeando su pecho como un tambor de guerra. Su hermano. El mismo que había desaparecido años atrás con su padre, León Varela. El mismo que su madre había llorado en silencio durante años. La sangre. La herida. El pasado hecho carne.
—Quiero verlo. Hoy.
—
La reunión fue en un antiguo claustro convertido en biblioteca privada, un lugar elegido por Alonso para evitar ojos y oídos indeseados. Cuando Camila llegó, lo encontró ya allí: alto, delgado, con el mismo fuego en la mirada que recordaba de cuando eran niños.
—Camila —dijo él, de pie, sin atreverse a acercarse—. Has cambiado.
—Tú también —respondió ella, pero no con dureza, sino con algo parecido a una nostalgia temblorosa.
El silencio entre ellos fue más elocuente que mil palabras. Ambos sabían lo que el otro había sufrido. Ambos habían vivido infiernos diferentes, pero con las mismas llamas.
—Papá murió hace dos años —confesó Alonso, rompiendo finalmente la barrera—. Pero antes de irse, me dio algo para ti. Algo que, según él, cambiaría tu camino.
Le entregó una caja de madera gastada, con un símbolo tallado en la tapa: el de la familia Varela. Dentro, había una carta escrita a mano, algunos documentos antiguos y un pequeño colgante con una piedra color ámbar.
Camila leyó la carta en silencio. Las palabras de su padre no eran una disculpa, sino una advertencia: “El poder que ahora manejas viene con un precio. Siempre lo ha hecho. Pero tú, hija mía, naciste para decidir si el mundo sigue ardiendo… o si finalmente cambia.”
Cuando terminó de leer, Camila levantó la vista. No había lágrimas, solo determinación.
—Gracias por traérmelo. ¿Qué harás ahora?
—Lo que tú me digas.
Esa frase, dicha sin sarcasmo, sin sumisión, sin miedo… era la muestra más clara de que la familia Varela, rota por el pasado, podía reconstruirse en el presente.
—
Esa noche, Camila convocó a sus aliados más cercanos. Entre ellos, políticos de confianza, nuevos socios empresariales y líderes de opinión.
—Vamos a lanzar el “Proyecto Renacer” —anunció—. Un conglomerado económico, educativo y social para las comunidades olvidadas de toda Iberoamérica. Porque el poder que solo sirve para castigar… no vale nada.
Hubo un murmullo de aprobación, pero también rostros tensos.
—¿Y el consejo internacional? ¿Los dejarás respirar? —preguntó uno de los asesores.
Camila se acercó al gran mapa de su sala de reuniones y marcó con una aguja dorada sobre América del Sur.
—Ellos tendrán que adaptarse. Porque por primera vez, el sur dicta las reglas.
Mateo la miró desde la esquina, sin poder evitar el orgullo que le hinchaba el pecho. Ya no era solo la reina del tablero. Era la arquitecta de un nuevo mundo.
Pero incluso la arquitectura del futuro necesitaba cimientos. Y Camila, al mirar el colgante de su padre sobre la mesa, comprendió que su historia no era solo una de venganza.
Era también una historia de legado.
Y eso, lo sabía en lo más profundo, era más poderoso que cualquier imperio.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025