Había pasado un año desde aquella noche.
Un año sin ver a mis padres, a mi hermano… ni a Carlos.
Después de lo ocurrido, los meses transcurrieron sin pausa: terminé el colegio, y en Navidad, Sebastián vino solo.
Dijo que Carlos pasaría las fiestas con su familia.Sebas se disculpó por lo que pasó en la fiesta; lo abracé y, aunque el rencor seguía ahí, decidí perdonarlo.Poco a poco volvimos a hablar como antes.
Carla y yo comenzamos la universidad poco después. Nuestros padres nos compraron un pequeño departamento cerca de la facultad para que viviéramos juntas. Era libertad pura… o eso creía.
—Anto, hoy hay discoteca —pidió Carla con una sonrisa traviesa y un puchero imposible de ignorar.
—Mañana tenemos clases —protesté.
—¡Pero son al mediodía! Anda, no seas aburrida.
Rodé los ojos, aunque una parte de mí ya había cedido.
—Está bien —dije riendo.
Nos arreglamos juntas.
Carla eligió un vestido rojo corto, tacones negros y maquillaje que resaltaba sus ojos color avellana.
Yo opté por una falda plateada, top negro y botas altas. Llevé mi cabello rubio suelto y maquillé mis ojos verdes. Al vernos al espejo, sonreímos: éramos un peligro.
La discoteca estaba llena, la música vibraba en el suelo y las luces jugaban con nuestros reflejos.
Bebimos más de lo necesario y bailamos sin parar. Carla se perdió entre la multitud mientras yo me senté en la barra, con otra copa en la mano.
Un chico de unos veintitantos se acercó.
—Hola, preciosa. ¿Me das tu número? —preguntó con una sonrisa confiada.
—¿Y por qué debería? —reí divertida.
— Es una apuesta, ayúdame ¿si?—dijo señalando a su grupo de amigos.
Seguí su dedo… y me quedé helada.
Entre los chicos había uno idéntico a Carlos.
Mi corazón dio un vuelco. Debo estar alucinando, pensé. Demasiado alcohol.
—¿Entonces? —insistió el chico.
—Está bien, pero invítame una bebida —contesté coqueta.
—Trato hecho —respondió satisfecho.
Tomó mi mano, pero antes de que pudiera escribir mi número, sentí una mano firme sujetarme del brazo. Me giré… y el aire se me escapó.
—¿Antonella? ¿Ya no te acuerdas de mí? —su voz, grave y familiar, me erizó la piel.
—¿Carlos? Pensé que estaba imaginando cosas —balbuceé, riendo nerviosa.
—Estás borracha —murmuró con ese tono serio que siempre me desarmaba.
—Solo un poquito —bromeé.
—¿Con quién viniste? —preguntó sin rodeos.
—Con Carla.
—Bien. Te voy a llevar a tu departamento —dijo, como si fuera una orden.
—No quiero irme —me quejé, haciendo un puchero infantil. Ignoró mi protesta y me tomó del brazo con firmeza.
Le marqué a Carla.
—Ve tú primero, yo me quedo un rato más —dijo entre risas al otro lado. Ya sabía lo que hacía.
—¿Qué dijo? —preguntó Carlos.
—Que viene después —respondí con un suspiro.
Durante el camino, lo observé descaradamente. Él conducía en silencio, con la mandíbula tensa, los ojos fijos en la carretera. No parecía el mismo de antes; se veía más maduro, más frío… y, aun así, más irresistible.
—Dime tu dirección —ordenó sin mirarme. Se la di, y minutos después estacionó frente al edificio.
Me acompañó hasta mi habitación y me ayudó a acostarme.
—Voy a prepararte algo para la resaca —dijo, girándose hacia la puerta.
Lo detuve, tomándolo del brazo.
Carlos me miró sorprendido, y sin pensar, lo besé.
No me apartó.
Sus labios eran firmes, cálidos… y, por un instante, el mundo desapareció.
No sé cuánto duró, porque el sueño y el alcohol me vencieron.
---
Desperté con un dolor de cabeza insoportable. Bajé a buscar agua y escuché una voz detrás de mí.
—Ya despertaste —comentó Carlos desde la mesa, con una taza de café en la mano.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? —pregunté confundida.
—¿No te acuerdas? —replicó con tono neutro.
—No… —contesté, bajando la mirada.
—Ayer estabas borracha. Te traje —explicó, observándome con detenimiento.
El recuerdo del beso me golpeó como una ola.
Apreté los labios, evitando mirarlo.
—¿Ya te acordaste? —preguntó, arqueando una ceja.
—Sí. Que me trajiste —dije, fingiendo normalidad.
—¿Segura que no pasó nada más? —insistió, con una mirada tan profunda que me hizo tragar saliva.
—No… nada más —respondí, aunque mi corazón gritaba otra cosa.
Él suspiró.
—De acuerdo. Come —dijo, dejando una sopa caliente sobre la mesa.
Se acercó, y antes de irse, besó mi frente con suavidad.
—Descansa. Ya me voy.
—Gracias —alcancé a decir apenas.
---
Más tarde, Carla llegó al departamento. Nos bañamos, nos arreglamos y fuimos a clases como si nada.
—¿Entonces mañana vas a visitar a tus padres? —preguntó mientras caminábamos hacia la facultad.
—Sí, ¿tú también? —Sí, mis papás me lo pidieron.
Esa noche nos dormimos temprano. Pero a la mañana siguiente, el timbre sonó con insistencia.
Bajé medio dormida, abrí la puerta… y me quedé helada.
—Carlos… —susurré.
—Tu hermano me dijo que hoy vas a visitar a tus padres —dijo tranquilo, con una sonrisa leve.
—Sí… —murmuré. —Bien. Alístate, yo te llevo —anunció con ese tono que no admitía réplica.
—¿Tú? —pregunté incrédula.
—Sí, Anto. No te demores —añadió, dejándose caer en el sillón, como si el departamento fuera suyo.
---
Editado: 24.10.2025