La lluvia no había cesado desde que Camila aterrizó de nuevo en Madrid.
Era como si el cielo supiera que, para limpiar tanta sangre, hacía falta más que agua. Hacía falta fuego. Furia. Verdad.
Y esa noche, todo se uniría.
El salón principal del Teatro Real estaba repleto. Empresarios, políticos, artistas, todos presentes en la gala benéfica organizada por la nueva presidenta de la Fundación Herrera. Nadie se imaginaba que esa noche no sería para aplaudir. Sería para revelar.
Camila, vestida de negro satén, caminó entre los asistentes como una sombra con voz. A su lado, Valeria sostenía una carpeta. Álvaro observaba desde lejos, oculto entre el público, su expresión era de temor y admiración a la vez.
—¿Estás lista? —preguntó Valeria, entregándole un micrófono.
—No —respondió Camila—. Pero igual lo haré.
El telón se alzó, y todos esperaban un discurso elegante, agradecimientos, palabras vacías. Lo que recibieron fue un terremoto.
—No vine a pedir donaciones. Vine a devolverles lo que ustedes nos han robado durante años: la verdad.
La sala enmudeció.
—Hoy van a escuchar nombres. Van a ver rostros. Van a entender por qué el poder sin alma es solo corrupción con traje.
Se encendieron las pantallas. Imágenes. Documentos. Conversaciones grabadas. Transacciones. Amenazas. Muerte.
Camila reveló toda la red que durante décadas manipuló contratos, destruyó empresas familiares, compró sentencias, ejecutó enemigos.
Y en el centro de todo, un nombre brilló:
Fernando de la Vega.
El padre de Álvaro. El hombre que había destruido a la familia de Camila.
Álvaro se puso de pie. Su rostro desencajado. Todos lo miraron. Él levantó las manos y gritó:
—¡Yo no tengo nada que ver!
Pero ya era tarde.
El mundo veía. Escuchaba. Juzgaba.
Camila bajó la mirada. Le dolía. No porque lo amara menos. Sino porque lo amó demasiado, y aún así, eligió la justicia.
Tras la gala, el caos.
Políticos huyendo. Empresas cayendo. Medios colapsando.
Camila, sin embargo, no celebraba. Estaba en la tumba de su madre. Sentada bajo la lluvia, hablándole como si el tiempo no existiera.
—Mamá… lo logré. Pero no sé si gané.
Una voz la interrumpió.
—Sí ganaste. Pero no esta guerra.
Camila se giró.
Un joven de unos 20 años, con los mismos ojos que ella.
—¿Quién eres?
El chico le mostró un colgante. Dentro, una carta de su padre.
"Cuando ella termine, tú comenzarás. Porque la sangre Herrera no se extingue. Se transforma."
—Soy Elías. Tu hermano.
Camila no pudo hablar. Solo lo abrazó. Y supo, en ese instante, que su historia terminaba, pero una nueva estaba naciendo.
Días después, Camila abandonó la presidencia.
Cedió todo a una junta de mujeres. Valeria se convirtió en directora. Diana, en fiscal general. Y Álvaro… desapareció de los medios.
Ella se fue a Colombia. A comenzar desde cero. En silencio.
Hasta que una noche, Elías llegó a su puerta.
—Han matado a uno de los nuestros. Usaron el símbolo del dragón doble.
Camila lo miró a los ojos. Se levantó.
—Entonces es momento de volver.
Y al cerrar la puerta, un rayo iluminó su rostro endurecido por la verdad y la pérdida.
—Ahora sí empieza todo.
Fin del Libro I: "Él Me Juró Lealtad, Yo Le Dediqué Venganza"
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 18.05.2025