El sonido de los tacones de Camila resonaba como latidos en mármol mientras subía por la escalinata de la nueva sede del Grupo Varela, un rascacielos que había reemplazado simbólicamente a la vieja torre Montiel. Cada paso era una declaración. Ella no solo había conquistado un imperio, lo había reconstruido ladrillo por ladrillo con las cenizas del pasado.
En el gran salón de cristal, más de doscientos empresarios internacionales esperaban. El evento no era cualquier reunión: era la Cumbre de Poderes Emergentes, organizada por el Consejo Internacional de Inversiones. Y por primera vez en la historia, una mujer latina encabezaba el encuentro como anfitriona y figura principal.
Mateo, siempre a su lado, le entregó el discurso. Ella lo tomó sin mirar, y lo dobló en dos antes de deslizarlo en su cartera de cuero negro.
—¿No vas a leerlo? —preguntó él.
—No vine a repetir palabras escritas por otros. Vine a marcar territorio.
Cuando entró, la sala se silenció como si el oxígeno hubiera sido reemplazado por tensión. Rostros conocidos y poderosos se dieron vuelta. Algunos con respeto. Otros con recelo. Y unos cuantos, con puro miedo.
Entre ellos, estaba Elías Ramírez, sentado en la primera fila, fingiendo neutralidad. A su lado, Leonora Salvatierra, la mujer que una vez intentó comprar el silencio de Camila y que ahora luchaba por mantener su imperio farmacéutico a flote.
Camila tomó el micrófono. Su voz cortó el aire con la firmeza de un bisturí.
—Durante años, el poder se reservó para quienes sabían manipular desde las sombras. Hoy, les hablo desde la luz, porque he aprendido que las sombras solo existen si uno les teme.
Hubo un murmullo. Leonora cruzó los brazos. Elías enarcó una ceja.
—Me dijeron que no lograría nada sin un apellido. Que el poder solo era para quienes nacían en cuna de oro. Que la venganza era un arma de débiles. Pero mírenme. Mírennos. Porque esto ya no se trata de mí. Se trata de lo que representamos: los que no pedimos permiso. Los que fuimos traicionados y nos levantamos con dientes afilados.
La ovación fue inmediata.
Y entonces, ocurrió lo inesperado.
Desde una de las puertas laterales, un hombre irrumpió con escoltas: Rafael Montiel.
—Esto es un ultraje —gritó—. ¡Esta mujer destruyó el legado de mi familia! ¡Usurpó lo que no era suyo!
Camila no se movió. Ni un parpadeo.
—¿Legado? ¿Te refieres a la red de corrupción, evasión fiscal y manipulación mediática? Si eso es un legado, entonces tu apellido es un tumor, Rafael.
Risas. Aplausos. Cámara tras cámara enfocando el rostro enrojecido de Montiel.
—¡Ella destruyó a mi madre! —insistió él—. ¡A mi familia!
Camila dio un paso adelante, como si cada palabra fuera un martillo.
—Tu madre destruyó vidas. Manipuló sistemas. Arrastró inocentes al fondo. ¿Quieres hablar de familia? La mía comía pan duro mientras la tuya brindaba con champán robado.
Rafael quiso avanzar, pero fue detenido por seguridad. El Consejo Internacional observaba en silencio, algunos con sonrisas apenas disimuladas.
Camila levantó la voz una vez más:
—La historia ya no la escriben los que mandan en la oscuridad. La escriben los que se atreven a ponerle nombre al abuso, y rostro a la justicia.
Tras la salida de Montiel, Camila concluyó el evento con una última frase que quedaría grabada en todos los titulares:
—No vine a pedir poder. Vine a demostrar que merezco más del que jamás quisieron darme.
Horas más tarde, en la Torre Varela.
Mateo entró con un sobre manila. Su expresión era sombría.
—Llegó esto por mensajería especial. No viene firmado, pero mira el sello.
Camila lo tomó. En el reverso, un emblema que no veía desde hacía años: el símbolo del Clan Varela. Un círculo de oro partido por una espina negra.
Dentro, había una sola hoja. Y un mensaje:
“¿Sabes quién eras antes de ser Camila Varela?”
Su pulso se aceleró.
—¿Qué significa esto?
Mateo parecía inquieto.
—Están escarbando tu origen. Buscando el punto débil que nadie conoce.
—Entonces no hay vuelta atrás. Si quieren guerra de sangre, van a encontrar a alguien dispuesta a mancharse las manos.
Mientras tanto, en el sótano de una prisión secreta en los Pirineos.
Isabela Montiel escribía frenéticamente en un diario viejo. Su rostro demacrado escondía una rabia afilada.
—Camila cree que terminó. Pero solo rompió la superficie. Aún no conoce los verdaderos pilares de este mundo. Y yo… yo los construí con mis propias uñas.
Un guardia se acercó. Isabela levantó la vista.
—Dile a tu jefe que estoy lista para hablar. Pero no gratis. Quiero una audiencia… con León Varela.
El guardia tragó saliva.
—Ese nombre está prohibido.
—Entonces, diles que su reinado será breve.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025