Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza

Capítulo 81: El Precio de los Secretos

La mañana amaneció con un silencio extraño en la mansión Varela. No era la calma antes de la tormenta. Era la tormenta misma disfrazada de normalidad. Camila lo supo en cuanto bajó las escaleras y encontró a Laura sentada en la cocina, con una taza de té que no había tocado, con los ojos vidriosos, como si supiera que la mentira que había sembrado estaba a punto de germinar... en su contra.

—¿Dormiste bien? —preguntó Laura, con su tono suave y falso de siempre.

Camila se limitó a observarla unos segundos, con esa mirada suya que diseccionaba el alma. Ya no necesitaba levantar la voz para hacer temblar.

—Dormí como alguien que ya sabe quién le clavó la daga.

Laura parpadeó, pero no dijo nada. Su mano temblaba levemente.

Mateo apareció en el umbral con su móvil en la mano.

—Lo tenemos. El video, las grabaciones, y los pagos. Laura filtró información a Isabela Montiel desde hace meses. Todo por dinero... y por celos.

El silencio se rompió como un cristal. Laura se levantó bruscamente, fingiendo dignidad.

—¡Eso no es cierto! ¡Camila, tú me conoces!

Camila caminó hasta ella, con los tacones resonando como golpes de sentencia.

—Te conozco tan bien que sé que siempre supiste jugar a ser víctima, Laura. Te encantaba vestirte de amiga, pero actuabas como enemiga.

—¡Tú me quitaste todo! ¡Siempre fuiste la preferida! ¡Hasta mi prometido te miraba como si fueras un maldito sol! —gritó ella, por fin mostrando su verdadero rostro.

—No fue mi culpa que tú no brillaras —respondió Camila, sin alterarse—. Y si tu idea de venganza era traicionarme a mí para aliarte con una serpiente, entonces mereces lo que te viene encima.

Mateo se acercó con los papeles.

—La denuncia ya está hecha. La policía vendrá a buscarla en cualquier momento. También la expulsamos oficialmente del consejo directivo. No volverás a entrar a una oficina en esta ciudad.

Laura se rió con histeria, sus ojos nublados de rabia.

—Crees que lo tienes todo bajo control, ¿no? Pero tú también tienes secretos, Camila. ¡Y cuando salgan a la luz, te van a devorar viva!

Camila no se inmutó. Solo respondió con calma:

—Puede ser. Pero yo aprendí a enfrentar mis sombras. Tú preferiste convertirte en una.

**

La noticia explotó en los medios como una bomba: "Camila Varela desenmascara a su asistente personal por espionaje corporativo." Las redes sociales ardieron. Algunos la llamaban despiadada. Otros, heroína. Pero lo cierto era que nadie podía ignorarla.

Esa misma noche, en un evento empresarial benéfico, Camila apareció con un vestido rojo escarlata que simbolizaba más que elegancia: era su forma de decir “aquí estoy, y no me escondo”.

Allí, entre champán y aplausos hipócritas, se encontró cara a cara con otra sombra del pasado: Adriana Sanz. La mujer que fingía dulzura y compasión en público, pero que siempre había deseado su caída en privado.

—Camila, querida. Qué gusto verte tan... renacida —dijo Adriana, sonriendo con los labios, no con los ojos.

—Y yo encantada de ver que aún sigues intentando escalar... aunque sea sobre las ruinas de otros —replicó Camila.

—Dicen que has sido muy dura con tu gente. Que ni siquiera perdonas a tus amigas…

—La lealtad no es algo que se mendigue, Adriana. Se demuestra. ¿Tú sabrías algo de eso?

Adriana frunció los labios, molesta. Pero Camila no terminó ahí. Dio un paso al frente, a medio susurro.

—La próxima vez que intentes comprar a uno de mis empleados, asegúrate de no dejar huellas. Y de no hacerlo con tu cuenta secundaria. Tienes talento, pero te falta malicia.

Adriana palideció. No dijo una palabra más. Alguien captó la escena en video y, horas después, “Camila desenmascarando a otra hipócrita” fue tendencia en todas las plataformas.

**

Esa noche, en su estudio, Camila revisaba los nuevos informes cuando Mateo entró con una copa de vino.

—¿No estás cansada de tanta batalla?

—Sí. Pero el cansancio pasa. La traición, no.

Él se sentó frente a ella, con una sonrisa.

—Lo bueno es que ahora el enemigo se ve más claro.

—Y también más desesperado —añadió Camila—. Cuando una serpiente se ve arrinconada, muerde con más fuerza.

—Pero tú no eres una presa, Camila.

—No —dijo ella, levantando la copa—. Yo soy el fuego que quema todo a su paso.

Brindaron en silencio, con la convicción de que el siguiente movimiento sería aún más peligroso... pero también más glorioso.

Porque Camila ya no era solo una mujer con sed de justicia. Era la tormenta vestida de seda. La reina del tablero que ya no necesitaba ocultar sus cartas.




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