Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 77: El Precio del Nombre

El mundo había cambiado para Camila, pero no por el aplauso.

La confesión pública de León Varela sacudió los cimientos del poder en América Latina. Hubo arrestos. Renuncias. Caídas espectaculares de políticos, empresarios y jueces. Lo que durante décadas se había ocultado tras protocolos y silencios, ahora era una tormenta a cielo abierto.

Y Camila, al centro del huracán.

Pero ni la verdad ni la justicia son inmunes al costo.

Esa mañana, al salir del hotel donde se había instalado temporalmente, un grupo de reporteros bloqueó su paso.

—¡Camila! ¿Sabía usted de los crímenes de su padre antes de su reaparición?

—¿Planea capitalizar políticamente la confesión?

—¿Cómo responde a las acusaciones de oportunismo?

No respondió. Solo caminó. Con la cabeza erguida, los pasos firmes. Pero por dentro, cada palabra era un cuchillo.

Mateo la esperaba en el auto. En cuanto cerró la puerta, ella dejó caer la cabeza hacia atrás.

—No te acostumbres —dijo él suavemente—. A que te crucifiquen mientras haces lo correcto.

—No es eso —contestó ella, con los ojos cerrados—. Es que me miran como si yo tuviera que redimir algo que no hice. Como si llevar su apellido me convirtiera en cómplice.

Mateo no dijo nada de inmediato. Luego, murmuró:

—La sangre no se escoge. Pero los actos, sí.

El auto arrancó hacia la sede del nuevo Comité Internacional de Reparación Histórica, donde Camila había sido convocada para discutir los próximos pasos. Ya no como testigo. Ahora como voz principal.

En la Sala de Estrategias – Edificio del Comité Internacional

Una sala larga, con ventanales que dejaban entrar la luz de Buenos Aires. Representantes de Naciones Unidas, miembros de ONG, abogados internacionales. Todos mirando a Camila.

—Señores —empezó ella—, no necesito una medalla. Ni una placa. Lo que necesitamos es un mecanismo real que obligue a los estados a responder no con discursos, sino con restitución.

Uno de los miembros levantó la mano.

—¿Está sugiriendo un fondo internacional financiado por los propios países involucrados?

—Exactamente. A partir de sus activos incautados, evasiones recuperadas y empresas intervenidas. Dinero manchado, devuelto en forma de becas, hospitales, escuelas. No es caridad. Es justicia.

Hubo murmullos. Algunos escépticos. Otros claramente impresionados.

Una mujer alemana, de semblante severo, dijo:

—¿Y quién lideraría este proceso? ¿Usted?

—No. No necesito más poder. Necesito resultados. Pero si se necesita una cara para abrir puertas… aquí estoy.

Hubo silencio. Luego, un gesto afirmativo.

Esa noche – En su apartamento temporal

Camila se descalzó, dejó caer el abrigo y encendió la radio. Sonaba una vieja canción que su madre solía tararear mientras cocinaba. Por primera vez en mucho tiempo, la memoria no dolió. Fue cálida.

Estaba sola. Pero no se sentía vacía.

Entonces, el teléfono sonó.

—¿Hola?

—¿Camila Varela? Habla Emiliano Álvarez. Soy periodista de investigación. Estoy trabajando en un reportaje sobre el caso Varela y los vínculos ocultos que aún no han salido a la luz.

—¿Qué tipo de vínculos?

—Archivos que prueban que su padre no solo fue un peón, sino que dirigió operaciones hasta dos años después de su supuesta desaparición. Hay documentos, grabaciones. Necesito reunirme con usted.

Camila cerró los ojos.

—Mañana a las 8. En el Café Las Violetas. No llegues tarde.

Colgó. La paz duró menos de 30 segundos. Pero ya no la buscaba.

Sabía que el pasado, como los cadáveres mal enterrados, siempre regresaba.

Día siguiente – Café Las Violetas

Emiliano era joven, nervioso y meticuloso. Colocó sobre la mesa una carpeta sellada y una grabadora.

—Esto nunca se publicó. Viene de un archivo privado de un ex ministro que murió el año pasado. Su padre estaba en el centro de todo.

Camila no lo interrumpió. Vio las fechas. Escuchó las voces. Y en cada página, la imagen del hombre que acababa de recuperar se volvía más y más turbia.

—¿Por qué mostrarme esto ahora?

—Porque hay elecciones pronto. Y ya circulan rumores de que usted podría apoyar una candidatura desde las sombras. Esto puede destruirla.

Camila guardó silencio. Luego, con frialdad, dijo:

—Déjame esos documentos. No porque quiera proteger su imagen. Sino porque quiero decidir qué hacer con la verdad. Esta vez, completa.

Final del capítulo – Reflexión interna

Esa noche, frente al espejo, Camila se miró sin maquillaje. Sin joyas. Solo ella. La mujer que sobrevivió a todos. La que convirtió la traición en escudo, la verdad en espada.

Se habló en voz baja:

—No soy hija del pasado. Soy dueña del futuro. Y esta vez… no fallaré.

La cámara se aleja. Afuera, la ciudad no duerme. Ni ella.

Porque cuando uno se atreve a enfrentar la verdad con los ojos abiertos, deja de ser víctima.

Y se convierte en leyenda.




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