El mejor Amigo de mi Hermano

Capítulo 6

El motor del auto rugía suavemente mientras Carlos conducía. Yo lo observaba de reojo, intentando disimular.

Estaba más guapo que nunca: su cabello negro ligeramente despeinado, sus ojos verdes concentrados en la carretera, los músculos de sus brazos marcándose bajo la camisa. Se veía más maduro… más inalcanzable. Cuando notó mi mirada, giré la cabeza enseguida fingiendo mirar por la ventana.

El silencio se rompió cuando sonó su celular. En la pantalla apareció un nombre que me hizo fruncir el ceño: Andrea.

¿Quién demonios es Andrea?, pensé, apretando el cinturón de seguridad.

—¿Qué pasó, Andrea? —preguntó él al contestar, sin quitar los ojos del camino. Puso el altavoz.

—Solo quería recordarte que a las seis tienes la reunión con los inversionistas
—respondió una voz femenina, dulce pero firme.

—Entendido, gracias —dijo Carlos con tono profesional.

—Y sobre… lo que pasó —alcanzó a decir ella, antes de que él la interrumpiera.

—Hablamos de eso después. Colgó, y mi cabeza se llenó de preguntas.

¿Qué pasó? ¿Con ella?

Sentí un nudo en el estómago.

—Ya llegamos, Anto —murmuró, sacándome de mis pensamientos.

Bajé del auto. La casa de mis padres seguía igual, pero algo en mí había cambiado. Cuando mamá abrió la puerta, me abrazó con tanta fuerza que casi me hace llorar.

—¡Hija! —exclamó radiante. Su cabello rubio lacio y sus ojos azules brillaban.

—Hola, mamá.

Papá apareció detrás, con esa sonrisa cálida y los mismos ojos verdes que yo había heredado.

—Princesa —dijo, besándome la frente.

Carlos los saludó con respeto y entramos.

En la sala, mi hermano Sebastián nos esperaba. Era la viva imagen de papá: cabello castaño, ojos verdes, sonrisa fácil.

—¡Anto! — exclamó Sebas abrazándome y besándome la frente. —.

—¡Sebas! Te extrañé —respondí sonriendo.

Nos sentamos a la mesa y la conversación fluyó.

—¿Cómo te va en la universidad? —preguntó mamá.

—Bien, mamá. Estoy feliz con la carrera.

—Carlos me contó que te encontró en una fiesta —comentó Sebastián.

Yo me puse tensa.

—Sí —murmuré.

—Lo bueno es que no estabas borracha —añadió, sin imaginar nada.

Miré a Carlos, que solo sonrió con complicidad. Le agradecí en silencio por no decir la verdad.

—Claro… no lo estaba —mentí con una sonrisa nerviosa.

—Me alegra, princesa —añadió papá.

Después del almuerzo vimos una película, hasta que Carlos anunció que debía irse a una reunión.

—¿Puedo acompañarte? —pregunté, más curiosa que otra cosa.

—Voy a demorar, te aburrirías —respondió.

—No me importa —insistí con un puchero.

—Está bien —cedió sonriendo.

Nos despedimos y subimos al auto.

—¿Segura de que no te aburrirás? —preguntó.

—Segura —contesté.

—¿Siempre tienes reuniones? —pregunté.

—Sí. Mi padre me dejó la empresa, quiere pasar más tiempo viajando con mamá —explicó sonriendo.

---

Llegamos al edificio. Todos lo saludaban; se notaba que lo respetaban. A mí, en cambio, me miraban con curiosidad.

Subimos al último piso. Allí nos esperaba Andrea.

—Carlos —lo saludó con una sonrisa demasiado confiada—. Ya van a llegar los inversionistas.

—Gracias, Andrea —respondió él. Luego me miró—.

Ella es Antonella, la hermana de mi mejor amigo.

—Mucho gusto —dije extendiendo mi mano.

—El gusto es mío —respondió, con una sonrisa tan falsa que casi me reí.

Carlos me llevó a su oficina, bajo la atenta mirada de Andrea.

—Siéntate —me indicó.

Desapareció un momento en otra habitación y volvió con un terno oscuro que lo hacía ver aún más irresistible. Me mordí el labio, rogando que no lo notara.

—Espérame aquí, Anto —dijo antes de salir.

Pasó una hora. Me aburrí y decidí explorar un poco. Bajé al primer piso y tomé el ascensor para subir otra vez.

Justo antes de cerrarse, una mano lo detuvo. Entró un chico alto, cabello castaño y ojos color avellana.

—Lo siento —dijo sonriendo.

—No hay problema —respondí.

—¿Trabajas aquí? —preguntó curioso.

—No, vine acompañando a alguien. ¿Y tú?

—Trabajo aquí, pero vine a ver a mi primo —respondió, mirándome con descaro.

Se acercó demasiado. Sentí su mano rozar mi cabello… y entonces el ascensor se abrió.

Frente a nosotros estaban Carlos y Andrea.

—¿Qué están haciendo? —soltó Carlos, serio.

—¡Primo! —exclamó el chico con una sonrisa.

¿Primo?

Carlos entró y se interpuso entre nosotros. Andrea también, lanzándome miradas asesinas. Nadie habló hasta llegar al piso de arriba.

—Antonella, sígueme —ordenó Carlos.

Entramos a su oficina.

—No te dije que entraras, Daniel

—¿Me estás botando? —replicó su primo, sentándose en el sillón.

—No, pero ¿a qué has venido?

—A verte... y de paso me encontré con esta chica hermosa —comentó mirándome con descaro.

Carlos frunció el ceño.

—Vamos, Antonella. Ya es tarde —expresó tomándome del brazo.

Salimos.

Daniel me seguía con la mirada y una sonrisa. En el ascensor Andrea nos miró molesta.

Yo le sonreí y casi estallé de risa con su cara de rabia.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Carlos, serio.

—Nada —contesté, conteniéndome.

Cuando subimos al auto, su tono cambió.

—¿Qué hacías con Daniel? —preguntó molesto.

—Nada. Coincidimos en el ascensor.

—¿Y lo que vi fue mi imaginación? —insistió.

—Él se acercó, no fue mi culpa —repliqué.

—No vuelvas a permitirlo —ordenó apretando el volante.

—No puedes prohibírmelo —dije, mirándolo desafiante.

Frenó de golpe.

—No lo vas a permitir, ¿entendido?

—Ya te dije que—

—¡Antonella! —alzó la voz.

Su tono me dejó helada.

Tragué saliva.

—Está bien —susurré frustrada.

Sonrió, satisfecho, y volvió a conducir.

Al llegar, me dio un beso en la frente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.