El mejor enemigo

NO HAGO CUMPLIDOS

 

Elea se llevó la sorpresa que su hermana todavía no llegaba a casa pese a pasar más de la hora de la comida; Leisa había salido con Boone por unos asuntos referentes al ensayo de boda que tendría lugar el viernes de esa misma semana. Su madre estaba terminando de arreglarse cuando irrumpió en su alcoba sin llamar, descubriendo a Harriet luchando con el cierre del vestido a la espalda; se había arreglado como si fueran a recibir al presidente del país y no como si se tratara de cualquier cena.

—No es ninguna comilona común y corriente. —La corrigió Harriet al escucharla expresarse en voz alta—. Marvin ha invitado al señor Edevane, su mayor socio en empresas Albertson & Co. Y es una ocasión para lucir presentable.

Elea, quien se encontraba sentada a los pies de la inmensa cama, observando a su progenitora aplicarse rímel en las pestañas con demasiada minuciosidad, recordó que todavía no le daba la noticia de quién estaba abajo, esperando.

—Pues el dichoso señor Edevane aguarda en el salón de estar.

Harriet erró el pulso y terminó pinchándose el ojo con el cepillito al oír la notición.    

—¿Cómo? —chilló. Cogió un pañuelo desechable de su caja y secó las lágrimas resultantes del accidente de belleza—. ¿Y qué haces aquí si el hombre está abajo y solo?

Elea se encogió de hombros, sonriendo al descubrir el ojo de oso panda de Harriet.

—Le dije que subiría a informar de su llegada, por cierto, ¿asistirá papá?

Harriet le lanzó una mirada fulminante a través del gran espejo del tocador de elegante madera de cedro, tallada a mano con brocado de oro.

—Por supuesto que asistirá —comunicó, frunciendo los labios al reparar en su perfecto maquillaje, arruinado. Tendría que empezar desde el principio y no disponía del tiempo idóneo para lograrlo—. Y tú deberías estar allá abajo, comportándote como una perfecta anfitriona.

—No es mi invitado —farfulló, recostándose sobre los codos en el mullido colchón—, ¿dónde está el abuelo?

—Encerrado en su estudio.

—Pero si bueno —murmuró la joven, enderezándose de golpe—, ¿acaso nadie puede encontrarse presente y recibir a su convidado? ¿Dónde está Rufus? Me dejó olvidada en el aeropuerto.

Harriet tomó una toallita desmaquillante, pasándola por su rostro.

—Arreglándose —cuchicheó cuando pasó el papel sobre sus párpados—. Hija, tú estás lista. Deberías bajar y hacerle compañía al señor Edevane.

—Ni de coña —farfulló Elea.

—¿Perdona? —inquirió Harriet, girándose hacia ella.

—He dicho que no —respondió Elea, mirando fijo a su progenitora—, no pienso ir allá abajo y comportarme como la dueña y señora de la casa, madre. Estoy agotada, deseo irme a dormir, sin embargo, me sentaré en la mesa del comedor y voy a fingir pasármela en grande cuando por dentro estoy que caigo muerta —le explicó de mala gana—. Así que, no. No me reuniré con Edevane. Además, es probable que mientras nosotras mantenemos ésta conversación, el abuelo ya lo haya saludado.

Harriet sacudió la cabeza, sin agregar nada más a la conversación. Aquella hija suya siempre hacía lo que le daba su santa voluntad y contra ella no había como discutir.

—¿No piensas cambiarte? —cuestionó, señalando sus ropas arrugadas.

Elea le frunció el ceño, reparando en su vestido azul rey con ramilletes de flores rojas de manga de tres cuartos y el detalle de lazo al cuello. Era un poco amplio, pero bastante cómodo debido al viaje que tuvo que realizar, además, Harriet primero señalaba que ya estaba lista y luego la cuestionaba si no pensaba cambiarse.

—No. —Se levantó de la cama—. Pero dejaré que tú termines de arreglarte.

Iba a echar un vistazo a su reloj, dándose cuenta que ya no lo tenía consigo y por tanto, desconocía la hora.

            —Al paso que vamos, la comida se convertirá en cena —comentó. Se encaminó a la puerta—. Te veo abajo.

—Sé agradable —recomendó Harriet.

Elea no respondió, sacudió la cabeza y abandonó la alcoba. La famosa comida se convertiría en cena y ella estaba hasta la coronilla de trabajo que dejó a medias en Londres y lo peor del caso era que Taylor, su asistente personal no podía manejarlo todo sola por no mencionar que al día siguiente, Taylor también estaría en Nueva York porque necesitaba a su chica de confianza que la ayudara a mantenerla con los pies en la tierra y por supuesto, porque era una de las invitadas a la boda y el ensayo de su hermana.

Mientras recorría el largo pasillo hasta la escalera que llevaba al primer piso, Elea sintió picor en el rostro y rogó al cielo que no se tratara de una crisis de ansiedad con la que llevaba lidiando desde los veinticinco años. Sabía que durante los últimos días se había sometido a mucho estrés y sus niveles de cortisol estaban por los aires, lo que desataba los brotes de acné, sarpullido y rojez por todo el cuerpo.

Sin poder evitarlo, se rascó las mejillas y se detuvo en seco porque no había llevado consigo ninguna loción astringente. Las alergias le dieron una considerable tregua, pero cuando se juntaban la ansiedad y las alergias, podía convertirse en una espantosa batalla por la supremacía.




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