El nombre rebotaba en la mente de Camila como un eco del pasado: León Varela.
Aquel nombre que su madre siempre evitaba, que borraba de fotos, que jamás pronunciaba ni en sus noches de mayor vulnerabilidad. Ahora, había regresado como una amenaza. Como una llave a un sótano emocional que ella había sellado desde la infancia.
Pero el mundo no esperaba a que uno sanara. El mundo empujaba, obligaba a mirar al abismo.
Camila estaba sentada frente a una pared de cristal en su penthouse, observando el amanecer. Detrás de ella, Mateo sostenía un dossier clasificado en sus manos.
—Hice lo que me pediste. Usé contactos de inteligencia privada, fuentes extranjeras, incluso algunos documentos desclasificados. Todo apunta a que León Varela no murió… solo desapareció del mapa.
—¿Por voluntad propia? —preguntó Camila sin girarse.
—Eso aún no está claro. Pero encontré algo más perturbador. Un archivo financiero a nombre de LV Consulting, una empresa offshore que ha financiado operaciones en África, Europa del Este y Asia. El patrón se repite: cuando un régimen cae, aparece esta firma. Y siempre antes del colapso.
Camila se dio la vuelta lentamente, su expresión endurecida.
—¿Estás insinuando que mi padre es...?
—No lo sé —dijo Mateo—. Pero si él sigue vivo, es alguien que ha movido hilos desde las sombras. Alguien que no quiso ser encontrado. Y ahora, alguien que quiere ser recordado.
Camila apretó los puños.
—Entonces iremos hasta el final.
Mismo día. Oficina central del Consejo de Seguridad Económica.
La noticia de la posible conexión entre Camila y una figura clandestina empezó a filtrarse entre los círculos políticos. Un periodista sensacionalista publicó un artículo insinuando que Camila podría haber recibido “apoyo oculto de organizaciones anónimas”.
Elías Ramírez, oportunista como siempre, usó la información en una reunión privada:
—Lo que Camila no cuenta es que su ascenso pudo no haber sido tan limpio. Los fantasmas no siempre son tan nobles como parecen.
Leonora Salvatierra, con una copa de vino en la mano, sonrió de lado:
—Entonces... ¿la reina del tablero tiene raíces podridas?
Ambos rieron, convencidos de que el golpe mediático haría tambalear a Camila.
Lo que no esperaban era que ella los invitara a una rueda de prensa abierta esa misma noche.
Esa noche, frente a más de 20 cámaras.
Camila apareció vestida con un traje blanco inmaculado, irradiando control y temple. Detrás de ella, Mateo colocó sobre la mesa un conjunto de documentos sellados.
—He leído los rumores. Los susurros que se esparcen como plagas. Hablan de un nombre. De un hombre. De un pasado que nunca pedí pero que me pertenece. Así que hoy, en lugar de negar, vengo a confirmar.
Un murmullo recorrió la sala. Mateo cerró la puerta con llave desde adentro. Nadie saldría sin escuchar la verdad.
—Sí. León Varela fue mi padre. Un hombre que abandonó a su familia por razones que aún desconozco. Nunca recibí ayuda suya. No herencia. No apellidos. Nada más que una ausencia y un silencio lleno de heridas.
Camila levantó los documentos.
—Y para que no queden dudas, autorizo públicamente la investigación completa sobre sus movimientos financieros y su relación con mi ascenso. Porque el poder que hoy tengo, lo construí sin padrinos, sin favores, sin rodillas dobladas. Lo construí con sangre, con traición, y con la decisión de jamás rendirme.
La sala explotó en aplausos. Pero entre la multitud, un hombre encapuchado observaba desde la última fila. No dijo una palabra. Pero al salir, dejó caer un sobre en el mostrador de prensa. Dentro había una sola frase, escrita con pluma antigua:
“Al final, todo regresa al origen. Nos vemos en Lisboa.”
Camila lo leyó sin mostrar emoción.
—¿Viajamos? —preguntó Mateo.
—No. Vamos a cazar.
Mientras tanto, en Lisboa.
En una catedral abandonada del barrio Alfama, un grupo de hombres se reunía alrededor de una mesa cubierta de mapas y fotografías.
Uno de ellos, con cabello blanco y rostro oculto por sombras, levantó la vista.
—Camila cruzó la última puerta. Ya no es una simple amenaza. Es una heredera legítima... y peligrosa.
Otro replicó:
—Entonces, ¿la eliminamos?
—No —dijo el anciano—. La enfrentamos. Que sepa quién soy. Que vea lo que enterró su madre. Y que entienda… que yo no abandono. Solo espero el momento justo para regresar.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025