El silencio del despacho era más pesado que nunca. Camila sostenía el teléfono, pero la llamada ya se había cortado. Solo quedaban aquellas palabras suspendidas en el aire: “¿Eres la hija de León?”.
Y de pronto, el pasado la inundó. No el de las batallas corporativas ni los titulares de prensa. Sino el verdadero: el de las ausencias, las preguntas sin respuesta, las noches en las que su madre lloraba frente a una carta rota y jamás quiso explicar por qué.
Camila abrió una vieja caja que había traído de Buenos Aires. Entre papeles amarillentos y fotografías descoloridas, apareció una nota arrugada. Era la letra de su madre. Solo cuatro palabras:
“Perdón por ocultártelo.”
En ese momento, la mujer que había enfrentado magnates, políticos y traiciones sintió que el suelo temblaba. Porque ninguna victoria en el mundo empresarial podía llenar el vacío de un padre que nunca estuvo, de una verdad que llegó tarde.
—¿Por qué ahora? —murmuró, mirando la ciudad a través del ventanal—. ¿Por qué cuando ya construí todo sin él?
Mateo entró sin tocar. La miró, y sin necesidad de palabras, supo que algo había cambiado.
—¿Estás bien?
Ella lo miró largo rato, luego negó con la cabeza.
—No. Pero lo estaré.
—¿Qué pasó?
—Alguien del pasado volvió. Alguien que debería haber estado en mi vida… y no estuvo.
Mateo se acercó y la abrazó. Fue un gesto silencioso, sin romanticismo ni posesión, solo un refugio en medio de una tormenta emocional.
—No todos los que se van, se van por cobardía. A veces se van por miedo… o por amor —dijo él suavemente.
Camila cerró los ojos. No quería perdonar aún. No sabía si podía.
Horas después, asistió a la inauguración de una nueva sede de la Fundación Mujeres Renacientes, una iniciativa que ella misma había impulsado con parte de su fortuna. En el escenario, mientras daba su discurso, se quebró por primera vez en público.
—No todas venimos de hogares llenos. No todas tuvimos una mano que nos protegiera de niñas. Pero hoy estamos aquí. Porque renacer… también es construir con los pedazos rotos.
La ovación fue ensordecedora. No por su poder. Sino por su humanidad.
Esa noche, en la soledad de su suite, Camila recibió otro sobre. Sin remitente. Dentro, una foto de su madre, más joven, abrazada a un hombre delgado de cabello oscuro. En el reverso, una fecha: 1999, Sevilla. Y una frase:
“Nunca quise irme. Me obligaron.”
Camila cerró los ojos. La herida seguía abierta. Pero ahora, al menos… sabía dónde sangraba.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025