Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 74: La Tempestad Tiene Mi Nombre

La lluvia golpeaba los ventanales del hotel más exclusivo de París como si quisiera arrancarlos de cuajo. Pero en la suite presidencial, no era el clima lo que estremecía a los presentes. Era Camila Varela.

De pie en medio de la sala, con un vestido negro ajustado que resaltaba cada curva de su cuerpo y unos tacones que resonaban como martillos, sostenía una carpeta gruesa entre sus manos. Su mirada era la de una emperatriz frente a un grupo de traidores.

—¿Alguien quiere explicarme por qué firmaron este contrato sin mi autorización? —preguntó, su voz afilada como un látigo.

Cuatro ejecutivos internacionales—dos franceses, un británico y una alemana—evitaron su mirada. Eran tiburones acostumbrados a mover millones sin pestañear, pero frente a Camila, parecían peces fuera del agua.

—Camila... —comenzó uno de ellos, con tono conciliador— fue una decisión estratégica. Queríamos aprovechar la ventana de inversión.

—¿Estrategia? —Camila dejó caer la carpeta sobre la mesa con un golpe seco—. ¿Traicionar la estructura que construí desde las cenizas es estrategia?

Mateo, en una esquina, la observaba sin intervenir. Sabía que ese era su momento. El de la mujer que había desafiado imperios.

—¿Creen que olvidé quién soy solo porque crucé el Atlántico? —continuó ella, acercándose a ellos, uno por uno—. Yo destruí a los Montiel con una sola frase en una rueda de prensa. Hice temblar a los bancos suizos. Y ahora, ustedes, que se llaman mis aliados, deciden venderme por unas acciones en Dubái.

Se giró hacia la alemana.

—Ingrid, tú firmaste esto. ¿Acaso olvidaste que tu empresa estuvo al borde de la quiebra hasta que mi equipo intervino?

—No fue personal… —murmuró Ingrid.

—¡Claro que fue personal! —alzó la voz Camila— Todo lo que hago lo es. Porque no juego a los negocios. Yo juego a reescribir las reglas.

Silencio.

Entonces sacó otro documento de su bolso. Lo colocó junto a la carpeta.

—Esta es mi respuesta. Acabo de adquirir el 49% de sus acciones individuales usando una cláusula que ustedes firmaron hace dos meses. ¿Lo recuerdan? Aquella letra pequeña que decía: “El incumplimiento de políticas internas puede derivar en transferencia obligada de activos.”

Los ojos se abrieron. El británico se puso de pie.

—¡Eso es ilegal!

—No en Luxemburgo —dijo ella, con una sonrisa helada—. Y mucho menos cuando los auditores internos respaldan mi denuncia.

Entonces, llegó el momento del golpe final.

—A partir de hoy, ya no forman parte de la junta directiva. No solo los saco del juego. Les arrebato el tablero.

Y sin dar más explicaciones, se giró y salió de la sala.

Mateo la siguió.

—Fue un movimiento arriesgado. Muy arriesgado.

Camila se detuvo frente al ascensor.

—No tengo tiempo para ser prudente, Mateo. Si me quieren fuera, tendrán que matarme.

Mientras las puertas se cerraban, Ingrid, aún en shock, observó el documento con las manos temblorosas.

—¿Quién demonios es esta mujer?

—Es la tormenta —dijo el británico—. Y tiene nuestro nombre grabado en su relámpago.

Esa misma noche

Camila estaba en su habitación, frente al espejo. Se desmaquillaba lentamente, pero sus ojos seguían encendidos.

Mateo apareció con una copa de vino.

—Aún hay más cartas por jugar. Las filtraciones del viejo caso de tu padre ya están circulando.

—¿Y?

—Parece que León Varela no solo desapareció. Fue encubierto por el gobierno argentino. Hay más podredumbre en ese pasado de lo que imaginábamos.

Camila apretó los labios.

—Pues que salgan las ratas. Yo tengo suficiente veneno para todos.

Y entonces sonó el teléfono.

Era una llamada desde Buenos Aires. Una voz masculina habló con tono tembloroso:

—Soy… soy tu medio hermano.

El mundo se detuvo.

Y Camila, que ya había destruido imperios, supo que estaba por desenterrar el suyo.




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