El mejor Amigo de mi Hermano

Capítulo 4

Al día siguiente bajé a desayunar, mis padres ya estaban en la mesa.

—Hija, tu papá y yo vamos a salir hasta la noche. No llegues tarde de la fiesta —dijo mamá.
—Y no vayas a tomar alcohol —dijo mi papá serio.
—Está bien, papá —respondí.

Llamé a Carla para que viniera a mi casa, así nos alistaríamos juntas antes de la fiesta que empezaba a las 8:00 p.m.

Cuando sonó el timbre, fui a abrir.
—¡Anto! —dijo abrazándome.
—Vamos, hay que ver unas series mientras esperamos —le dije, jalándola hacia mi cuarto.

Las horas pasaron rápido y ya teníamos que arreglarnos.
—Anto, voy a bañarme primero —dijo Carla.
—Está bien, baby —respondí.

Mientras ella se bañaba, empecé a escoger mi ropa: una falda corta negra, un top blanco y botas negras. Carla salió vestida con un vestido corto lleno de brillos y botas altas.

—Estás guapísima —le dije, dándole un beso en la mejilla.
—¿Y tú qué te vas a poner? —preguntó.
—Esto —le señalé mi elección.
—Vaya, eso está muy sexy —dijo sonriendo.

Me cambié, nos maquillamos y peinamos hasta que quedamos listas.

—Ya estamos listas —dije emocionada.

Salimos de mi casa y tomamos un taxi hasta la casa de Ricardo. Cuando llegamos, nos quedamos sorprendidas: la música se escuchaba hasta la calle y la casa estaba repleta de gente.

—Dios, esto es increíble —dijo Carla.
—Entremos —le respondí.

Apenas entramos, vimos a todos bailando, tomando y hasta manoseándose.

—¡Llegaron! —dijo Ricardo acercándose con una sonrisa.
—¡Qué buena fiesta! —dije riendo.
—Vamos a bailar —dijo Carla.

Fuimos a la pista, luego yo me alejé un poco para tomar algo. Entre vasos y risas, vi a Carla a lo lejos besándose con un chico.

—¡Qué tremenda! —dije riéndome.

De pronto sentí unas manos en mi cintura.
—¿Bailamos? —me susurró Ricardo con una sonrisa sensual.
—Vamos —respondí.

Comenzamos a bailar, él me pegó contra su cuerpo y sus manos se deslizaron por mis piernas.
—¿Te puedo besar? —preguntó mirándome a los labios.
—Hazlo —le dije con una sonrisa atrevida.

Sus labios tocaron los míos, sus manos seguían subiendo cuando de pronto escuché una voz fuerte.

—¡ANTONELLA! —gritó mi hermano, con el rostro serio. A su lado estaba Carlos, igual de serio.

Mi hermano avanzó furioso hasta donde estábamos.
—¿Qué carajos haces aquí? —me gritó apartándome de Ricardo.
—Vine a una fiesta, ya pedí permiso a mamá —le respondí molesta.
—¿Mamá también sabe que te estás besando y dejando manosear por este mocoso? —dijo con más rabia.
—¿Y tú qué haces aquí? —le dije molesta.
—Eso no importa. Vamos, te voy a llevar a casa —me gritó, jalándome del brazo.

—¡Suéltame! ¡Me estás dejando en ridículo! —grité, quitando su agarre y caminando hacia la puerta.
—¡Antonella, espera! —volvió a gritar.

Seguí caminando hasta que me alcanzó y volvió a sujetarme.
—Te dije que me esperaras —me dijo molesto.
—¡Y yo te dije que dejaras de humillarme! —le grité.

Carlos apareció en ese momento.
—Sebas, suéltala, la vas a lastimar —dijo serio.
—No te metas, Carlos —respondió mi hermano con dureza.

Me llevó casi a la fuerza hasta el auto. Carlos manejaba, Sebas iba a mi lado, aún furioso.

—¿Por qué te estabas besando con ese niño? —me gritó.
—¡Solo fue un beso, no tiene nada de malo! —le respondí molesta.
—¿Acaso te acostaste con él? —preguntó.
—¡Sí! ¿Y qué? —dije con rabia. Era mentira, pero lo solté sin pensar.

—¿¡Qué dijiste!? —gritó aún más enojado.
—¿Cuál es el problema? —le contesté desafiante.

Mi hermano me agarró del brazo con fuerza.
—¡Me estás lastimando, suéltame! —grité, pero no lo hizo hasta que Carlos paró el auto, bajó y abrió mi puerta.
—Ya llegamos, suéltala, la vas a dañar —dijo Carlos con firmeza.

Sebas me soltó al fin. Corrí a mi habitación, cerré la puerta y rompí en llanto.

—¡Antonella, abre la puerta! —golpeó mi hermano desde afuera.
—¡Vete, no quiero verte! —le grité.
—¡Abre la maldita puerta! —insistió.
—¡Ya te dije que no! —respondí.
—¿Es verdad lo que dijiste sobre ese mocoso? —preguntó serio.
—¡NO! ¡Era mentira, ahora vete! —le grité.

Por fin se fue. Más tarde bajé por agua, pensando que no había nadie, pero escuché una voz.

—Tu hermano se acaba de ir —dijo Carlos desde el sillón.

Lo miré, estaba serio, pero no respondí. Me serví agua.
—Tu mamá no sabe nada. Convencí a tu hermano para que no le dijera —me dijo.
—Gracias —contesté.
—Ven, siéntate. Quiero hablar contigo —señaló el sillón.

Me acerqué y me senté.
—Dime, ¿por qué dejaste que ese niño te tocara? —preguntó molesto.
—¿Tú también vas a empezar? —dije levantándome.
—¡Antonella! —dijo con voz firme.
—¿Qué? —pregunté molesta.
—Siéntate —ordenó.

Obedecí, su tono era más fuerte que el de mi hermano.
—¿Te acostaste con él? —preguntó serio.
—No —respondí.
—Está bien, ya puedes irte —dijo más tranquilo.

Me levanté, subí a mi habitación y me eché en la cama hasta quedarme dormida.

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