Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 75: Herencias de Sangre

—¿Mi qué? —la voz de Camila quedó suspendida en el aire, con el teléfono pegado a su oído y la respiración contenida.

—Tu medio hermano —repitió la voz del otro lado de la línea—. Mi madre era Clara Gutiérrez… y mi padre también se llamaba León Varela.

Camila se quedó en silencio. Las piezas del rompecabezas, que hasta entonces eran solo bordes sueltos, de pronto encajaban. Clara Gutiérrez había sido la amante de su padre antes de desaparecer misteriosamente. Durante años, su madre le había dicho que Clara era solo un rumor.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó con frialdad.

—Nada… o tal vez todo. Pero sobre todo, respuestas. Tú creciste con su sombra. Yo crecí con su nombre y sin saber por qué lo maldecían.

Camila colgó sin decir más.

Mateo la observaba desde el otro lado de la habitación. Estaba acostumbrado a verla dominar salas, arrasar con enemigos, incendiar imperios… pero ahora, por primera vez, la vio temblar.

—¿Estás bien?

—Voy a Buenos Aires —dijo ella sin dudar—. El pasado ya no va a perseguirme. Esta vez, yo lo cazaré.

Dos días después – Buenos Aires

La ciudad la recibió como una figura mítica. No había medio que no cubriera su regreso, no había pantalla que no mostrara su rostro. Pero Camila no estaba ahí por gloria. Estaba ahí por verdad.

A las 8:00 AM exactas, llegó al viejo despacho que su padre había tenido cuando aún dirigía una empresa constructora estatal. Las paredes aún olían a polvo y a abandono. Y sin embargo, en uno de los cajones, halló una libreta: nombres, fechas, coordenadas. Y entre ellos, uno subrayado dos veces:

“Proyecto Midas: Financiamiento encubierto, 1996”

Mateo levantó la vista.

—Esto no es solo corrupción. Esto es encubrimiento estatal a nivel internacional. Tu padre no desapareció: lo desaparecieron.

Camila cerró los ojos. Su mandíbula se tensó.

—Entonces voy a hacerlos pagar… con intereses.

Al día siguiente – Conferencia del Ministerio de Obras Públicas

Nadie esperaba verla. Nadie la invitó. Pero Camila irrumpió en la rueda de prensa con un vestido blanco y un expediente en la mano. Las cámaras se volvieron locas.

—¡Señora Varela! ¡Esto es una conferencia cerrada! —le gritó un funcionario.

—¿Cerrada a la verdad? —replicó, subiendo al estrado—. Porque tengo pruebas suficientes para hundir a medio gabinete.

Silencio absoluto. Luego, estalló el caos.

—Aquí están las cuentas en Suiza, las transferencias trianguladas a Panamá, y los nombres de los involucrados en el Proyecto Midas. Incluido su actual viceministro de Infraestructura, que fue socio directo de León Varela… mi padre.

Los murmullos se convirtieron en gritos. Los periodistas se abalanzaron. El viceministro intentó hablar, pero Camila alzó una foto antigua: su padre, joven, con el logo del proyecto detrás.

—Mi padre fue usado, acusado y silenciado. Yo soy su hija. Y no voy a detenerme hasta limpiar su nombre y ensuciar el de todos ustedes con la verdad.

Fue el golpe perfecto. A plena luz del día, en cadena nacional.

Esa noche – Hotel Alvear

Camila brindaba sola. Frente a ella, un expediente más grueso aún: las primeras respuestas del fiscal federal. Se abría una causa penal. Por primera vez en décadas.

Mateo entró con una sonrisa.

—La prensa dice que fuiste más efectiva que un terremoto.

—Un terremoto destruye. Yo limpio el terreno —respondió ella.

—¿Y tu hermano?

Camila suspiró.

—Quedó en silencio. Creo que no esperaba que me lanzara al fuego sin titubear.

—¿Y tú qué esperabas?

—Nada. Por eso no puedo ser decepcionada.

Última escena del capítulo

Camila salió a la terraza. Desde ahí, Buenos Aires parecía más pequeña. Como si ya no pudiera tocarla, ni hacerle daño.

Y sin embargo, una figura la esperaba en la penumbra. Un hombre mayor, con bastón, gafas oscuras y una expresión herida.

—Camila —dijo—. No podía quedarme sin verte. Soy León Varela.

El mundo se detuvo. Camila retrocedió un paso. Su voz se quebró.

—Tú… estás muerto.

—Para el mundo, sí. Pero nunca para ti. Nunca para mí.

Y sin avisar, los recuerdos la golpearon como un torrente.

Porque el pasado no solo llama a la puerta. A veces, entra sin permiso.




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