Me encontraba en el auto de Carlos mientras él conducía. Yo lo miraba de reojo: estaba más guapo que nunca, su cabello negro ligeramente despeinado, sus hermosos ojos verdes, sus brazos fuertes… se veía más maduro. Notó que lo observaba y desvié la mirada rápido.
De pronto sonó su teléfono. En la pantalla aparecía un nombre que me hizo fruncir el ceño: Andrea.
¿Quién demonios es Andrea? pensé.
—¿Qué pasó, Andrea? —preguntó Carlos al contestar, poniendo la llamada en altavoz.
—Solo quería recordarte que a las 6:00 pm tienes la reunión con los inversionistas —respondió la mujer.
—Entendido, gracias —contestó él.
—Sobre lo que pasó… —dijo ella, pero Carlos la interrumpió.
—Hablamos de eso después.
Colgó y yo me quedé helada. ¿Qué quiso decir con “lo que pasó”? Necesito descubrirlo.
—Ya llegamos, Anto —me dijo de pronto.
Salí de mis pensamientos y vi que habíamos llegado. Bajamos del auto y toqué el timbre. Mamá abrió la puerta y me abrazó fuerte.
—¡Hija! —exclamó, radiante. Su cabello rubio lacio y sus ojos azules brillaban. Tenía 38 años pero parecía mucho más joven.
Detrás apareció mi papá, con su cabello castaño y ojos verdes. A sus 42 también se mantenía joven.
—Princesa —me dijo dándome un beso en la frente.
Carlos saludó a mis padres y entramos. En la sala estaba mi hermano Sebastián, la viva imagen de papá: cabello castaño y ojos verdes. Yo, en cambio, era igual a mamá, excepto por los ojos que heredé de mi padre.
—¡Anto! —dijo Sebas abrazándome y besándome la frente.
—¡Sebas! Te extrañé —respondí sonriendo.
Nos sentamos a la mesa.
—¿Cómo te está yendo en la universidad? —preguntó mamá.
—Bien, mamá —contesté con una sonrisa.
—Carlos me contó que te encontró en una fiesta —intervino mi hermano.
—Sí —dije nerviosa.
—Lo bueno es que no estabas borracha —añadió.
Miré a Carlos, que me sonreía con complicidad. Le agradecí en silencio que no le contara la verdad a Sebas.
—Sí… —respondí sonriendo.
—Me alegra escuchar eso, princesa —dijo papá.
Después de almorzar, vimos una película todos juntos. Hasta que Carlos anunció que debía irse a una reunión.
—¿Puedo ir contigo? —le pregunté, nerviosa pero decidida a descubrir quién era esa tal Andrea.
—Voy a demorar, te vas a aburrir —dijo.
—No me voy a aburrir. Cuando termines me llevas a mi departamento —insistí con un puchero.
—Está bien, vamos —aceptó con una sonrisa.
Nos despedimos de mis padres y de Sebas. En el auto, Carlos me miró de reojo.
—¿Segura de que no te aburrirás?
—Segura —respondí sonriendo.
Él asintió y siguió conduciendo.
—¿Siempre tienes reuniones? —pregunté.
—Sí. Mi padre me dejó la empresa, quiere pasar más tiempo viajando con mamá —contestó sonriendo.
Llegamos a la empresa. Todos lo saludaban y a mí me miraban raro. Subimos hasta el último piso. Allí estaba una mujer.
—Andrea —dijo Carlos.
—Carlos, ya van a llegar los inversionistas —respondió ella con una sonrisa.
Carlos me presentó.
—Andrea, ella es Antonella, la hermana de mi mejor amigo.
—Mucho gusto —le dije extendiendo mi mano, lo cual acepto con una sonrisa, sabía diferenciar muy bien una sonrisa falsa y verdadera, en este momento era falsa.
Carlos me llevó a su oficina. Andrea nos miraba molesta.
—Siéntate —me dijo él. Obedecí.
Entró a otra habitación y al salir traía un terno que lo hacía ver aún más sexy. Mordí mi labio sin que lo notara.
—Espérame, Anto —me dijo con una sonrisa antes de salir.
Pasó una hora y yo ya estaba aburrida. Decidí recorrer el edificio. Bajé hasta el primer piso y luego subí al ascensor. Estaba por cerrarse cuando una mano lo detuvo. Entró un chico alto, de cabello castaño y ojos avellana.
—Lo siento —dijo sonriendo.
—No te preocupes —contesté.
—¿Trabajas aquí? No te había visto.
—No, vine acompañando a alguien. ¿Y tú?
—Trabajo aquí, pero vine a ver a mi primo —respondió mirándome fijamente.
Se acercó demasiado y me tocó el cabello. En ese instante, el ascensor se abrió y frente a nosotros estaban Carlos y Andrea.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Carlos, serio.
—¡Primo! —dijo el chico con una sonrisa.
¿Primo?
Carlos entró y se interpuso entre nosotros. Andrea también, lanzándome miradas asesinas. Nadie habló hasta llegar al piso de arriba.
—Antonella, sígueme —ordenó Carlos.
Entramos a su oficina.
—No te dije que entraras, Daniel —le dijo a su primo.
—¿Me estás botando? —contestó Daniel, sentándose en el sillón.
—No, pero ¿a qué has venido?
—A verte… y de paso me encontré con esta chica hermosa —dijo mirándome con descaro.
Carlos se puso aún más serio.
—Vamos, Antonella. Ya es tarde —dijo tomándome del brazo.
Salimos. Daniel me seguía con la mirada y una sonrisa. En el ascensor Andrea nos miró molesta. Yo le sonreí y casi estallé de risa con su cara de rabia.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Carlos, serio.
—Nada —contesté, conteniéndome.
Al subir al auto, su tono cambió.
—¿Qué estabas haciendo con Daniel? —preguntó molesto.
—Nada —respondí.
—¿Y lo que vi en el ascensor fue mi imaginación? —insistió.
—Entré al ascensor y él también, no entiendo por qué te pones así —dije, molesta.
—Porque permitiste que te tocara —replicó apretando el volante.
—Me tomó por sorpresa —contesté.
—No vuelvas a permitirlo —ordenó, mirándome a los ojos.
Me quedé en silencio. Estaba celoso… ¿pero eran celos de hermano?
—Respóndeme —insistió.
—No puedes prohibírmelo —le dije desafiante.
Frenó el auto de golpe.
—No lo vas a permitir y punto.
—Ya te dije que…
—¡Antonella! —gritó con voz firme—. Estoy esperando tu respuesta.
Su tono me heló la sangre. No podía contradecirlo.
—Está bien —murmuré frustrada.
Sonrió satisfecho y reanudó la marcha. Llegamos al departamento. Antes de irse me dio un beso en la frente.
Editado: 25.09.2025