La sala de conferencias del Gran Hotel Imperial estaba repleta. Líderes empresariales, políticos, periodistas de renombre y hasta celebridades se habían reunido para escuchar a Camila Varela, la mujer que en menos de un año había transformado el mapa económico de media Europa. Pero esta vez, no se trataba solo de una ponencia. Era el escenario de una venganza anunciada.
Camila llegó envuelta en un vestido de satén negro con detalles plateados. Su presencia era un manifiesto de poder: cada paso que daba hacía eco en los mármoles del salón, y su mirada tenía la fuerza de una promesa cumplida.
—Hoy no vengo a pedir perdón —dijo, al tomar el micrófono frente a todos—. Vengo a mostrar lo que pasa cuando subestiman a una mujer.
Los murmullos fueron acallados por la proyección que apareció detrás de ella: documentos bancarios, correos electrónicos, grabaciones comprometedoras. En todos ellos, nombres conocidos: Elías Ramírez, los Montiel, y otros grandes empresarios que habían tratado de destruirla. La audiencia quedó muda.
—¿Reconocen esto? —preguntó, señalando una grabación donde Elías decía: “Camila es útil mientras no se le suba a la cabeza”.
Una risa sutil se escapó de sus labios.
—Pues aquí estoy. Con la cabeza bien alta.
A la derecha del escenario, Elías se removía en su asiento. Sabía que su juego había terminado. Camila había reunido pruebas, aliados y, sobre todo, el favor del público. Un aplauso se alzó, lento pero imparable. Luego otro, y otro más.
—Elías Ramírez —continuó Camila—, en este momento estás siendo investigado por fraude fiscal, evasión, y corrupción internacional. Ya no podrás esconderte detrás de un apellido o una empresa fantasma.
Entonces llegó el clímax. Camila bajó del escenario, se acercó a Elías y lo miró directamente a los ojos, sin miedo ni rabia: solo con verdad.
—¿Recuerdas cuando me dijiste que jamás llegaría a tu nivel? —preguntó—. Lamento decepcionarte. Nunca estuve a tu nivel. Siempre estuve por encima.
Los presentes soltaron un grito ahogado. Cámaras capturaron la escena. La bofetada no fue física, pero resonó como un trueno en cada rincón del salón.
Mateo, que observaba desde la entrada, esbozó una sonrisa orgullosa. A su lado, la madre de Camila lloraba en silencio, no por tristeza, sino por la certeza de que su hija lo había logrado. Contra todo. Contra todos.
Pero no todo era celebración.
Al caer la noche, Camila recibió una carta sin remitente. Dentro, una sola hoja con una frase: “Has tocado el fuego de los dioses. Y ellos no olvidan.”
Ella sonrió. Porque los dioses pueden ser temidos… pero también destronados.
Y ella no era una reina cualquiera.
Ella era la tormenta.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025